“Me han golpeado. Me han roto la nariz. Me han metido en la cárcel. Perdí mi trabajo. Perdí mi apartamento. En pro de la liberación gay, ¿vosotras me trataríais de esta manera? ¿Qué coño pasa con vosotras? ¡Pensad en ello!”

La tormenta se desató el 28 de junio de 1969. Nueva York, una redada en el bar queer Stonewall, y el resto, es historia. Las transfeministas Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera se convirtieron en las caras reconocidas de las revueltas. En 1973 Sylvia Rivera pronunciaría un discurso en el día de la Liberación Gay sumida en el cólera por una razón: la opresión patriarcal dentro de la propia lucha.

De cierta manera, la “cultura de las buenas maneras” azotaba al colectivo LGBT: los hombres cishomosexuales dentro de unos cánones de normatividad, copaban los espacios y jugando con las normas del status quo, podían hacer vida exterior como “hombres de bien” y manteniendo sus privilegios como varones. Sin embargo, ellas eran la identidad irradiada a borbotones, mujeres, las locas, marginadas, su existencia era demasiado —así, en general— como para hablar por el colectivo y ser bien vistas por el totalitarismo cisheteronormativo. El lumpen debajo del lumpen.

La pluma y las identidades y expresiones de género diversas debían quedarse en la vida interior, tras las puertas de locales determinados. No había lugar decente en el mundo para las trans, los afeminados ni las marimachos. El nombre de Stormé DeLarverie quizás fuera un vaticinio en sí mismo. Que la tormenta se desatara ese 28 de junio, vino por la chispa que la hastiada artista prendió: lanzó la primera piedra que generó disturbios entre policía y toda esa gente cuya existencia era delito. Drag King, hija de un matrimonio interracial —delito también en aquel momento— y lesbiana.

Lesbiana butch, una de esas bolleras con pluma que no juegan en las cuerdas de la hegemonía género-sexual, desterrada de lo deseable, del deseo construido como percepto canónico masculino, machista, tirano, absolutista. Porque la normatividad son los ojos de un hombre cisheterosexual: “me parece trascendente preguntarnos ante quién estamos reclamando la visibilidad. Porque queridas, entre nosotras somos visibles, como bien sabemos todas cuando vamos por la calle y nos cruzamos la mirada”, escribió Brigitte Vasallo en “las que siempre fuimos visibles”.

A las bolleras, tortilleras, tijereteras, machorras e invertidas. A las mujeres queer. A la “amiga de inglés”, a la tía que fue la primera oveja descarriada de la familia, a todo aquel lumpen debajo del lumpen: día de la visibilidad lésbica, un momento para agradecer que esa piedra fuera a parar contra un policía. A Stormé, por tirarla sin esconder la mano, y a todas las lesbianas que, con el hecho de ser, han sostenido el mundo, su propia existencia y la de las que vendrían. Un día para recordar que estamos y nos vemos. Que somos y existimos sin pedir permiso ni aprobación. Que no necesitamos su autorización porque ni somos ni queremos ser parte de ellos. Que nunca lo seremos porque nos interesa más bien poco el beneplácito de un sistema hostil. Estar, estamos. Ser, somos. Que no nos quieran ver es otra cosa.

Share.
Leave A Reply