Presentó una extensa creación de diez horas, Ma jeunesse exaltée (Mi exaltada juventud), al comienzo del certamen, haciéndose eco de su obra maratoniana de 24 horas en 1995, La Servante (la lámpara que permanece encendida por la noche cuando los teatros cierran), en el mismo gimnasio del liceo Aubanel como la otra vez. Junto a una actriz ya presente hace 27 años, Céline Chéenne, y otros actores experimentados, aparece un quinteto de veinteañeros, entre los que destaca Bertrand de Roffignac, que es la pieza maestra como pobre Arlequín repartidor de pizzas Deliveroo pero, al mismo tiempo, soñador estimulado por su mentor y amante, el poeta Alcandre, tan loco por Rimbaud que escribe manuscritos falsos (que existieron en la realidad).
Esta epopeya cómica, y musical, marca el divertido aunque eso sí exigente paso de testigo generacional de Py en tanto que autor, director, compositor y también actor, a punto de cumplir los 57 años, y como director del festival desde 2013. Su sucesor, el portugués Tiago Rodrigues, primer no francés al frente del acontecimiento, ya está preparando la edición del próximo año. El todavía director, por eso, se despedirá el 26 de julio, último día del festival, travistiéndose de nuevo en la cantante Miss Knife para librarse de su “desgarro” por dejar Aviñón. Desde su despacho en el claustro de San Luis, Py nos habla de su estado de ánimo, sus esperanzas, sus lamentos burocráticos y su futuro aún por escribir.
Parece como si se hubiera soltado en Ma jeunesse exaltée, aprovechando para decirlo todo, porque es su último año como director artístico…
¡Sí, eso es! (risas). He tenido defectos de adolescente al escribir la obra. De querer decirlo todo (ríe de nuevo).
Aunque no sea su propia juventud exaltada, ¿se ha preguntado por qué no decir todo lo que pienso, todo lo que siento?
No, la palabra pensar me va muy bien. Quería pensar en la juventud de hoy. Cuando digo mi exaltada juventud, depende de quién hable, pero es la exaltada juventud de hoy la interesante y la que me interesa. Creo que se encuentran en una situación que nunca se ha vivido en la humanidad. Su lucha es completamente diferente a la de mi generación.
Es diferente porque cada generación tiene una lucha por hacer…
Hay que identificar las luchas de cada generación. Y tratar de estar a la altura de las circunstancias, o al menos no rendirse.
El relevo generacional de ‘Mi exaltada juventud’

También es un paso de testigo, un relevo que da como dramaturgo y como director del festival, aunque en las cuatro partes de la obra hay una visión muy oscura del mundo actual. No es nada optimista
Hay que saber pasar de las promesas a la esperanza. No tengo mucha confianza en las organizaciones sistémicas. Pero depende de los jóvenes mantener viva la esperanza. Si materialmente las cosas ya no son soportables, a pesar de todo podemos salvar el sentido. Y eso es otra lucha. Con la condición de que nos deshagamos de los viejos estúpidos, como usted y yo (risas compartidas).
Pero seguimos lúcidos, si conservamos el sentido. Y sabemos que las cosas no van bien…
¡Por supuesto! Es mucho más grave de lo que parece. A nuestra generación no le iba bien, pero ahora es mucho más grave. Han entrado en lo apocalíptico. Así que intentamos comprender que en lo apocalíptico puede haber elementos de revelación, de revelación mística, sea o no religiosa. Para mí, Rimbaud es quien inventó un misticismo sin religión. Arlequín proclama el misticismo del teatro. Pero lo más importante es observar estos papeles protagonistas en gente muy joven. Todos tienen menos de treinta años y actúan durante diez horas, con esa energía sobrenatural. Si esto no es un motivo de esperanza, ¿qué lo es? Por eso escribí ese monólogo en medio de la obra llamado ‘¿Quién más que nosotros?’. Me refiero al público del Festival de Aviñón y a nosotros. ¿Quién más que nosotros trata de preservar una trascendencia?
Se trata del monólogo del poeta Alcandre, excelentemente expuesto por Xavier Gallais
Xavier lo hace muy bien.
Está claro que, en este monólogo, lo vemos a usted directamente
Sí, se me ve un poco (ríe de nuevo). ¡No hay duda de ello!”.
Luego está el manifiesto de combate de Alex, una de las chicas, que también escribió usted. Los jóvenes actores lo encarnan y se lo creen
Es un manifiesto neosituacionista. Adaptado a lo que ocurre hoy en día. A saber, el mundo virtual que está devorando la propia existencia. Y hay una juventud que se enfrenta a ello. Particularmente acelerado por el hecho de la covid. Quería intentar hablar de ello. ¿Qué somos, un teatro, frente al ‘metaverso’ que está llegando y que ya planea contaminar incluso a los niños?
La palabra teatro

Existe esta crítica al mundo virtual. En particular, no está de acuerdo con la palabra ‘espectáculo en vivo’ para hablar de teatro
No es tanto eso. Es que no quiero que la palabra teatro desaparezca. Cuando era adolescente, ponía una mística en esa palabra. ¡Fue la única palabra que me impidió suicidarme! Así que quiero que esa palabra permanezca en su lugar, que es ontológicamente superior a la de ‘espectáculo en vivo’. En mi generación, la palabra ‘espectáculo’ era bastante odiada.
Sinónimo de comercial…
Era comercial, era el opio del pueblo. Al espectáculo le va muy bien (risas). Mire los partidos de fútbol, todo es espectáculo. El fútbol no es en absoluto un deporte. Es un espectáculo hecho para dormir a las masas.
¿No le gusta el deporte?
Me gusta mucho el deporte, lo que no me gusta es que el deporte se utilice como espectáculo.
¿El Tour de Francia?
El Tour de Francia es lo mismo. Se utiliza como espectáculo. El deporte en sí mismo es hermoso. Yo mismo practico deporte. Pero no me gusta el deporte como espectáculo, y cuando el deporte se convierte en el modo espectacular de una sociedad. Los griegos tenían la tragedia. El Gran Siglo francés tenía a Molière. Y hoy tenemos estadios de fútbol. Podemos ser juzgados, como civilización, por la calidad de nuestros espectáculos. Como los Juegos Olímpicos, que se han convertido en un gran espectáculo televisivo y una mina de oro. Nosotros seguimos con nuestros arlequines, nuestras 500 personas. ¡Pero ya es algo! Es una cuestión de dignidad. Yo soy muy pequeño, soy una minoría. No soy casi nada, pero soy algo más que nada. Somos algo más que nada.
El poder del director artístico de un festival

Usted ha tenido la posibilidad de decidir la programación durante diez años, junto con el director delegado del festival, Paul Rondin. Ha tenido su poder
¡Un poder muy pequeño! ¿Es eso realmente poder? He tenido el poder de amar. Eso es bueno, he sido muy feliz, he sido maravillosamente feliz (risas). Sólo he tenido el poder de amar. Eso no es poder. Poder sería detener la guerra en Ucrania, ¡eso sería poder!
¿Qué se puede hacer desde el teatro?
No mucho. Pero podemos dejar de comprar gas y petróleo rusos.
Estamos en una ciudad de iglesias
¡Catedrales!
¡Es verdad, esto era un centro papal! Parece que, aunque sea modestamente con su obra, está pidiendo un nuevo cisma en la jerarquía
Escribí ese pasaje porque tengo muchos amigos religiosos y religiosas y he visto su sufrimiento. Al principio, el público piensa que es un anticlericalismo estúpido. Pero sé que hay personas maravillosas en la iglesia que sufren por la distorsión del mensaje de Cristo. ¿Un cisma? ¡no voy tan lejos! (risas).
Tal vez era una metáfora un poco exagerada…
No, tenemos que deshacernos de los viejos estúpidos. El mundo será mejor cuando se deshaga de los viejos estúpidos.
En cualquier caso, necesitamos un ministro de Cultura, ¿no?
Sí, necesitamos un ministro de Cultura que no sea un viejo estúpido (continúan las risas).
También ajusta las cuentas con el ministerio. En el balance de cada edición se queja del presupuesto del festival en comparación con otros certámenes en Francia. ¿Se va pensando que hubiera podido hacer más con un poco más de dinero público?
¡Sí, por supuesto! La vida cultural francesa es mejor que en Italia o España, no juzgo. La República Francesa invirtió especialmente, y las autoridades locales también, durante el periodo covid. Recibimos mucha ayuda, hay que ser sinceros. Pero en el caso del festival, sí que falta dinero. Existe una desproporción entre su influencia simbólica e internacional, su considerable papel profesional y las subvenciones, que apenas son las de un pequeño centro dramático. Hay algo que no funciona. Lo digo principalmente porque tengo un sucesor. Y estaré allí para recordar a los poderes públicos que hay que ayudar más al Festival de Aviñón. Si hubiera tenido más dinero, en lugar de vender 150.000 entradas habría vendido 200.000. Así habría hecho una mayor democratización cultural. Si hubiera tenido más dinero, habría habido más actuaciones, más lugares abiertos y habría habido más democratización cultural.
¿No habría podido haber una crisis de crecimiento?
¡No, estoy rechazando gente! Rechazamos gente en muchos espectáculos. La gente no puede conseguir entradas. ¡Es una pena!
¿Incluso con la gran oferta del Off?
El ‘Off’ es el ‘Off’, es otra cosa. Hablo de lo único que conozco, el Festival de Aviñón: rechazo gente, ¡soy el único teatro del mundo que rechaza gente! (risas).
En términos de logística, ¿habría sido posible hacer muchas más funciones, poner a disposición otros espacios?
¡Por supuesto! Y habríamos vendido esas entradas. Porque la subvención subvenciona primero el público.
Debería ser un objetivo de la política cultural…
Podría ser, pero yo no soy el ministro de Cultura… ¡Ya veremos en la próxima remodelación! (ríe de nuevo).
Texto íntegro en París/BCN


