Hoy, el periodismo está un poco peor, mucho peor, sin Martí Gómez.
Esa respuesta era la primera que aparecía en la entrevista que publicamos en Catalunya Plural en 2016 con motivo de la publicación de “El oficio más hermoso del mundo”. Aquella entrevista la encabecé con tres apuntes y un compromiso: el de que ni una sola vez utilizaría la palabra maestro para referirme a él. Es un concepto tan manido aplicado al periodismo que llamarle maestro sería decir poco.
Del nuevo periodismo al Ofici de Periodista
Estos eran, en síntesis, los tres apuntes:
Primer apunte: En los años setenta Joan de Sagarra escribía que el nuevo periodismo era ver trabajar a Martí con las piernas cruzadas sobre la mesa, el teléfono pegado al oído izquierdo y en la mano derecha una cerilla con la que se hurgaba la oreja.
Segundo apunte: El día que Josep Maria Huertas salió de la prisión tras un consejo de guerra por haber escrito que algunos meublés estaban regidos por viudas de militares fue llevado a hombros por sus compañeros, pero él sólo repetía: ¿Dónde está Martí, dónde está Martí? Martí estaba alejado del tumulto, en un zaguán, fumando su pipa, junto a Jaume Fabre.
Tercer apunte: A propuesta de quien esto firma, el Col.legi de Periodistes de Catalunya creó hace unos años un reconocimiento profesional (se huía deliberadamente de la palabra premio) para subrayar el papel de aquellos periodistas que no buscaban eco mediático, hacían su trabajo con rigor y tenían el afecto, el respeto y la admiración de sus colegas. Martí Gómez fue el primero en recibirlo.
Vidas de perdedores
Nacido en 1937 en Morella, Castellón, Martí Gómez trabajó en Mediterráneo, El Correo Catalán, Cuadernos para el Diálogo, El Periódico, La Vanguardia, El País, El Mundo y la Ser. Practicó todos los géneros: el apunte breve, la crónica, la entrevista, el reportaje… y en todos destacó.
Siempre practicó un cierto escepticismo pero nunca renunció a su compromiso con el periodismo y lo que él llamaba “los perdedores”. “Porque siempre se habla de los triunfadores –decía Martí- y en la vida hay perdedores, gente que tiene historias interesantes, que han tenido una vida potente, una vida admirable y que se han visto abocados a ser perdedores. Siempre me han fascinado las historias de perdedores”.
Y vidas de triunfadores
Su mundo era mucho más que la crónica negra y los tribunales de justicia. En “El oficio más hermoso del mundo” explicaba que a lo largo de su vida profesional había tenido como gargantas profundas a dos ministros, un atracador, un alcohólico, tres abogados, un farmacéutico, media docena de jueces y fiscales, políticos de variado pelaje, un policía y el propietario de un colmado. Sus fuentes eran, indudablemente, extraordinarias. Cuando Pedro Sánchez formó su primer gobierno le comenté que había una amiga suya en el gabinete, en referencia a la Ministra de Defensa, Margarita Robles, con quien tenía muy buena relación. Y me contestó: en realidad, son tres.
Martí era de esos periodistas a los que, sin conocimiento previo, podía llamar un ministro. Le pasó durante una comida. Recibió una llamada y al otro lado del móvil escuchó una voz que le decía: “Hola, soy Alfredo Pérez Rubalcaba”. Martí lo tomó como una broma y colgó. Al rato, volvió a sonar: “Hola, soy Rubalcaba”. Martí sospechó que se trataba de un colega, Miquel Villagrasa, que acostumbraba a gastar bromas de ese tipo y le respondió: “’Villa’, que estoy en una comida, no me fastidies”. Y colgó. Pero el teléfono volvió a sonar. “Hola, no cuelgues, por favor, que de verdad que soy Rubalcaba, el vicepresidente”.
También tuvo golpes de fortuna insospechados, como el día en que un abogado le preguntó si había alguien a quien hubiera querido entrevistar. Martí le dijo: a Graham Greene. “Y me explicó que tenía un amigo que a su vez conocía a alguien que tenía un amigo que era amigo de un amigo de Graham Greene y que un día le preguntaría”. “Como puedes suponer –me explicaba Martí-, no hice mucho caso. Pero un día, recibo un tarjetón manuscrito en el que me dicen: el otro día, un amigo de un amigo que tiene un conocido que tiene un amigo… me dijo que usted quería una entrevista conmigo. Yo estaba borracho y le dije que sí. Y la palabra de un borracho es sagrada. Vengan a verme. Y firmaba: Graham Greene”.
Así que se fue, junto a Josep Ramoneda, a entrevistar a Graham Greene a su casa de Antibes. Martí le pidió al escritor si podía tomar un poco de agua y Graham Greene le señaló la nevera: “Allí no había comida, sólo botellas de ginebra y whisky”. Que era un gran bebedor lo ratificaron un poco más tarde cuando fueron a un restaurante que les había aconsejado Graham Greene. A la hora de pedir dijeron que tomarían lo mismo que tomaba habitualmente el señor Greene.
-Y para beber, ¿quieren beber la misma cantidad que bebe él? –apuntó, solícito, el maître.
Apartado del día a día del periodismo (es un decir, porque tipos como Martí no se apartan nunca del periodismo) en los últimos años se dedicó a la radio y a escribir libros. Publicó una biografía sobre la familia Lara y le han quedado en el cajón dos pendientes: una novela de crónica negra y un largo relato con múltiples voces sobre la pandemia.
El mejor reportero
Martí no quería ser un referente, pero los mejores reporteros de España siempre lo consideraron el mejor reportero de España. En aquella conversación de 2016 Martí me explicaba por qué creía que el periodismo era el oficio más hermoso del mundo: “Porque si buscas historias, si buscas gente, si sales a la calle, el periodismo te permite vivir tu vida y la vida de los demás”.
Martí ha vivido cientos, miles de vidas. El twit en que su familia daba cuenta de su fallecimiento, decía: “Nos ha dejado sabiendo lo mucho que le queremos. ‘La vida es bonita’, nos dijo. Seguiremos adelante sin olvidar estas palabras y recordando siempre que él hizo más bonitas nuestras vidas”.
Sí, la vida es bonita, pero hoy la vida y el periodismo son menos bonitos sin Martí.
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Magnific obituari Juanjo. Cert es que persones com el Martí t’ho posen més fàcil