La oca del Camp de l’Arpa guiará de nuevo nuestros pasos, pero en esta ocasión desde la voluntad de jugar con el paseo, previa advertencia de no querer abarcar la totalidad de la temática animalesca en nuestra ciudad, algo por otra parte imposible dada la abundancia de esculturas relacionadas con este reino del que formamos parte pese a la negativa de muchos cabestros a aceptarlo.
Dicho esto, por proximidad toca empezar con las vacas. El consumo normalizado de leche a escala occidental no se produjo hasta principios de siglo XX. El Ochocientos dio pie a la creación de vaquerías, y sus cabezas servían para decorar sus ingresos o edificios, como ocurre en el carrer de Rossend Nobas del Clot, donde en la cima de un inmueble apreciamos una cabeza bovina, algo útil, no sólo esto, de mirar hacia arriba. Para completar el cuadro, se requiere paciencia, deberemos ir al carrer de los Escultors Claperós para ver una réplica idéntica de la testa en la fachada posterior, muy escondida por los cambios urbanísticos de esta vía con pasado ferroviario. Según Pobles de Catalunya, una de las páginas más dignas por su síntesis patrimonial, la vaquería fue clave para formar el pequeño de Robacols, cuya estela sobrevive en su homónimo pasaje, a mi parecer cerrado de modo ilegal, como también ocurre en la trilogía de Encarnació, con una verja reforzada durante la Pandemia, algo facilitado por la absoluta desidia del Ayuntamiento, pues se declaró incorrecta en una fecha tan lejana como 1971.

En el 141 del carrer de Sants se hallaba la vaquería Benosa-Pau, obra de Modest Feu, arquitecto por antonomasia de esos barrios durante el primer tercio del siglo XX. A una de las reses le rompieron un cuerno. Aun así sobrevive contra viento y marea, no como un carnero del 46 del carrer de Montnegre de Les Corts, afectado por un plan urbanístico sin muchas contemplaciones con el viejo Camp de la Creu. Caminar por sus calles proporciona una sensación repetida por quien escribe, ya acostumbrado a sentir eso de ser un cronista de inminentes desapariciones por la ignorancia de las autoridades, y si las actuales son peores no quiero imaginar el futuro, con un supuesto partido catalanista y de izquierdas empecinado en el bussines friendly de BCN contra Barcelona, la exaltación de ampliar el aeropuerto y volver a indigestas sobredosis de turistas.

En el carrer de Morales aún resiste una cabeza de caballo, según las fuentes consultadas de unas caballerizas, con toda probabilidad más exuberantes que las de la Granja Guillén del torrent de Lligalbé, amenazadas por la piqueta y endebles en su estructura, ahora acompañadas por un aparcamiento donde hasta hace poco hubo un huerto, algo curioso, sobre todo si se atiende el discurso del Consistorio, tan ecologista y sostenible, sólo si ellos son los artífices.

Los equinos, con hipódromo en Can Tunis, tuvieron su relevancia, no así los monos, o al menos eso quiero pensar. Sería maravillosa una Barcelona con primates como mascotas, propiciaría un mayor entendimiento de toda nuestra imbecilidad contemporánea ante su aplastante y mínima lógica.
Dos simios se llevan la palma. El primero, en la casa Josep Barnolas del carrer de les Camèlies, se acompaña de un perro. La iconografía de los monos habla de alegría, inteligencia y lealtad, como acaece con los canes. Quizá el propietario quería insistir en ese atributo, no como el de la casa del 30 del carrer Margarit del Poble Sec, firmada por Antonio Facerías y con una trilogía escultórica compuesta de dragones, de estos no hablaremos porque incluso tienen un libro, águilas y un simpático mico poseído con sus patines, la cola al viento, rostro de estar on fire y un monísimo gorro en su cabecita.

Las águilas también podrían solicitar asilo en estos párrafos. No muy lejos de los almacenes con esta ave en la cima, evaporada de los restos del incendio de 1981, vemos una de aire fascista en Balmes con Gran Vía, pero como la gente no lee a Pier Paolo Pasolini y ahora todos somos para los demás fans del Duce mudaremos de bestias y nos centraremos en las fuentes de los concursos de la Comisión del Eixample.
En las de Josep Campeny localizamos una rana en ese intersticio entre Gràcia y l’Eixample, al lado del Palau Robert. En la Font de la granota vemos como un chaval se empecina en agarrar a este anfibio para conseguir el brote del agua. Las otros dos de este artista, la del cántaro y el drapaire, son antropomórficas. Para recolectar más ejemplares para este zoo efímero damos un salto a una de las de Eduard B. Alentorn, la de les tortugas de la plaça Goya, fiel compañera del monumento a Francesc Layret. Sus caparazones son la base para las delicias de los putti algo deslavazados por ese tobogán, deleite para su creador y los espectadores, por desgracia cada vez menos por esa fijación con las pantallas.
Otra adjudicación de esos años dio a Josep Tenas la posibilidad de reinterpretar a su antojo el mito de la caperucita roja, primero a la vera del Arc de Triomf y luego, a finales de los años veinte, en unos de los parques escultóricos a potenciar de la capital catalana, el de passeig Sant Joan de dalt. La protagonista de uno de los cuentos más célebres de toda la Historia se lleva bien con el mamífero, manso y acogedor, sin alguna violencia.
Podríamos emparentarlos con la Blancanieves Franquista, de Josep Manuel Benedicto. En ella, lucen un gracioso ciervo, cómplice indirecto de uno de los supremos horrores barceloneses. La relación de ambas informaciones es aparente y no va mal para lanzar una piedra buena. ¿Fueron las fuentes de Marés consecuencia de un concurso en 1925? ¿Cómo es que no hay ninguna mención del mismo en periódicos o en la Gaceta Municipal? En los jardines de Jaume Vicens Vives de la Diagonal, entre los bloques de la Caixa y el Princesa Sofía, asistimos a un despliegue de feísmo debido al último Frederic Marés, exultante por regalarnos ciervos, jabalíes, osos, gamos, perros y cabras. Sólo faltaría un mamut. Lo tenemos en el parc de la Ciutadella, un lugar a revalorizar, con elementos científicos de la Exposición de 1888 medio en ruinas.

En su interior, del parque, no de los vestigios, el geólogo Norbert Font i Sagué ideó la iniciativa de ornamentarlo con reproducciones a gran escala de animales extintos. El tiempo le dio sólo para el mamut, apoteosis de selfis de aborígenes y turistas, quienes quizá nunca han pisado el hermoso Jardín de Laribal en Montjuic, donde puede cantarse y admirar la Font del gat, una noia, una noiaaaa, baixant per la Font del gat, una noia i un soldat.