Francis Scott Fitzgerald (1886-1940) es uno de los novelistas más conocidos de los “felices veinte”. Pese a publicarse en plena modernor de entre guerras, Scott todavía tiene un tono claramente decimonónico en sus novelas. Sobre todo, tal y como se ve en “El gran  Gatsby“, el concepto moral, es decir, lo que el naturalismo lleva hasta el extremo: El destino es el destino, los malos reciben lo que merecen y nadie puede escapar. Scott expone los problemas del capitalismo salvaje, del dinero y de los problemas que conllevan (particularmente a los que tienen: los ricos también “lloran”). La diferencia con los escritores decimonónicos es que Scott no se limita a denunciar y rechazar sino que aporta un intento moderno de descripción de toda una clase social juntada por la misma mentalidad y una forma de hacer particulares. Sin embargo no se salvan del fatalismo que hemos mencionado, ya que la clase dirigente descrita es incapaz, por la fuerza del materialismo, de la ignorancia, de la falta de espíritu, de formular alternativas válidas y justas a los sistemas en pugna frontal en los años veinte, el capitalismo y el comunismo. Gatsby, que corrompe el ideal del sueño americano basado en la autosuficiencia (la fuerza del individuo) y el “todo es posible en América”. El argumento podría parecer de novela rosa. Nick Carraway vive junto a la suntuosa villa de Jay Gatsby, un personaje enigmático sobre cuya personalidad y actividades corren los rumores más fantasiosos. Años atrás, Gatsby estuvo enamorado de  Daisy, una prima de  Nick, la cual se había casado con el rico y grosero Tom  Buchanan. A través de Nick, Gatsby reencuentra Daisy y consigue convertirla en su amante. En su turno, Buchanan también tiene una amante, MyrtleDaisy  atropella a Myrtle conduciendo el coche de Gatsby… y ya no decimos más. Todo en medio de grandes fiestas, bandas de jazz y la ley seca, que hizo multimillonarios a los mafiosos y contrabandistas de alcohol.

“El gran  Gatsby” (1922) es considerada entre las mejores novelas estadounidenses del siglo XX. Lo encontramos exagerado, pero explicable gracias a la perfección formal, en todos los sentidos de la obra, su refinada economía compositiva, donde cada detalle, cada imagen, cada objeto, se convierten en símbolos (de hecho, es una novela corta).

Felicitamos, pues, LaBreu Edicions por la iniciativa y la alentamos, al igual que a otros, para sacudirnos un poco la sensación de colonizados eternos, a echar un vistazo a la riquísima literatura europea del mismo período, sobre todo la de Europa Central.

Share.
Leave A Reply