Hay muchas formas de mirar las ciudades. Suelo privilegiar el paseo a lo largo, el mejor modo para comprender un conjunto a partir de relacionar todas y cada una de sus teselas, hasta configurar un mosaico. Sin embargo, tampoco puedo menospreciar la fórmula del agotamiento, poetizada por Georges Perec en un famoso librito y más tarde imitada por Enrique Vila-Matas en una serie de artículos sobre la plaça Rovira de Gràcia.

Ambos jugaron sin intenciones pedagógicas, mucho menos urbanísticas. Las mías en esta esquina de Freser con Nació pretenden, como todas las Barcelonas, reconstruir historias olvidadas mientras aúno para los lectores pasado y presente. Este cruce me sirve de brújula para ir moviéndome por las minucias significantes, como si la casa José Alá de Freser 174 me activara, liberándome de su imán. Hoy, casualidades del destino, me conduce por Nació, o más bien por su tramo inicial hasta Joan de Peguera, una maravilla de inmuebles modernistas, todos ellos edificados, según el sacrosanto catastro, entre 1907 y 1913.

La calle Nació en la actualidad. Fotografia de Jordi Corominas

Las fechas no son casuales. Ese instante histórico encaja con la expansión de las cercanías, simbolizada por el nacimiento del passeig de Maragall como brío de Modernidad al aniquilar lo vetusto, encarnado en la carretera de Horta. Esta transformación, fruto del imperialismo de Barcelona para con los pueblos del Llano, implicó una ola especuladora sin precedentes, clave para llenar los huecos en esa frontera del Camp de l’Arpa con el Guinardó, nombre entonces casi esnob, pues su perímetro cubre lo otrora conocido como barrio de la montaña del municipio de Sant Martí de Provençals.

Nació no despierta sospechas en sus actuales habitantes, perezosos como la mayoría de barceloneses a la hora de descifrar los porqués de su entorno. Se denomina así desde julio de 1942 y remite a la nación española por decisión de las autoridades franquistas, encantadas de la vida con eso de rebautizarla como metáfora del triunfo de la dictadura, más aún en esos años cuarenta de apoyo al Eje y exaltación de la Autarquía mientras la población moría de hambre. Nació se comió a Internacional, una belleza a recuperar en el nomenclátor del siglo XXI al ser toda una polisemia de esperanzas. Ingresó en el Camp de l’Arpa tras las Agregaciones de 1897, según la tradición para eliminar Concordia y evitar duplicados con la homónima calle de Les Corts.

vista lateral del conjunto modernista de Nació entre Freser y Joan de Peguera. Fotografia de Jordi Corominas

Las vicisitudes de Internacional hasta la Guerra Civil son magníficas para entender cómo respiraba la barriada. En 1912, su vecino Ruiz Morales pidió arreglar y construir su empedrado, quizá en sintonía con todo el boom edilicio en los aledaños y su interior, con alguna fábrica significativa, ambientes rurales y mucha libertad en lo cotidiano, como muestran noticias de niños atropellados por bicicletas e incluso arrollados por camiones, como le acaeció en octubre de 1933 a la pobre Nuria Budí, fallecida casi al instante con apenas cinco añitos.

Los periódicos de ese primer periodo del siglo XX parecen tener miedo a incluir el artículo femenino junto a Internacional. Ese la nos remitiría al himno obrero, y proletarios había a granel en la calle, muchos de ellos entusiastas del Ateneo ecléctico del número 95, protagonista durante la Segunda República de charlas sobre espiritismo y redadas a las puertas de la navidad de 1934, cuando el Govern de la Generalitat estaba entre rejas y la derecha apretaba las tuercas a cualquier ideología sediciosa para sus intereses, como la anarquista, mayoritaria en el Camp de l’Arpa.

vista de la calle Nació desde la fachada lateral de la casa José Alá | Fotografia de Jordi Corominas

Las anécdotas de ese decenio y los anteriores son gotas para llenar el vaso de la idiosincrasia, agua de gente humilde. En 1914, se notifica una agresión de un marido a su mujer con un compás. Dos años más tarde un atraco a un ingenio alarma al vecindario, mientras el 7 de noviembre de 1917 un caballo propina una coz a Pedro Ortiz Júveda, fracturándole la pierna derecha justo la jornada en que, a miles de quilómetros, se desencadenaba la revolución rusa.

En 1923, uno de los residentes, José Sales, recibió dos puñaladas en un muelle de la Barceloneta donde custodiaba el famoso cemento Asland. Ese mismo año leemos cómo José Porter, habitante en el 30 de Internacional, pide el traslado como médico a un pueblo, quien sabe si por estar hasta las narices de atender consultas histéricas de empleados de la compañía de tranvías, heridos por la explosión de las cañerías de gas, como Eleuterio Potañes, o individuos mordidos por equinos hasta padecer desgarros en el pabellón de la oreja, caso de Francisco Castell Blanch.

Este accidente ocurrió en el número 79 de la calle Internacional, y a servidor le iría muy bien contaros como ese número inaugura la trilogía estelar de resacas modernistas, engarzada desde la fachada lateral de la finca de José Alá hasta el 75 de Nació, obra de Josep Graner y perteneciente en el registro a Elvira Robert Juval, asimismo propietaria del 77, rubricado igualmente por este artesano de la arquitectura, muy presente en el barrio y, suponemos, dichoso de dejar su sello en las proximidades de su trabajo de juventud en el passatge d’Andreví.

Fachada central de la casa Jose Alá. Fotografia de Jordi Corominas

Una cosa suele ser lo idóneo y otra bien distinta el choque con la realidad. Nació alteró su numeración en una fecha indeterminada. Por eso mismo el 79,77 y 75 de la actualidad no se corresponden con la de cuando se edificaron estas joyas medio anónimas, en apariencia sin conexiones estilísticas pese a encadenarse dos del mismo autor, con la tercera en discordia marginada por ser menos exuberante, aunque más original desde su elegante modestia.

El siguiente paso lógico sería hablaros de la familia Robert Juval, fascinante al resumir con su trayectoria las causas de levantar esas perlas en Internacional, en esencia para alquilarlas y lucrarse para aprovechar terrenos a su nombre. Elvira, pese a figurar en los papeles, huele, como desvelaré en una semana, a testimonial, no como lo ocurrido el 2 de octubre de 1929 en el pretérito número 75. A las seis de la mañana de ese miércoles, el vigilante nocturno de la calle oyó ruido en los bajos y vio cómo un individuo huía, disparándole hasta herirlo en el brazo izquierdo. Antonio Vallespí Llop había abierto la puerta con una palanca, ayudado de dos cómplices.

El suceso no retumbó en Berlín, donde, más o menos a la misma hora, Gustav Stresemann, padre oculto de Europa y fundamental para la paz de entreguerras, agonizaba por culpa de un infarto cerebral. Tres semanas después la bolsa de Wall Street despejaría las compuertas del infierno, sincronizadas con las perspectivas de la avenida de María Cristina, acceso a la Exposición Internacional. Las minúsculas calles de Barcelona bailaban al son del mundo, sin enterarse

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