
“Estoy cansada de ser sexy”. Esta semana, la actriz y activista Carmen Jedet ha hecho públicas las capturas de una conversación whatsapp en la que explicaba a un interlocutor anónimo – ya todos nosotros – que se sentía estancada y condenada por el atractivo asociado a su nombre. “Ser guapa y sexy ha sido mi marca, mi negocio, y no quiero seguir siendo esclava”.
Las capturas iban acompañadas de unas fotos de sí misma llorando, en primerísimo plano, sin filtros ni maquillaje. Algunos han corrido a tildar su actitud de teatral y ridícula para “llorar por ser demasiado guapa” o por subirse al “carro de la salud mental”, que se ve que ahora está de moda. Pero a los que dicen que lo de Jedet es estrategia yo les querría preguntar: ¿es realmente posible dejar de ser producto y “performance” en un mundo donde utilizamos los mismos canales para vendernos y para socializar?
La reflexión de Jedet no sólo me parece legítima sino perfectamente lógica con cómo está cambiando el mundo a nuestro alrededor. Cuando hace una década empezaba a explotar el fenómeno de las redes sociales, descubrimos en ellas un espacio en el que volver a nacer. Instagram, Twitter o Facebook podían ser canales para interactuar con los demás, pero sobre todo nos sirvieron para interactuar con nuestro yo, o la percepción del mismo.
Por primera vez, teníamos en nuestras manos una potentísima herramienta que nos permitía elegir qué tipo de persona presentábamos al mundo: los lugares donde viajábamos, los cafés que tomamos y los libros que leíamos, es decir, el dinero que podíamos gastar, el nivel cultural que habíamos heredado o el sentido del humor que nos hacía los más listos de Twitter. Nuestras redes se convertían en una especie de currículum vitae personal que, como demostró más tarde el fenómeno de los influencers, acabaría siendo un currículum vitae literal.
Paralelamente a este proceso de auto-marketing, durante los 2010s también se popularizaba el movimiento “Body Positive”, que defiende que todos los cuerpos son bellos también fuera de la norma. Y, aunque como reivindicación de guerrilla ha servido para hacer frente a la grasofobia o al racismo, no siempre ha sido tan liberador como prometía. La idea de que seas como seas también puedas ser atractivo tiene un problema, y es que no siempre es atractivo.
Nuestro físico cambia y nuestra idea de belleza también. Habrá días que te verás en el espejo y estarás de mal humor, harás ojeras o habrás descubierto que tienes un ojo más arriba que el otro y no podrás fijarte en nada más. Habrá días que te verás radiante y habrá días que no, pero tendrás que vivir igual. Y es que no sólo tenemos derecho a ser feos sino que lo somos, y no pasa nada.
Ahora, en un mundo donde post tras post intentamos vendernos a millones de desconocidos por likes, capital social, oportunidades de trabajo o simplemente para participar en este nuevo lenguaje social, cada vez que fallamos al sentirnos atractivos sentiremos que fallamos también como a producto mercadeable por el algoritmo, y, por tanto, como persona. A raíz de esto, aparece el “Body Neutral” como alternativa al “Body Positive”.
El “Body Neutral” defiende que tu cuerpo puede ser bonito o feo, pero que al fin y al cabo sólo es un cuerpo que debe servirte para vivir, para moverte, para alimentarte, etc. Que ser atractivo no debe determinar en modo alguno tu valor como persona, y que ese valor depende de muchas cosas más que de tu belleza. Porque el concepto de belleza es cambiante y perseguirá siempre lo imposible, lo exclusivo y especial, porque precisamente juega con que sea inaccesible para la mayoría, pero esto es un tema para otro artículo.
Justo a raíz de este cambio de paradigma es cuando empezamos a ver un giro en la forma en que los más jóvenes utilizan las redes. Si entre 2016 y 2019 vivíamos el boom de los influencers, donde cualquier persona, incluso tú, era susceptible de venderse para venderte algo, la pandemia y el confinamiento terminaron de cambiar la forma en cómo nos presentábamos en internet.
Durante meses no podíamos ir a ninguna parte, ni salir de casa, o sea que nuestros posts miraron hacia adentro. Quienes dominan el lenguaje ya no se muestran haciendo de modelo en el perfecto decorado de su vida sino que nos abren una ventana a su mente. El producto ya no es su sonrisa, sus abdominales o unos labios recién inyectados, sino su punto de vista, el acceso a la intimidad. Si bajas por Instagram verás recopilaciones de fotos cuidadosamente elegidas por lo que significan, aunque pocos lo entenderán.
No son especialmente bonitas ni pensadas para llamar la atención. Bodegones cotidianos, capturas de pantalla, fotos movidas, retratos hechos a escondidas, y, sí, selfies llorando. Como las de Jedet. Otra selfie emocional que hemos visto estos días ha sido la de Rosalía, que ha hecho pública su cuenta privada, seguramente para preparar el hype para su nuevo álbum. Aunque pueda haber un punto de estrategia en abrirlo al mundo, la cuenta acumula publicaciones de años atrás, altamente personales, que seguramente no habían sido pensadas para ser públicas.
A Carmen Jedet le han acusado, entre otras cosas, de subirse al carro de la salud mental para explotar la vulnerabilidad que ahora está de moda, seguramente porque tenemos asimilada la imagen de las redes como un escaparate, y nada de lo que colgamos nos puede parecer honesto.
Pero olvidemos que las redes son, ante todo, una extensión de nuestra manera de socializar, que cambia a la vez que cambiamos nosotros, y que seguramente es el sistema económico que nos va detrás intentando capitalizar cada nueva tendencia que se crea y no al revés. Que nuestra actividad en las redes acabe pareciéndose a una transacción económica seguramente responde a la forma en que el sistema nos ha forzado a vivir también fuera de las pantallas: convertimos pasatiempo en segundos o terceros trabajos, vivimos los encuentros sociales como fuentes de contactos, convertimos nuestras redes en currículum vitae porque necesitamos más trabajo…
Cualquier cosa que hagamos dentro de un sistema explotado por el capitalismo será susceptible de ser explotada por éste. Una vez asumimos esto, quizá podamos aprender algo de publicaciones como las de Jedet, que son absolutamente válidas y de acuerdo con los cambios que estamos viviendo, y que sospecho que quizás no habrían crispado tanto si no las hubiera dicho una mujer trans .


