Antes de seguir con esta pequeña serie sobre la casa Delfín Sabadell de la Meridiana quería confesar mi absoluta fascinación por las reacciones suscitadas por su introducción, en absoluto polémica, sólo quisquillosa por poner los puntos sobre las íes, rectificar errores pasados, pequeños pecados de juventud investigadora, y mostrar cómo se trabajan las Barcelonas, desde el rigor de los datos contrastables, único modo válido para realizar una pedagogía urbana útil para la memoria de toda la ciudadanía.

Por lo demás, este rincón de Barcelona sólo podía deparar sorpresas, pues la misma finca es consecuencia, como todas, de un momento histórico muy concreto. Para comprenderlo conviene profundizar un poco más en su propietario, sin duda el nombre más importante de su familia a tenor de los documentos.

Delfín Sabadell se instaló en el viejo Sant Martí de Provençals hasta hacerse un habitante respetado, tanto por su fábrica como por su actividad social, coronada en 1933 con la presidencia del Orfeó Martinenc, cuya sede, pocos hechos suelen ser casuales, se ubica donde tuvo su negocio.

La casa Sabadell desde el Orfeó Martinenc | Jordi Corominas

Sus orígenes radican en Horta, en una de sus calles más particulares, la de Chapí, unión de las parte nueva y vieja del pueblo agregado a Barcelona en 1904. Delfín y sus hermanos crecieron en el número 94. De su padre, Juan Sabadell Bosch, poco sabemos. Debió nacer en la década de los cuarenta del Ochocientos, se casó con Carme Serra Riera y vivió, como mínimo, hasta finales de los años veinte de la pasada centuria, cuando sus hijos ya habían trasladado su centro de operaciones al Clot, donde en 1921 Jaime Sabadell Serra transformó una cuadra del angosto carrer de Flandes en vivienda, pionero, lo digo con cruda ironía, en aquello de cambiar el uso de un comercio para aumentar el parque inmobiliario y así aportar un granito más a la disolución de una cultura.

En su caso, el viraje era de un mundo rural a otro industrial, el de su hermano Delfínn. La única referencia sobre su profesión corresponde a un pequeño texto en el blog de Valentí Pons, citándolo como empresario de bombas para jabones y lejías. Mi búsqueda por la hemeroteca ha sido muy paciente, con los anuncios breves como catapulta. En ellos, Delfín Sabadell Serra solicita comprar maquinaria, alquilar su torrecita en Montmeló, con toda probabilidad rubricada por Ramón Puig i Gairalt desde su indudable similitud con la casa sita en el 18 del carrer de Bruc en Hospitalet de Llobregat, y ofrecer sus servicios mediante un lenguaje bastante macarrónico, casi un catañol avant la lettre: “ Fabricats de teixits, tints i roba usada. Les demandes exigeixen visual en els articles acabats. Això es logra dotant-se de maquinària, preferenment d’hidro-extractors construits en sèries i en rrodillos de bolas, fabricats a la constructora económica de Delfín Sabadell.”

La nota, fechada el martes 26 de febrero de 1924, es reveladora. Según la Enciclopèdia Catalana, los hidroextractores sirven para escurrir, centrifugar y succionar. Su uso industrial en una región con predominancia textil pudo reportar pingues beneficios a nuestro protagonista, quien por lo demás no se cansaba de aportarnos otro tipo de detalles en sus contribuciones. Entre ellas, destaca cómo concebía geográficamente su hábitat para facilitar la tarea a todos aquellos interesados en sus recuadritos. Enmarca su taller al lado de la rambleta del Clot, un pequeño paseo desaparecido con la bestial reforma de la Meridiana durante la primera posguerra. Para contactarlo la dirección era la del inmueble de triple fachada de nuestros desvelos, denominado aún en 1923 como Hotel Niu Català, y eso me hace pensar si toda esa decoración con simbologías nacionales pudiera deberse a generar un atractivo para una hipotética clientela, si bien esto chocaría, sólo hasta cierto punto, con el hecho de tener Delfín su apartamento en el primero primera, donde vivió y murió.

La casa Sabadell | Jordi Corominas

De todos modos, el nombre suele hacer la cosa, y lo de Niu Català estuvo siempre presente el imaginario de Delfín, al menos antes del conflicto fratricida de 1936. El atractivo del edificio se complementaba con una coronación bastante prescindible, tanto que en la actualidad nadie sin conocimientos puede siquiera vislumbrar su pretérita existencia, finiquitada durante los años sesenta y contraproducente en cierto sentido para corroborar más si cabe la autoría de esta joya.

La atribución de la Casa Sabadell a Josep Masdéu Puigdemasa sólo se me antoja posible desde la comparación con un bloque de 1927, la casa Joan Sellarés en el 44 de Degà Bahí, una calle afectada y muestra de cómo pueden mutar los Ayuntamientos, pero todos son igual de cretinos en el despropósito del imperialismo del Eixample. Degà Bahí rompe Provença y eso nunca terminó de gustar. Su espacio oculta pasajes perdidos, estrecheces canceladas y mucha belleza de otra época, a conservar para reforzar la identidad maltrecha del Camp de l’Arpa.

La casa Sellarés es remarcable por su doble fachada con balcones de color marrón, de fondo decorativo muy heterodoxo incluso en su representación de la Virgen, protectora en las alturas.

La Casa Sellarés, en Dega Bahí con calle Muntanya | Jordi Corominas

Las soluciones empleadas, de los balcones a la simplicidad de una monocromía rota a partir de recursos poco convencionales, podrían sugerirnos un vínculo con la casa Sabadell, desmentido desde una atenta observación de su obra y la de Puig Gairalt en ese periodo. Masdéu Puigdemasa se movió por todas las latitudes de la capital catalana, regalándonos un repertorio notable. Desde una vertiente sentimental, reconozco adorar la casa Eloy Detouche en el carrer de Romans, así como la Anita Rodés en Vallcarca, célebre entre los paseantes por una hornacina vacía, consecuencia de erigirla en 1909, año de la Semana Trágica.En la década de 1910 Masdéu Puigdemasa dejó su huella con la Villa Consol de Vallvidrera, la casa Agustí Trilla en el carrer Berga de Gràcia y Can Sala, una de las mansiones más impresionantes del carrer Campoamor, donde en 1920 reincidió con la casa Julià.

Ninguna de ellas guarda parecido con la casa Sabadell. ¿Es o no es del genio Ramon Puig i Gairalt? Lo afirmo sin vacilaciones, pero deberé desarrollarlo más. Este arquitecto, cuyo legado en L’Hospitalet de Llobregat es apabullante, es uno de los grandes revolucionarios catalanes, como tantos otros arrinconado en un ángulo de los manuales por no adherirse a las normas y tejer un camino propio, transgresor desde su debut, marcado por su paso por Viena, intervalo capital de un itinerario en perpetua evolución en su persecución de un estilo en disonancia con el Modernismo, al que calificó de provocador de desorientación si Cataluña quería adquirir un léxico único, algo más posible desde sus postulados con el Noucentisme de la Mancomunitat, vigente cuando planificó ese encargo de Delfín Sabadell Serra.

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