En la Antigua Roma, después de una gran hazaña militar, el general victorioso hacía un desfile por las calles de la ciudad, una especie de rúa fastuosa a mayor gloria del líder. Justo detrás del general, como una especie de voz de la conciencia encarnada, andaba uno de sus sirvientes, que le iba repitiendo el mismo mensaje durante todo el trayecto: “Memento muera. Hominem te esse memento” (Recuerda que vas a morir. Recuerda que eres un hombre).
Los romanos combatían así, recordando la fragilidad del ser humano y la muerte como horizonte inevitable, la condición humana del ego y la soberbia y las actitudes deíficas de militares que se creían omnipotentes. Sólo eres un hombre, otros muchos como tú han caído antes y tú también caerás.
Esta semana, las familias y la dirección de la Escuela de educación especial Can Vila, en Mollet del Vallès, se han levantado en pie de guerra contra la intención del Departamento de Educación de dejar sin escuela prácticamente la mitad del alumnado del centro, 70 chicos y chicas con Trastornos del Espectro Autista (TEA) y con discapacidad intelectual, provenientes de 24 municipios de la Región Metropolitana. Todo ello por unos barracones que hace veinte años que alguien instaló en la escuela de forma provisional y se convirtieron provisionalmente en definitivos, adornados de reiteradas promesas de ampliación y dignificación de las condiciones del centro que nunca se han cumplido. Hoy, estos módulos prefabricados son calderilla y no garantizan las mínimas condiciones de seguridad para sus usuarios. Había que invertir, sustituirlos, ampliar el centro, garantizar las condiciones elementales para la enseñanza. Pero en el Gobierno hace meses que nadie coge el teléfono.
El Consejero González-Cambray se ha mostrado de nuevo arrogante, inaccesible e inflexible a las demandas de la comunidad educativa. En este caso, además, con el demérito añadido por la especial vulnerabilidad del alumnado de un centro de educación especial. La solución del altivo Cambray pasaba por enviar alumnos de 16 a 23 años a una escuela ordinaria de educación primaria de Mollet, contraviniendo frontalmente cualquier criterio psicopedagógico y formativo, mostrando un absoluto desconocimiento de las necesidades de las personas con TEA y de la función comunitaria de centros como Can Vila. Únicamente por no admitir que su departamento ha errado nuevamente, en su obligación de atención a la ciudadanía y de garante de un servicio público de calidad.
Cambray se ha situado en medio del foco de muchas y jugosas polémicas en los últimos meses, sin ninguna brizna de diálogo ni consenso con los diferentes agentes de la comunidad educativa. El calendario escolar, el cambio de currículum, el desastre con la Formación Profesional, las ratios, las temperaturas en las aulas, el ocio educativo, el decreto de plantillas, las deudas con el 0-3, la falta de apoyo a la diversidad, la falta de veladoras, los centros públicos que cierran líneas, los barracones que nunca se revierten. Una crisis sobre otra y, mientras las carpetas se acumulan sobre la mesa del Consejero, a él la hemos visto siempre con la barbilla apuntando a las nubes.
El general Cambray ha resistido, sin bajar de su Olimpo particular, hasta 6 jornadas de huelga masiva de la comunidad educativa (y otras dos que ya le han convocado para septiembre), siendo quien más protestas y movilizaciones acumula desde el inestimable José Ignacio Wert. Y lo ha hecho con declaraciones incendiarias contra el profesorado, menospreciando a los representantes sindicales y chantajeando a las direcciones de los centros. Todo un tratado de soberbia política y crónica de una muerte anunciada.
Quizá el Consejero necesite con urgencia un sirviente, o un Presidente de la Generalitat, que le susurre en la oreja: Memento mori, Cambray.


