Un problema de un peatón promedio es su nula voluntad de plantearse preguntas en torno a lo pisado en su día a día, más ahora, cuando su vista no se sumerge en este tipo de pensamientos, abducida por pantallas, como si el aire libre fuera una transición hacia su hogar, donde seguirá con profusión el culto a cualquier dispositivo tecnológico, sin apenas contacto con la realidad.
Y sin embargo, lo hermoso de pasear es acumular interrogantes mientras surcamos las calles, parándonos ante la duda, asombrándonos por cómo las estructuras urbanas nos invitan a comprenderlas, quizá por lo escaso de la práctica, utilísima para quien quiera situarse en el espacio mucho más allá del conformismo.
Las últimas zonas caminadas por el Camp de l’Arpa son enigmas dentro de enigmas, laberintos sólo superables mediante la investigación para hallar respuestas. Las confluencias de estas cercanías son cualquier cosa, menos normales, como muestra el botón de uve que encaja los pasajes de Ginecós y Travessera, con este último libre hacia otra junción antinatural, la de Industria con Freser, eterno símbolo, invisible para la mayoría, de la expansión del Eixample y los designios trazados por Ildefons Cerdà, sin piedad alguna con la morfología de los pueblos del Llano.
En un mapa de 1871 la mayoría de estos elementos aún no han aparecido en la ecuación, tampoco nuestro protagonista. Freser se limitaba a soportar su bifurcación para permitir la ruta de la carretera de Horta hacia esa localidad, contento con proseguir hacia su senda, aún ignorante de cómo el futuro le depararía más intersecciones, como si alguien desde las altas instancias quisiera susurrarle una irrelevancia en realidad relativa pese a tanto maltrato.
En un planisferio de 1891 leemos varios cambios de altura. El tejido del Camp de l’Arpa y sus aledaños ha evolucionado, apreciándose la posibilidad de determinados enlaces con el Guinardó en vísperas de la gran urbanización de Salvador Riera. Escornalbou se imbricaba con el carrer del Guinardó y este con el último componente de tan santa e irregular trinidad.

Estas conexiones no se limitaban al antaño conocido como barrio de la montaña. No todo se ceñía a los tiralíneas hacia la carretera de Granollers como Concordia, aún no bautizada como Internacional, o Muntanya. No todo debía ser impecable, pues bella es la curva y lo sinuoso.
Esto le iba como anillo al dedo a una callecita surgida en Freser, capada entonces en Besalú, en ese instante llamada Vista Alegre, y con la suerte de tener una continuación por el carrer del Sospir hasta alcanzar las inmediaciones del tejar del señor Oliva, con sus trabajadores bien aposentados en el homónimo pasaje, por desgracia desaparecido y ahora mismo ocupado por un parque donde aún, por los muros, puede intuirse esa Historia extirpada de la superficie.
Esa callecita se llamaba de la Victoria hasta 1907, cuando una modificación masiva del nomenclátor para evitar confusiones, debidas a las Agregaciones del 20 de abril de 1897, la transformó en Lorenzale, homenaje al artista y director de la Llotja de la Ciudad Condal de 1858 a 1885, relevante como miembro de los pintores nazarenos, si se quiere, las comparaciones suelen ser odiosas, un prerrafaelita a la catalana.

Lorenzale es uno de los patitos feos de todo el Camp de l’Arpa. Ese descenso con oscilaciones hasta el ferrocarril de la Meridiana se truncó hacia 1920 al alzarse tres viviendas en su trayecto por Ruiz de Padrón, quedándose a la sazón como una travesía con galones, por no haber derivado a la categoría de pasaje, quizá por su esplendor inaugural, cuando aspiraba a más, al menos en su fuero interno. Pese a ello, fue anfitriona de fábricas textiles, entre ellas la primigenia Costa Font.

Y alguien dirá con razón que Jordi, querido, las calles no hablan. De acuerdo, pero tienen su personalidad. La de Lorenzale siempre se ha visto menoscabada por distintos factores. Ese corte de hace un siglo la degradó a ser perpendicular con Joan de Peguera, Coll i Vehí o Ruiz de Padrón, otras secundarias con algo más de solvencia por longitud y función.
Este parón brusco en su recorrido supone una incomodidad para introducirse entre sus muros, sin importar la sapiencia sobre sus entresijos o el desconocimiento de los mismos. Resulta mucho más sencillo apostar por otras vecinas como Trinxant o Nació, algo acentuado porque el acceso a Lorenzale desde Freser permanece medio oculto por el exceso de automóviles, la acumulación de cruces, el horror de las verticalidades que la flanquean y si me apuran hasta por una terraza con demasiadas sillas como para concedernos la visión de ese horizonte, tan poco digno de lienzos y pinceles.

La intrascendencia de la pobre Lorenzale puede exhibirse desde una última premisa. Cada Barcelona es una combinación de mis averiguaciones, acompañadas con fotos de mi autoría. Mi archivo visual sobre la capital catalana debe acumular más de ciento sesenta mil instantáneas, menos de diez de nuestra heroína al privilegiar con la cámara el retrato del passatge de la Travessera, la antigua Fábrica Alchemika, hoy en día Biblioteca del Camp de l’Arpa, la variedad edilicia de Freser o el nuevo parque hacia la moderna Costa Font de Francesc Mitjans, ya abordada hará cierto tiempo en estas páginas.
¿Qué nos queda de Lorenzale? Los archivos reafirman su condición de eclipsada. En 1920 la inmiscuyeron en el pistolerismo al explotar una bomba en el ingenio textil del señor Maymó, sito en el número 23. Durante el segundo lustro de ese decenio se corrigió su alineación, arreglándose su afirmado durante la Segunda República.
No atiendan novedades de calado durante la Dictadura. A finales de los años cincuenta se destinó un irrisorio porcentaje del presupuesto municipal a pavimentarla como dios manda, aprovechándose la efeméride en los sesenta para modernizarla y densificar su población con bloques más altos, sin conmiseración alguna con las anteriores edificaciones, arrasadas con la salvedad del rebelde 17, bello por longevo, último mohicano del cómo sería, inasible a nuestros ojos, transmisible sólo desde retinas ancianas, quizá las únicas aún adictas a Lorenzale, vía interna, secreto custodiado, pasarela hacia meollos y maravillas.



