Estos días España está ardiendo por los cuatro lados, desgraciadamente con pérdidas de vidas humanas; también de espacios de gran valor natural y todo tipo de propiedades. A mediados de julio es ya el año que más hectáreas han quemado en todo el siglo XXI e incluso se habla de incendios de “nueva generación”, mucho más difíciles de apagar. Los incendios forestales parecen pues una especie de plaga bíblica y merece la pena reflexionar sobre su significado.

En primer lugar, se tiene que tener muy claro que el fuego es un mecanismo natural de regular un exceso de biomasa acumulada en los bosques y una manera de regenerar la vegetación. De hecho, se dispone de registros fósiles que demuestran claramente la existencia de catástrofes relacionadas con los incendios mucho antes de la aparición impactante del hombre sobre la Tierra.

Estos incendios eran provocados fundamentalmente por descargas eléctricas, pero también por erupciones volcánicas e incluso la caída de meteoritos. Quemaban sin freno grandes extensiones de terreno que, en un tiempo insignificante en la escala geológica, recuperaban de nuevo su cubierta vegetal. Y así sucesivamente a lo largo de millones de años. En términos de la evolución, los incendios forestales han sido un elemento más de cambios bióticos repentinos.

La llamada civilización también ha alterado esta dinámica. Primero, hoy en día en Cataluña, la biomasa forestal (el combustible) es más abundante que nunca (un 60% del territorio catalán es forestal) debido fundamentalmente a dos causas: el abandono de tierras agrícolas y la carencia de aprovechamiento de la biomasa forestal (antes se fabricaba carbón, se empleaba ampliamente en la construcción y grandes manadas de ovinos mantenían limpio el sotobosque). Y nuevas causas de generación de incendios se añaden a las naturales como son los accidentes, las relacionadas con imprudencias y también los que provocan criminales enfermizos que disfrutan con el espectáculo del fuego.

Y todavía una cuarta: los escenarios más pesimistas del cambio climático parece que se están cumpliendo. Las olas de calor son cada vez más frecuentes, más largas y más intensas; el régimen pluviométrico también se ha modificado y este año las lluvias son muy escasas. Para acabar de adobarlo, los vientos parecen alterados, más intensos y cambiantes. Finalmente, fenómenos extremos cada vez más frecuentes, como la borrasca Gloria que tumbó gran cantidad de árboles en los bosques y que en el tiempo se han convertido en un combustible adicional a todo ello. Por lo tanto, el cambio climático provocado por una civilización basada en los combustibles fósiles, se ha convertido en un factor (quizás el más importante) de generación de incendios forestales y que explica en parte el que está pasando este verano.

Interpretar los incendios forestales en relación con el cambio climático tiene una derivada muy interesante. No solo el cambio climático favorece a los incendios forestales, sino que a la vez estos contribuyen significativamente al cambio climático. Y lo hacen por dos razones principales: cuando un bosque quema, se suelta de repente todo el carbono que estaba fijado a la madera, que estaría inmovilizado durante muchos años y dado que los bosques son alcantarillas de CO₂, es decir que reducen las concentraciones del CO₂ a la atmósfera, su pérdida supone el incremento de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Estamos, pues enfrente de un proceso de retroalimentación: el cambio climático hace quemar los bosques y como más bosques quemen, más se potencia el cambio climático.

¿Ante este círculo infernal, nos tenemos que resignar a sufrir cada vez más incendios forestales o se puede hacer algo? Evidentemente que sí. Hay que gestionar la superficie forestal (hoy en día en Cataluña solo se gestiona el 20%) y hacerlo en criterios respetuosos con la biodiversidad. Esta no es una cuestión sencilla, dado que la gran parte de la propiedad forestal es particular; un buen paso sería encontrar aprovechamientos forestales sostenibles, que hicieran rentable económicamente la gestión; bien seguro que el tema de la biomasa como combustible tiene bastante recorrido.

Y finalmente está el trabajo que tendría que hacer la Generalitat de Cataluña: hay que disponer de elementos suficientes para la prevención y la lucha contra los incendios una vez producidos, superar una programación puramente funcionarial del calendario de despliegue de los recursos para adaptarlos a la realidad de la situación y que el presupuesto dedicado a todo ello (gestión y prevención) supere ampliamente las ridículas cifras del de 2022. Ya se sabe: los incendios forestales se tienen que apagar en invierno.

Estamos ante una alteración acelerada de los mecanismos naturales de incendios forestales, que el cambio climático ha agraviado fatalmente, cambio que se ve potenciado por la crema de los bosques. Hacen falta nuevas políticas ante una situación no imaginada hace unos pocos años. Toda mirada política a corto plazo está condenada al fracaso, a un fracaso colectivo en el cual toda la sociedad pierde, incluso aquellos que casi nunca se acercan a un bosque

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