La adquisición de Twitter por Elon Musk es un signo dotado de gran poder significativo con gran impacto simbólico: señala el fin del sueño tecnoutópico de la web 2.0. El hombre más rico del mundo irrumpe en la escena de la circulación de información y la creación de opinión y aspira a determinar su orientación.

A inicios de los 2000, el despliegue de la red de redes parecía llevarnos al cumplimiento de la promesa de la Ilustración: la tecnología permitiría una alfabetización universal que iba a propiciar una democracia de mayor calidad (ese era y es el planteamiento de la Wikipedia). Gracias a la web 2.0, la comunicación pasaba de ir de uno a muchos a de muchos a muchos. No sólo de trataba de la distribución del conocimiento (webs, blogs, wikis) sino de la democratización de las interacciones humanas. Ahora, llegó el multimillonario y mandó parar.

La promesa de la web 2.0 era que produjera una “alquimia de las multitudes”, según expresión de Francis Pisani, en el seno de unas “comunidades virtuales” compuestas de “masas inteligentes”, teorizadas por Howard Rheingold. Las primeras redes sociales fueron los weblogs, o blogs,  que facilitaron la circulación de talento: Las primeras y las auténticas, lo que vino después y se presentó con tal nombre era otra cosa.

Twitter nació como un sistema de mensajería instantánea (una intuición de lo que luego sería Whatsapp) con formato de microblog a partir de la aplicación de “masas inteligentes” por parte de Jack Dorsey y Biz Stone, sus creadores e impulsores. Twitter aparece como un huevo de Colón: minimalismo conceptual, dialógico y gráfico, inmediato y rápido, fácil de usar y de reproducir, aparentemente capaz de influir por su potencial de difusión ilimitada. Pretendía encarnar la quintaesencia de la web 2.0 pero al final ha supuesto el regreso de la comunicación dirigista anterior, con sus grupos de presión, que orientan y manipulan con algoritmos y bots, suplantan las acciones cognitivas humanas y las reemplazan con usuarios anónimos o encubiertos o propician corrientes de opinión nacidas de los medios de masas en alianza con los centros de poder.

Elon Musk aparece haciéndose cargo de la propiedad de Twitter cuando estas deformaciones se muestran en toda su crudeza. Sus primeras declaraciones se refieren precisamente a algunos de estos contravalores y dice que se propone democratizar la platafoma. Faltaría más; sin democratización Twitter es una piedra. Han sido precisamente las contradicciones entre su potencial y sus resultados lo que ha producido su dubitativo comportamiento en bolsa y sus problemas de rentabilidad. Se necesita algo más que un tajo sobre ese nudo gordiano para que la adquisición de Musk tenga sentido.

Sin democratización Twitter es una piedra

Si Twitter no sirve para impedir que Donald Trump pierda la presidencia, –o la vuelva a ganar en el futuro– ¿qué objeto tiene? Los políticos y los periodistas, las élites sociales, los centros de poder, siguen teniendo una concepción meramente instrumental de la comunicación, propia de los tiempos pre-internet, y por eso las fuerzas progresistas, que siguen participando de esa visión propagandista de la comunicación, no recuperarán la hegemonía mientras no cambien. Musk tiene razón cuando dice que pretende democratizar Twitter –porque sin ello no hará más que retroceder, la piedra rodando por la pendiente—pero no le corresponde a él asegurar la democracia comunicacional, aunque puede hacer su parte.

Si Twitter no sirve para impedir que Donald Trump pierda la presidencia, –o la vuelva a ganar en el futuro– ¿qué objeto tiene?

El problema es que las redes sociales no son tales, sino medios de comunicación. Hasta ahora se han presentado como empresas tecnológicas, pero en realidad son medios privados. Y es necesario que se sometan a normas o regulaciones, que se les exijan responsabilidades, que paguen impuestos y asuman responsabilidades públicas. Elon Musk declara que su objetivo es crear, con Twitter, una gran ágora democrática. Pues no, señor: las ágoras democráticas son los parlamentos, represemtativos de los ciudadanos mediante sus representantes. Las mediaciones son imprescindibles en democracia y tales mediaciones responden al control público y rinden cuentas de manera transparente ante toda la ciudadanía. Los ciudadanos hacen sus funciones de control,  reclamación de responsabilidad, creación de opinión pública y emisión y recepción de información a través de medios, utilizados o creados por ellos.

No son las redes sociales las que crean confusión, ni causa de la crisis reputacional de la política. Es la negativa a admitir ruedas de prensa por parte de los gobernantes, es el control abusivo de los parlamentos por parte de las fuerzas políticas que dominan las instituciones, es la privatización de los espacios de información y opinión, que padecemos en
Cataluña. La hiperconectividad es un hecho social al que la política debe dar respuesta, y no existen soluciones meramente tecnológicas para los problemas sociales, sino políticas y democráticas.

Probablemente veremos cambios en Twitter, como la superación de 200 caracteres por mensaje, la supresión del anonimato, las posibilidades de rectificación u otras medidas de control, reales o aparentes. Pero será necesario asumir dos principios democráticos de base: las plataformas comunicacionales (Twitter, Facebook, Telegram, You Tube, Instagram, Linkedin) son medios de comunicación, distribuidos y en red, pero medios. Las redes sociales son las personas, en acción de grupo. Las redes sociales somos nosotros. Y cada cual deberá asumir sus responsabilidades en función de ello. Si no, veremos cómo un lavado de cara de Twitter servirá a la estrategia de devolver a Trump al ágora comunicacional política… o al candidato ultra mejor posicionado que él.

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