¿Qué significa hoy trabajar en una fábrica? ¿Humos?

Para entenderlo, resulta muy útil seguir el hilo de la vida de Chelu, que trabaja en la Seat desde hace 33 años.

Cuando en 1989, mientras se derrumbaba el muro de Berlín, un joven Chelu entró en el mayor grupo industrial de Cataluña, se sumó a una plantilla de más de 30.000 personas que cada día producían 1.000 coches en una factoría autosuficiente, ubicada en la Zona Franca. Allí había de todo: de herramientas como hembras hasta recortes de ropa para las costureras.

“Todo el mundo quería trabajar, no para ganar más dinero, sino porque era sinónimo de estabilidad, de calidad de vida. Te quedarías hasta la jubilación. Había poca tecnología, pero ésta empezó a incorporarse muy rápidamente, mientras en paralelo se externalizaban actividades: asientos, alrededores, amortiguadores…” relata.

Además de los compañeros humanos, Chelu tiene otros sin alma que nunca protestan por el sueldo y que no deben detenerse para comer o dormir

Tres décadas más tarde, este mismo trabajador está rodeado de menos de la mitad de gente, cerca de 14.000 compañeros y compañeras, pero no es que se fabriquen menos vehículos: la planta de Martorell, erigida en epicentro productivo de la marca española de Volkswagen ( VW), deja listos a diario el triple, entre 2.500 y 3.000 vehículos.

Además de los compañeros, digamos, humanos, Chelu tiene otros sin alma que nunca protestan por el sueldo y que no deben detenerse para comer o dormir. “Es impresionante ver cómo los robots colaborativos pueden estar trabajando junto a una persona, haciendo pequeñas tareas repetitivas que antes desarrollaba un humano. La paradoja para mí es que ahora tengo más trabajo”. Aunque Chelu entró en la Seat como operario de producción raso, hoy, entre sus labores, figura la del mantenimiento de estos nuevos habitantes de la fábrica.

¿Cómo se ha salvado ? Chelu lo tiene claro: “Uf, es por la formación continua. Tienes que avanzar al ritmo de la tecnología, te apetezca o no. Es parte del trabajo,” responde.

Incertidumbre

Lo entendió enseguida. Poco después de su llegada, se apuntó a un programa interno de formación en la Escuela de aprendices de la Seat. Trabajaba 8 horas y, al terminar, o antes de empezar, según el turno, le esperaban 4 horas más de formación. Así todos los días durante 15 meses. Cuando montaron Martorell, en 1993, el consorcio VW anunció el peor ajuste de plantilla de su historia, 9.000 personas en la calle, y la elección se anunció que se realizaría en función de las áreas. Chelu había pasado las pruebas internas por estar en la de mantenimiento. “Bueno, hoy ya nadie diría que trabajar en la Seat es estable como un ministerio. Siempre estamos pendientes de las batallas entre las distintas fábricas del grupo para optar a modelos. Ahora se suman el problema con el suministro de semiconductores, del chips, y la perspectiva del coche eléctrico, que tiene menos prendas y requiere menos gente. Vivimos instalados en la incertidumbre”, confiesa.

Los cambios en la vida de Chelu nos hablan de actividades que se externalizan, de procesos que se automatizan, de un reciclaje forzoso, de globalización en busca de mercados y de costes más bajos, de competitividad, de menos necesidades de personal, de innovación, de electrificación en la lucha contra la emergencia climática.

¿Autónomas? No, especializadas

Son constantes en el giro de la fábrica del siglo XX en la fábrica del siglo XXI. “Las fábricas de antes eran autónomas. La idea de colonia industrial lo refleja: constituían un pequeño mundo. Incluso dentro se generaba la energía necesaria para que funcionaran las máquinas, y por eso a menudo las encontrábamos cerca de los ríos”, explica Joan Tristany, director general de la asociación AMEC, que reúne a las principales industrias internacionalizadas del país. Hoy quizás no hay río, pero sí vemos cerca una autopista, o un puerto. “Las comunicaciones, las infraestructuras, la logística, el suelo industrial, el talento, el personal, son los factores que hacen que una fábrica se instale en un sitio u otro”, añade Tristany, que subraya la importancia de las pequeñas grandes industrias no con marcas destinadas al consumidor final,

El peso de la industria en Cataluña es relevante. El pasado año representó el 20,3% de toda la actividad económica en términos de valor añadido bruto

De las fábricas verticales se pasa a fábricas ubicadas en distintos lugares del mapa y que se focalizan en una actividad. Operan con procesos más cortos y especializados que facilitan la innovación y eficiencia. Por ejemplo, fabricar sólo retrovisores; quizás para varios clientes, pero integrándose en las llamadas ”cadenas globales de valor”, como si fueran el eslabón de una cadena (la que se ha gripado como un motor a raíz de la pandemia).

En Cataluña existen 37.868 fábricas, según la última Estadística estructural de empresas del sector industrial, que en 2021 aportó 480.500 personas afiliadas a la Seguridad Social. El 65,5% de las empresas industriales con presencia en el territorio se encuentran en la Región Metropolitana de Barcelona. El peso de la industria es relevante, pues el pasado año representó el 20,3% de toda la actividad económica, medida en términos de valor añadido bruto (VAB). Es una foto similar en la zona euro (19,7%). Y supone una ventaja de tres puntos más que en el Estado.

Pérdida de peso

Pero el peso de la industria nada tiene que ver con la situación de hace medio siglo. En la ciudad de Barcelona y en otros polos industriales como Sabadell, la caída del empleo supera el 75%. En Terrassa, el 62% según datos del Pacto Industrial de la Región Metropolitana de Barcelona. Años de deslocalizaciones (en el sector se habla de “democratización” en busca de menos costes pero también de nuevos mercados) y de expansión de las finanzas, de cultivo del ladrillo y de los servicios de bajo valor añadido culminaron con unas economías urbanas muy vulnerables , como se evidenció en la crisis iniciada en 2008. Con altibajos, el sector ha recuperado una pequeña parte del valor perdido (ver gráfica).

 

Natàlia Mas i Guix, directora general de Industria del Govern, atribuye este retroceso a la mencionada externalización de servicios que antes se llevaban a cabo dentro de la propia empresa industrial, como la seguridad, el transporte, el mantenimiento o incluso la búsqueda. Y también a la reorganización de los procesos productivos que operan a nivel global. “Tienden a separar las diferentes fases del proceso: se produce donde se pueda obtener la máxima rentabilidad. Las fases tecnológicas más maduras de la cadena productiva, como el ensamblaje, se concentran donde hay disponible más mano de obra barata y poco calificada, y las fases más avanzadas allá donde la fuerza de trabajo es más calificada”, señala.

“Es difícil medir el perímetro de la industria. Hay una parte de la disminución del peso que es estadística, al no contabilizar la logística, publicidad o limpieza, que ahora se encargan fuera. Y existe una parte de pérdida real, favorecida por un discurso postindustrial que a menudo consideró las actividades manufactureras una parte del pasado de bastantes ciudades, y que apenas formarían parte de su futuro”, señala Carles Rivera, coordinación gerente del Pacto industrial .

De factoría a equipamiento

Las fábricas eran parte de las ciudades, donde ocupaban espacios reconvertidos a menudo en equipamientos públicos… De Can Felipa, la antigua Catex del ramo del agua, que hoy combina un centro cívico y un polideportivo, en la vieja fábrica de tejidos Can Seixanta , en el Raval, comprada por el Ayuntamiento cuando estaba a punto de venderse a un fondo de inversor para construir pisos de lujo. En Barcelona queda un rastro de chimeneas vigilantes, testigo a la vez del movimiento obrero. De las simbólicas Tres Chimeneas del sector eléctrico, en el Poble Sec, en Can Folch, en la Vila Olímpica.

Las fábricas eran antes parte de las ciudades. En Barcelona queda un rastro de chimeneas vigilantes, testigo a la vez del movimiento obrero

A pesar de la revitalización del discurso industrial, especialmente desde la pandemia, y pese a un propósito de Pacto industrial para el que los sindicatos piden mayor ambición y recursos, ha habido el último gran bache con el cierre de Nissan, que después de un proceso menguante ha dejado en el limbo el futuro de 1.400 personas trabajadoras. Poco antes de la fabricación del último coche, el pasado diciembre, se marchó Juan Carlos, después de cinco años. Técnicamente, pertenecía a una empresa subcontratada dentro del propio recinto. “Cobrábamos menos y en una etapa aun no teníamos derecho a utilizar las cafeteras de la gente de Nissan. Quizás a la gente que trabaja en ingeniería o diseño o calidad es diferente, pero en producción, todo es monótono y alienante. Yo soldaba tubos de escape. Si haces 25 y un día haces 24 ya eres malo. Si un compañero hace 27, ya eres malo. Ya lo hacen los robots, y es necesario vigilarlos. No soporté la presión”, explica. Hoy, a sus 48 años, está contento de encargarse del mantenimiento de un polideportivo.

¡A competir!

Cuando la empresa familiar se repliega y deja paso al capital de fuera, se percibe una mayor exigencia. En primera persona lo ha vivido Montse, después de la compra de Industrias Titan por parte de Azko Nobel. “Las multinacionales te hacen competir aquí y con plantas de otros países. Siempre ha existido este miedo por si no somos suficientemente productivos, pero cuando las decisiones esenciales se toman más lejos, pues todavía se nota más. Todo parece más incierto”, explica.

Esta trabajadora, que ha pasado por diferentes departamentos de la empresa química, destaca como cambio positivo respecto a las fábricas del siglo XX que “antes, la salud y los riesgos laborales no estaban tan controlados, tan regulados, aunque todavía pueden pasar cosas”. En la industria, los sindicatos suelen ser más fuertes que en los servicios. Los horarios están más pautados que en el comercio o en el turismo. Y los sueldos están un 20% por encima, en promedio. “Siempre hemos luchado por tener salarios por encima del convenio. Ahora nuestra lucha es combatir la introducción de una doble escala salarial que abarata los sueldos”, declara.

Bajo el capitalismo cognitivo, el universo de la industria se convierte en metáfora. Se habla de fábrica de ideas, fábrica de danza, fábrica de contenido, de industria del deporte, de industria turística. Incluso de talleres de tapas

“La mano de obra no puede ser un factor que te merme la competitividad. Pero hoy, competir sólo en costes laborales es muy difícil, Siempre habrá países con una mano de obra más baja. Fuimos el Este de Europa en el pasado, ya no es así”, asegura Rivera.

Hoy, el capitalismo cognitivo, que tiene el conocimiento como gasolina, modela el concepto de fábrica y de trabajo, bajo el reinado de la Red. Hay quien habla de postfordismo. La gente ya no se concentra en un espacio físico, mientras se reencuentra en un espacio virtual. Autores como el sociólogo Lelio Demichelis prefieren hablar de “socialización del ordoliberalismo “. Lo entiende como una sociedad en forma de mercado, que concibe la vida como empresa, que presenta a la competencia como “imperativo existencial”. Una gran red que individualiza las tareas, una gran red de autónomos, de emprendedores de sí mismos, makers , o gente que hace.

En cualquier caso, el universo de la industria se convierte en metáfora y hace furor entre los servicios, sobre todo los tecnológicos, y todo tipo de artes. Se habla de fábrica de ideas, fábrica de danza, fábrica de contenido, de industria del deporte, de industria turística. Incluso de talleres de tapas.

Las tres chimeneas del Poble Sec, en Barcelona, ​​integradas en el paisaje urbano |  Vicente Zambrano González
Las tres chimeneas del Poble Sec, en Barcelona, ​​integradas en el paisaje urbano | Vicente Zambrano González

¿Es Google una fábrica?

“Claramente, no. Puede ser un centro de conocimiento, o quién sabe si una empresa de publicidad, pero la idea de fábrica supone transformar una materia prima en un producto. De la misma forma que hay empresas que utilizan energía de forma intensiva, y no por eso decimos que pertenecen al sector energético, las grandes tecnológicas no son industrias y sus centros no son fábricas. Y por cierto, ninguna app hace respiradores, vacunas ni siquiera mascarillas”, remarca Tristán.

Esto no significa que las fábricas no experimenten, o estén pendientes de ello, una auténtica revolución. La iconografía de las chimeneas que echan humo, por la quema de carbón, y que vierten residuos en los ríos están condenadas. “Los establecimientos industriales del siglo XXI están afrontando básicamente dos grandes cambios: la digitalización y la sostenibilidad. Unos sectores lo harán antes que otros, y dentro de cada sector habrá empresas más innovadoras que otras, por lo que durante un tiempo convivirán instalaciones más modernas con otras que no lo son tanto, pero todas acabarán evolucionando hacia modelos más digitales y sostenibles”, señala Natàlia Mas i Guix,

De problema a solución

Amec subraya que la industria quiere ser parte de la solución ambiental, aunque en el pasado haya sido una causante importante del problema. Por un lado, la descarbonización pasa por que la energía sobre la que se sustenta la economía sea energía limpia. Pero también por la economía circular, que define un modelo de producción que tiene en cuenta cómo prevenir la generación de residuos y cómo reutilizar, reparar, refabricar y reciclar materiales y productos. Se llama “circular” porque se centra en el ciclo de los recursos. Y está en pañales.

La industria 4.0, donde confluyen el mundo físico y el mundo digital, está viniendo. Robots, Inteligencia Artificial, Impresión en 3D, macrodadas(Big Data) “¿En qué medida las máquinas deben tener capacidad de decisión? ¿Cómo transformamos materia prima en producto terminado a partir de conocimiento sumado a tecnología? ¿Cómo utilizamos los datos para que las máquinas hagan cosas? Y, sobre todo, ¿cómo organizaremos el trabajo en red?”, son algunas de las preguntas que se formula Rivera, convencido de que se necesitan estructuras más flexibles y horizontales y que el reto climático obliga a una transformación industrial diferente. Que, en todo caso, requerirá a personas con un nivel educativo más elevado y una formación más especializada. La famosa carencia de técnicos con destreza y experiencia, mientras el llamado talento senior le cuesta incorporarse al mundo digital.

Vistos los tiempos que corren, también será necesaria mucha experiencia en ciberseguridad.

 

Este artículo es original de La Fàbrica Digital

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