La periodista Patricia Simón junta en el libro “Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio” (Debate / Penguin Random House) su experiencia de veinte años recorriendo el mundo observando y narrando los conflictos e injusticias que lo aquejan y las reflexiones que ha sacado de estas vivencias. Ha escrito crónicas desde los campos de refugiados en las islas griegas, la Colombia marcada por la violencia institucional, la Sierra Leona golpeada por el virus ébola, el Mozambique amenazado por el yihadismo islámico o los Estados Unidos que vivieron la derrota de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales. Ha visto mucho dolor, mucha brutalidad, muchas injusticias, muchos miedos. Y ha clasificado estos miedos en cuatro tipos: a los otros, a la pobreza, a la soledad y a la muerte. Ha visto también mucha solidaridad y mucha lucha contra las injusticias y el odio que denuncia.

¿Qué la llevó a hacer un libro sobre los miedos que existen y mueven nuestras sociedades?

Cuando empezó la pandemia me puse a visitar residencias de ancianos, a reportear sobre la situación que estaba causando en los hospitales, con las personas sin hogar, fui a Lleida, estuve con los trabajadores del campo y la palabra más repetida era “miedo”. Más allá de los miedos obvios en ese momento, que eran los primeros que aparecían -el miedo a contagiarse, a contagiar a sus familias, a meter el virus en las residencias-, en realidad a lo que había mucho miedo era a lo que les estaba atenazando antes de la pandemia: el miedo al otro, que se agravó mucho durante la pandemia –yo pensaba que, en ese momento en el que había tanto terror al contagio, si se hubiese agravado la militarización de las fronteras para impedir que las personas migrantes pudiesen llegar, habría gente que no habrían aprobado esa decisión antes de la pandemia y que sí lo habrían hecho en ese contexto- o el miedo a la pobreza, con toda la pérdida de empleo que se dio y la que ya veníamos arrastrando especialmente a raíz de la crisis de 2008, y así el resto de los miedos. Me pareció muy interesante revisar que papel había jugado el miedo y el uso político del miedo no solamente en el crecimiento de la ultraderecha sino en todos esos reportajes e historias que había contado en los últimos veinte años, que además coinciden en cómo ha cambiado nuestra vida y nuestra historia tras los atentados del 11 de setiembre. El libro lo escribo en 2021, que es su veinte aniversario. Así es como surge. Lo que no me imaginé es que una vez me puse a escribirlo iba a ser tan obvio que estamos en una sociedad muy atemorizada, con una finalidad que es aumentar el poder, el recorte de derechos y libertades y facilitar la explotación.

Tipifica cuatro miedos. El primero que analiza es el miedo a los otros. ¿A quién le dan miedo los demás?

Cada vez más “los otros” somos más todos y todas. Al principio la imagen del otro es la imagen del extranjero pobre, de quien tiene una cultura diferente o viene de un país lejano, pero con la pandemia nos dimos cuenta de que aquellos que nos quieren dividir y quieren configurar ese otro, cada vez meten a más colectivos, que son ‘los nosotros’. Por ejemplo, las personas mayores en las residencias de ancianos a las que se negó en muchos casos el derecho a la asistencia sanitaria, el derecho a morir acompañadas, el derecho a la comunicación, se suponía que eran parte del “nosotros”, y de repente hubo gobernantes, como en la comunidad de Madrid que los incluyó en el pack de los desechables. Las personas sin hogar, también. Siempre habían sido “los otros” pero tampoco habían importado mucho porque eran invisibles, no molestaban. Cuando fueron comprendidas como un foco de contagio fuera de control fueron hacinadas en los polideportivos. “Los otros” cada vez somos más. Somos las feministas, los que defendemos los derechos humanos y, muchas veces, por hacerlo se nos encasilla ya como activistas –da buena cuenta de que estamos en un sistema que todavía no ha incorporado los derechos humanos a su visión democrática-, las personas LGTBIQ, que cada están vez más señaladas, las personas trans… “Los otros” cada vez más somos todos.

Hemos visto grandes manifestaciones a favor de acoger a los migrantes, especialmente a raiz de la crisis de los refugiados de Siria, pero la verdad es que en España, en Europa, acogemos poco y mal. ¿Fallan los políticos? ¿Falla la gente?

El rechazo a las personas refugiadas y migrantes juega un papel estratégico para el sistema económico. Por una parte, se las hace responsables de la pérdida de derechos laborales, porque se las presenta a menudo como las responsables de que se pague menos porque están dispuestas a aceptar peores condiciones laborales y, al mismo tiempo, se las utiliza como acicate para cuando se te ofrecen unas condiciones laborales pésimas pienses que hay centenares de personas detrás dispuestas a aceptarlas. Ese papel que juegan las personas migrantes como explotables y desechables cuando ya no se las necesita lo retrató muy bien Steinbeck en Las uvas de la ira, que define muy bien qué papel juegan en el capitalismo. Es exceso de mano de obra disponible.

Lo interesante del curso de las migraciones y como se desarrolla es que, a la vez que se hace un despliegue militar para impedir que lleguen, las personas migrantes siguen llegando y se les permite seguir llegando porque son necesarias para tener esa bolsa de empleo que permite justificar que las condiciones laborales sean malas. El miedo a los otros, entendido como miedo a las migraciones, en realidad es muy útil para las grandes empresas y lo fascinante de todo es que hay unos medios de comunicación que todos los días, desde hace 25 años, están lanzando el mensaje de que estas personas vienen a aprovecharse de nuestros recursos, a acabar con nuestra cultura y quedarse con nuestras mujeres, que es el mismo discurso que se decía sobre las personas migrantes españolas en los años sesenta en Alemania y que se ve muy bien en el documental El tren de la memoria.

Para que alguien se pueda creer que una persona que llega sin nada al aeropuerto de Barajas o en una patera solamente con un móvil y su niño o su niña es la responsable de que estemos en la situación económica tan dantesca en la que estamos, se necesita repetir una mentira muchísimas veces. O cuando desde el gobierno se propone hacer una reforma laboral para atacar la precariedad o la temporalidad se cuente desde los medios de comunicación que eso puede ser un peligro para la economía del país y que eso no provoque risas es porque tiene que haber una industria multimillonaria dedicada a repetir mil veces esa mentira y a convencernos de que la economía del país son empresas como Caixabank y sus grandes beneficios económicos a la vez que sigue cerrando oficinas imposibilitando que las personas en determinados pueblos tengan acceso a una oficina bancaria. Eso sirve para rechazar a las personas migrantes a la vez que se las explota en muchas áreas de nuestro país.

“El rechazo a las personas refugiadas y migrantes juega un papel estratégico para el sistema económico” | Pol Rius

Segundo miedo: a la pobreza. ¿En qué sociedades, en qué circunstancias ha percibido más este miedo? ¿O está extendido igual por todas partes?

Yo lo encuentro en todas partes. Aquí sirve para que estemos dispuestos a sacrificar derechos laborales que costó muchísimo conseguirlos. O el hecho de que los repartidores estén en una situación de neofeudalismo. Gracias a la reforma ya no, pero se ha convertido en una bolsa de falsos autónomos dedicados a hacernos sentir nuevos ricos repartiendo, por ejemplo, unos espaguetis a domicilio. Ese miedo a la pobreza en el que vivimos envueltos todos lo veo en todas partes y de eso se alimenta el miedo al otro. El miedo a la pobreza es el que alimenta las migraciones de Centroamérica a Estados Unidos. En Estados Unidos también se genera ese rechazo a los otros. Una cosa que me llamó muchísimo la atención en este país fue ir a ciudades como Detroit, con una gran parte de su población en situación de pobreza, y que nadie se plantease la posibilidad de migrar. En su ideario supremacista ¿a dónde vas a ir si eres estadounidense? Eso no cabe en su imaginario. Es muy curioso porque tiene mucho que ver con que los relatos que nos contamos nos pueden convencer de qué es posible y qué no es posible.

En Flint, que es una ciudad donde no hay agua potable, el miedo a la pobreza era más bien el miedo a la pérdida de la salud más básica. Hay una extrema pobreza brutal. No hay hambrunas porque tienen los bonos de alimentación con los que pagan la comida basura que comen. Son personas que están físicamente muy deterioradas. Era dantesco. Han crecido en lo que se llama la “basura blanca”, en la más absoluta pobreza, con unos problemas de obesidad terribles, con psoriasis horrorosas, sin agua potable, con lo cual tienen muchos problemas de salud vinculados con eso. Y eso ocurre en el corazón del capitalismo. Ahí ni siquiera era el miedo a la pobreza; el miedo que lo sobrevolaba todo era a cómo la pobreza los estaba matando.

El miedo a la pobreza lo veo en todas partes y de él se alimenta el miedo al otro

Discrepa de la idea bastante extendida de que los pobres son felices con poco, que son capaces de sonreír pese a vivir en situaciones de extrema precariedad. Esa idea le molesta

Me molesta muchísimo. Pero no porque no considere que dependiendo de cuáles son tus expectativas o el umbral de posibilidades que se te ofrecen puedas tener más satisfacción o menos. Uno de los capítulos que en un principio pensaba que iban a ir en el libro y que luego deseché era el miedo a tener vidas mediocres, a que no se correspondiesen con las altas expectativas. En sociedades avanzadas o enriquecidas como las nuestras hemos crecido con un umbral de posibilidades tan amplio que da igual lo que hagas que parece que nunca es suficiente, que no eres suficientemente buen profesional, que no tienes una vida suficientemente plena, que no ganas lo suficiente, que no viajas lo suficiente, que no tienes relaciones suficientemente satisfactorias… Me parece que eso es un peso que llevamos encima muy importante. Luego reflexioné que lo interesante era que el libro abordase cuales son los miedos más universales y éste es un miedo del Primer Mundo. En los países más empobrecidos no puedes permitirte pensar en si estás cumpliendo tus expectativas porque tienes que estar en la supervivencia. Yo sonrío mucho contando cosas muy tristes pero eso no significa que no me duela y en los países más pobres, en Sierra Leona o en Mozambique, puedes estar hablando con una persona que acaba de sobrevivir, como cuento en el libro, al ataque terrorista yihadista que se sufrió en Palma, en Mozambique, y puede estar riendo pero eso no significa que sea feliz. Lógicamente, en su margen de maniobra tiene que salir adelante y puede tener momentos de alegría pero la felicidad me parece un concepto mucho más serio, incompatible con ver como decapitan gente en tu entorno.

Tercer miedo: a la soledad. Este capítulo quería dedicarlo primero al miedo al amor, pero lo cambió por el temor a la soledad. ¿Por qué lo hizo?

Porque pensaba que entendiendo el amor como algo muy altruista había cierto miedo y que eso tenía que ver con el amor líquido de Zigmunt Bauman y con las relaciones más inestables que tenemos hoy en día. Pero cuando empecé a entrevistar a personas que me parecían referentes en el amor de la manera como yo lo entiendo, como guía ética, como ética pública compartida, como el entender que lo que pasa a los demás también nos interpela y es nuestra responsabilidad, me di cuenta que no, que hay un ansia por encontrar formas de amar, de compartir, por encontrarnos de nuevo, por tener relaciones con más enjundia, con más grosor. Lo que pasa es que el sistema económico en que vivimos y la falta de tiempo que provoca lo hace muy difícil. Me di cuenta que el miedo a la soledad era mucho más compartido y que eso está muy relacionado con la dificultad de movernos por el amor como valor.

“Yo sonrío mucho contando cosas muy tristes pero eso no significa que no me duela” | Pol Rius

La Covid nos ha dejado solos a menudo. En las primeras semanas de la pandemia, miles de ancianos y personas dependientes murieron en la soledad más absoluta. Informó de ello en diversos reportajes. ¿La Covid nos ha vuelto una sociedad más temerosa?

Sí, muchísimo más. Y además la mayoría de las personas que entrevisto y de las amistades de mi entorno me repiten que lo que les queda más palpable es el miedo que sintieron. Este virus ha sido muy cruel porque las relaciones las capamos porque nos podíamos convertir en los asesinos o asesinas o transmisore de la muerte a nuestros seres queridos, a nuestros padres, a nuestras madres, a nuestros amigos. De repente, relacionarnos era la posibilidad de matar y ese miedo se ha quedado muy dentro. Nos hemos quedado un poco a la intemperie en el sentido de que todo aquello que nos daba seguridad en una sociedad más o menos segura como es la europea se ha venido abajo porque incluso las personas que tenían condiciones más estables de vida se dieron cuenta de la incertidumbre en la que vivimos, de que las consecuencias de la crisis climática son más que palpables ya y de que no estamos habituados a quedarnos solos con nuestros pensamientos. Quedarnos confinados, confinadas, supuso que nos inundó un torbellino de emociones. Yo lo estuve poco tiempo porque me puse muy rápido a reportear pero sí me acuerdo de lo que significaba pasarte 24 horas solo contigo. Yo lo comparo con una vuelta a la adolescencia porque de repente era una intensidad emocional que abrumaba muchísimo. Esa sensación de que hay mucho dentro de mí que no estoy abordando y que salió a flote durante ese confinamiento sigue palpitando ahí.

Y el cuarto miedo es a la muerte. Dicen que hay comunidades, países donde ese miedo es menor, que la muerte se asume como algo natural. ¿Lo ha constatado en sus reportajes donde ha visto de cerca mucho dolor y muchas muertes?

En sociedades muy violentas, donde todo el mundo está habituado a tener seres queridos que mueren a edades tempranas no en condiciones naturales sino fruto de la violencia o la pobreza en que viven se asume la muerte de otra manera. No creo que sea menos doloroso sino que todo lo que es más previsible lo encajas de otra manera. A lo mejor, los duelos son más cortos o más compatibles con seguir con la vida cotidiana. Aquí, no. Aquí hemos negado la muerte muchísimo desde los años noventa, con esa ola neoliberal. La posibilidad de que alguien se muera de manera inesperada es menos probable, es un quiebre para todas las unidades familiares y de amigos. No es lo mismo que se muera un hijo, no porque no sea tan doloroso, en Mauritania en contextos de mucha insalubridad, que se muera un niño con tres años en España en el sistema público de salud que todavía es muy bueno. Aquí no deberíamos asumir que podemos morirnos por esas circunstancias, porque eso no es cierto, pero la pandemia hizo enfrentarnos a la muerte inesperada. Yo era fumadora y pensaba que “a lo mejor cojo la Covid y me muero”. Y eso no estaba en mi imaginario antes de la Covid. Pensaba que me podía morir por otras razones pero no por una cuestión de salud y eso está muy bien porque nos damos cuenta de lo increíblemente frágiles que somos. Es muy bonito pensar en todo lo que somos capaces de hacer cuando somos un poquito de carne llenos de sangre. Es muy fuerte.

La Covid nos ha vuelto una sociedad muchísimo más temerosa

En la labor como periodista, ¿ha temido por su vida en alguno de sus reportajes?

No. En el libro sí cuento situaciones en las que he querido ser consciente de experimentar el miedo, el miedo a que me pasara algo, un atraco, un asalto sexual, que es algo con lo que vivimos las mujeres. Pero no he estado en circunstancias que fuese probable que me pasara algo, o más probable que en otros países. Yo no hago primera línea de fuego en conflicto ni ese tipo de reportaje. No me he expuesto a sentir eso. Otra cosa es que haya estado en países como Colombia, en el Chocó, en los que pensaba que se podía poner un poquito chungo, pero no es nada destacable ese miedo a la muerte por mi trabajo.

¿Ni en Sierra Leona cuando estuvo informando sobre el ébola?

No. Es como aquí cuando he entrado en los hospitales por la Covid. No he sentido que podía contagiarme si cumplía las medidas y distancias de seguridad. No tenía porque pasarme nada.

¿Seguro que el mundo se resiste a ser gobernado por el odio, como añada en la portada al título de “Miedo”? ¿Lo dice porque lo cree o porque lo desea?

Porque lo creo. Porque en realidad, pese a que estamos inundados por noticias apocalípticas cada día, que parece que el mundo se acaba, pero no se acaba porque la mayoría de la población está trabajando para salir adelante y no se mueve por el odio; se mueve por la cooperación porque sino no sería posible la supervivencia. Es obvio que hay un creciente discurso político que se alimenta del odio y que necesita crear odio pero cuando salimos a la calle no nos encontramos a gente insultándose, ni poniéndose la zancadilla, ni nada. Incluso en los contextos más precarios la gente tiene que convivir y relacionarse con cordialidad. Es lo normal. No creo que estemos en un mundo gobernado por el odio pero sí que hay una corriente que intenta enfrentarnos. Acabamos de tener una cumbre de neofascistas en Madrid, algo que sería impensable hace años y ellos se alimentan de ese miedo que se explica en el libro.

No estamos en un mundo gobernado por el odio pero sí que hay una corriente que intenta enfrentarnos

Si nos dejamos atenazar por el miedo ¿quedamos en manos del populismo, de la insolidaridad, de la extrema derecha?

El miedo paraliza, te hace desconfiar de todo el mundo y nubla la razón. En condiciones en que piensas que lo vas a perder todo en cualquier momento, es muy fácil que fructifiquen pensamientos totalitarios porque lo que quieres es que alguien venga a protegerte y sacarte de esa situación. Yo soy antimilitarista pero si me encontrase en una situación en la que mi vida corriese riesgo querría que llegase alguien armado y me pusiera a salvo. Queremos sobrevivir. El miedo lo que consigue es que quieras que alguien tome el control, te diga que todo va a ir bien y que vas a tener alguna oportunidad. Y sobre todo es muy importante que alguien te diga que tu vida cuenta y que vas a poder participar en la vida social y en el devenir en tu vida y de tu comunidad, que es algo que se ha perdido de manera muy radical.

En el caso español y en otros países fue muy importante lo que ocurrió con las movilizaciones contra la invasión ilegal de Irak. El hecho de que el 90% de la población manifestase su rechazo a una invasión ilegal, que se movilizase en manifestaciones tan numerosas como no había habido desde la transición y que aún así el gobierno nos llevase a esa invasión ilegal, el mensaje que se lanzó, el subtexto de todo eso es que “no tenéis nada que decir, no tenéis posibilidad de intervención en la vida pública del país”. Fue un ataque brutal y psicológico al valor de la democracia representativa. Luego ya fue la doctrina del shock, vino la crisis estafa de 2008, la reforma constitucional nocturna por la que se anteponía el pagar la deuda a la defensa de los derechos sociales. Desde entonces empezaron las movilizaciones diarias tan importantes de 2011, 2012, 2013, en contra de los recortes, en contra de la pérdida de oportunidades, y no sirvieron para nada. Si tú le estás diciendo a la ciudadanía que no se movilice porque para qué, ya que no le van a hacer caso, y todo va peor sistemáticamente año tras año, tienes una ciudadanía que se siente impotente.

Esta frustración por la impotencia puede desembocar en dos cosas: o en abrazar posiciones totalitarias o en rebeliones. Es verdad que justo antes de la pandemia, en 2019 y principios de 2020, estábamos viviendo el mayor número de movilizaciones desde los años sesenta. Esa rabia y ese hartazgo por sentir que tenemos gobernantes que gobiernan en contra de los intereses de la mayoría social y desoyendo sus necesidades había provocado que la gente saliera a la calle de manera muy contundente. Lo vimos en países de nuestro entorno como Francia con la huelga general de noviembre de 2019, lo vimos en Chile o en otros países con sus casuísticas propias, como las protestas en Irak o en Hong Kong. Todas compartían ese clamor de decir “queremos un trabajo que nos permita construir nuestras vidas, emanciparnos y tener vidas de adultos con las que podamos mejorar nuestras condiciones”. En sitios como París esas protestas eran respondidas con mucha violencia, en Irak costó la vida a más de 600 jóvenes manifestantes y en Chile ¡cuántas personas se quedaron sin un ojo! Tenemos masas, hordas de gente saliendo a la calle, exponiendo su integridad física para pedirle al sistema que les dé una oportunidad laboral, que les explote. Esto es ya una vuelta de tuerca muy peligrosa. Esos van a ser los dos polos. La base de esta rabia sigue estando ahí y va a volver a despertar. Una parte se va a rebelar y vamos a ver qué tipo de opciones políticas va a adoptar y otra que está diciendo “delego porque a mí esta democracia no me está dando respuesta a lo básico, que es la justicia social. Qué más me da! China tiene una dictadura y está sacando a millones de personas de la pobreza y creando una clase media importante sin libertades ni derechos y si la democracia no me da nada diferente, por lo menos que alguien me dé bienestar y me cubra las necesidades básicas”.

De todos esos miedos que cita ¿cuál cree que es más nefasto para construir un mundo más justo, más sano, más feliz? ¿Son todos iguales?

Creo que son todos iguales. He cambiado mi relación con el miedo a la muerte. Me parece sano que no te guste morir, que te preocupe y que te guste la vida. Otra cosa es que el miedo a la muerte te secuestre la vida. Esta es la única oportunidad que tenemos. Lo que no hagamos ahora o lo que no podamos hacer ahora ya no lo vamos a poder hacer, pero los otros tres miedos son los que están definiendo con mayor influencia nuestro tiempo y sí que son muy peligrosos, claro.

“No tengo miedo a la muerte pero me parece un error del sistema” | Pol Rius

Entrando en su intimidad, ¿a cuál de esos miedos teme más?

No tengo el miedo a la pobreza porque tengo recursos, estoy trabajando, tengo una familia, esa red que sé que está ahí; el miedo a los otros es contra el que trabajo; el miedo a la soledad… dedico mucho tiempo a querer a mi gente, confío en que nos sigamos queriendo mucho; el miedo a la muerte… no es que le tenga miedo pero sí entiendo que es un fallo del sistema que nos tengamos que morir. Me sorprende mucho cuando conozco a gente que tiene muy asimilado que el tiempo son 80 o 90 años y ya está, que cuando eso se acaba está bien. Si es por las condiciones físicas, si vas a llegar y vas a estar mal, sí, pero el poder estar bien y vivir eternamente me parece que debería ser lo suyo. No tengo miedo a la muerte pero me parece un error del sistema. Totalmente.

Y tras esta reflexión de 250 páginas basada en su experiencia profesional ¿cuál es su próximo objetivo como periodista?

El libro me ha servido para profundizar en algo que me interesa mucho que es entender a quienes a priori no entiendo, ese afán de no solamente reproducir cuales son las injusticias y las personas que las sufren sino entender el porqué y el cómo se reproducen esas injusticias. Así que voy a seguir en esa senda con diferentes problemáticos o rasgos que creo que son interesantes, intentando entender a quienes no entiendo, que me parece uno de los grandes desafíos del periodismo.

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