Quizá debamos abandonar Freser de una vez para así movernos con mayor ligereza por el Camp de l’Arpa. Estamos en una de sus fronteras, y como bien es sabido, al menos para cualquier lector de las Barcelonas, estas suelen combinar cierta invisibilidad con una querencia por generar limbos, advertencia de lo inminente del límite y resistencia de un territorio a identificarse con otro.

A todo esto, debemos añadir otro aspecto asimismo muy reseñado en estas páginas: el imperialismo del Eixample con los antiguos pueblos del Llano. Freser confluye con el carrer de la Industria como por arte de magia. El paso de los años ha hecho perder incongruencia a esta unión; para entender sus orígenes basta con tener curiosidad, relacionar las piezas del conjunto y observar la morfología del entorno, con anterioridad ausente de Industria, libre de líneas rectas impuestas.

El passatge de la Travessera vist des del carrer Freser | Jordi Corominas

La clave, esta vez sin acariciar el cielo con los ojos, consiste en mirar para arriba y admirar un pasaje hacia el passeig de Maragall. Es uno de los puntos más mágicos de toda Barcelona desde su significación, ignorada por la mayoría de vecinos, contentos para usarlo de entrada al mercado o como conexión de la vieja carretera de Horta con Industria.

No tardaremos en desvelar todos los matices de nuestro protagonista. Por ahora nos conformamos con ascenderlo, tapándonos los ojos, por eso del misterio, cuando en su espacio se produce una confluencia con otro pasaje, este cerrado.

Una vez en su cima, procedemos a caminar unos metros más. Un mapa de 1891 revela con claridad los motivos de nuestra maniobra. En ese momento, cuando quedaban seis años para las Agregaciones, este enclave era la junción de tres caminos sacrosantos para enlazar Sant Martí de Provençals con otros pueblos de los márgenes capitalinos.

La travessera de Gràcia muere en la actualidad en Cartagena a causa de los muros de Sant Pau. Sin embargo, a finales del Ochocientos no tenía ese problema en su extensión, superaba el único entuerto de la finca principal de las posesiones del indiano Xifré y moría en el cruce donde nos hallamos, engullida por la continuación, aún pura, de la carretera de Horta, más tarde reemplazada con la excusa de la modernidad del tranvía por el passeig de Maragall, magnífico para anexionar Horta a la metrópolis.

El passatge de la Travessera desde passeig de Maragall | Jordi Corominas

Esta encrucijada se completa con un norte y sur al juntar en su imperfecta perfección todos los puntos cardinales. La rambla Volart inaugura el ascenso hacia el Guinardó, con los honores propios de su antigua denominación popular relativa a la Montaña, hacia dónde iba y va.

Decía el poeta Salvatore Quasimodo aquello de Più nessuno mi porterà nel Sud, verso más tarde retomado por Manuel Vázquez Montalbán y por servidor en este párrafo, contento al devenir maestro de ceremonias hacia las latitudes del passatge de la Travessera.

¿Cuál era su función? No vamos a postergar más la resolución del enigma. El passatge de la Travessera era un atajo como enlace entre la carretera de Horta y la de Barcelona a Sant Andreu, más tarde reconvertida en Concepción Arenal. Este era su cometido, desdibujado en la contemporaneidad por la menor elegancia del trazado urbano, más confuso en su acumulación, carente de la pretérita armonía. El passatge de la Travessera es una de las grandes fuerzas telúricas de la Ciudad Condal.

Mapa de 1891, el circulo rojo es la gran confluencia. La flecha marrón es la Travessera de Gràcia, la violeta la rambla de Volart, la verde la carretera de Horta, la azul el passatge de la Travessera

Su ubicación debió surgir sin muchas preguntas, desde lo aplastante de una junción tan prístina entre distintas e imperdibles sendas. Pese a ello, los documentos de mediados del siglo XIX no le otorgan tanto valor a la hora de reconocer el barrio, llevándose la palma en ese sentido el torrent de la Guineu, limes entre Sant Andreu y Sant Martí, y las cercanas Casas Boada, a unos doscientos cincuenta metros de distancia del passatge de la Travessera.

Este colindaba aún en 1880 con terrenos de los Xifré, quienes poco a poco se deshacían de los mismos. En abril de ese año, Antonio Bosch solicitó al Ayuntamiento de Sant Martí los correspondientes permisos para construir un tejar, negocio, todo sea dicho de paso, bastante frecuente en la zona, como comprobaremos dentro de unas semanas. El responsable de alzarlo sería Joaquim Rivera Cuadreny, contento de realizar sus primeros pinitos, aportándonos una declaración de intenciones muy vanguardista desde su sencillez.

El tejar no deja de ser otra clavija entre el pasado remoto y otro no tan lejano. Hasta finales de los años setenta, el ángulo de passatge de la Travessera con passeig de Maragall fue reputado por sus materiales de construcción, después eliminados para dar pie a la galería comercial, culminada con el agradable mercado de Camp de l’Arpa, muy notorio en cuanto a la calidad de sus productos.

Bóbila- Mapa con el proyecto de Bobila en el passatge de la Travessera

No tenemos muchas referencias del pasaje, sin apenas tinta periodística sobre sus vaivenes. En 1945, como prueban las fincas en su esquina izquierda, sobrevivió a una remodelación de passeig Maragall, más amplio como preámbulo al boom del vehículo privado desde mediados de los cincuenta.

El interior del passatge de la Travessera combinó viviendas de estética modesta, aún visibles, con negocios de muebles y hasta de estructuras metálicas. El altavoz público no recogió nada destacable entre sus muros, con toda probabilidad por haber perdido brillo inicial, no preocupar en lo mediático al situarse en la periferia y quedar eclipsado por un añadido a su cuerpo.

El passatge de la Travessera se ve reforzado con una prótesis en forma de callejón sin salida, por desgracia siempre ha sido así, a mitad de su singladura. Se trata del pasaje de Ginecós, bello por cómo configura un todo vistoso y con algo absurdo por su mismo cierre, brusco y muy propicio en las nocturnidades, pese a la estridente iluminación de su repertorio, para cualquier actividad con aires delictivos.

El passatge de la travessera visto desde el passatge de Ginecós | Jordi Corominas

Por supuesto no debemos tomarnos las cosas por esos derroteros. Todo, faltaría más, tiene una razón. El planisferio de 1891 no recoge ese extra al ser inexistente hasta 1923, cuando los médicos Climent Selvas, Enric Baldocchi, Emili Ardèvol, Salvador Casanovas y Joan Riera fundaron, con la inestimable ayuda del industrial Josep Laffite, el instituto Ginecós S.A., clínica destinada a la atención para con los problemas ginecológicos de sus pacientes, algo sólo modificado por las pesadillas de la Historia, hasta la Victoria de 1939, lapso donde Ginecós, así escrito en los callejeros, asemejaba a un apellido, sin olor a su progresista iniciativa como último centro hospitalario de las inmediaciones.

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