¿Y si nos vamos a vivir allí donde hemos pasado las vacaciones?

Volvemos a estar en septiembre, aquel mes del año en el que el retorno al horario laboral y escolar marca nuevamente nuestras agendas. Despertadores en horas tempranas, teléfonos que suenan otra vez y mensajes en el buzón de correo que ya nos reclaman faenas. Tan bien que se estaba allí donde estábamos, incluso durante las horas que también habíamos dedicado a preparar algún tema de trabajo. Con la naturaleza al lado, poder salir a pasear sin planificarlo, espontáneamente, hacen que sintamos el placer y la relajación siempre a un instante de la concentración en la tarea laboral.

Puestas de sol y toques de campana relajantes, que no nos hacían correr, han devuelto a muchas conversaciones aquella posibilidad que los confinamientos por la pandemia del Covid pusieron sobre la mesa: la opción de dejar la ciudad y instalarse a vivir en un pueblo.

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, entre 1950 y 2050, la población mundial habrá pasado de vivir en ciudades de un 30% a un 70%. Las grandes urbes continúan concentrando un mayor número de servicios sanitarios, empresas, tiendas, centros de enseñanza para cualquier edad y espacios culturales, con todo el abanico de oportunidades laborales que ello representa.

Pero la concentración de gente ha ido haciendo aumentar el precio de la vivienda en las ciudades. Y más habitantes también significa más tráfico de vehículos, y contaminación acústica y del aire y, según evidencian ya algunos estudios, todo esto aumenta el riesgo de sufrir ciertas patologías. Son factores que llevan a muchas personas a valorar si compensa el precio de la vivienda, ruido y contaminación, por todo lo que una metrópoli aporta en sus vidas. En ciudades como Barcelona, además, se suma la gran cantidad de turistas que se concentran en ciertas zonas, especialmente en determinados momentos del año.

El freno de la actividad, desplazamientos, trabajo y ocio que la pandemia nos forzó a hacer significó un punto de inflexión en la vida de mucha gente que se cuestiona el lugar donde vive. El anhelo de salir al aire libre, disfrutar de más espacio, más luz en las casas y no estar tan lejos de la naturaleza fue un sentimiento generalizado. Hasta el punto que mucha gente que quedó aislada en su segunda residencia -o hizo los posibles para quedar aislada allí- pudo experimentar en primera persona cómo sería su vida fuera de la ciudad, más allá de las vacaciones o escapadas de fin de semana.

Pero, ¿Están preparados los pueblos para recibir a nuevos habitantes? El primer problema es la vivienda. “El territorio carece de vivienda y es imprescindible para que los jóvenes se queden y vengan nuevos vecinos. Hace falta que sea una vivienda de alquiler, porque los recién llegados no saben si se adaptarán. Y esta vivienda tiene que salir de la rehabilitación de las casas que se abandonaron hace muchos años”, declara Mario Urrea, alcalde de Torrebesses, un pueblo del Segrià que forma parte de Micropobles de Catalunya, la asociación que reúne a municipios de menos de 500 habitantes. Urrea es su presidente, y reconoce que la vivienda es un hueso duro para los ayuntamientos: “Nos cuesta mucho porque es un tema de recursos, hace falta que la administración nos dé recursos para la rehabilitación de viviendas. En nuestro municipio hay unas ochenta casas vacías, pero quizás de estas, unas setenta están en ruinas, y esto es así, en general, en los pueblos de toda Catalunya. Sí que van saliendo planes de vivienda y se conceden ayudas de eficiencia energética, pero es todo muy difuminado y todos vamos muy perdidos”.

@Repoblem

La carencia de servicios sanitarios, comerciales, educativos y culturales también se tiene muy presente. “Nos hacen falta pueblos vivos, que generen riqueza, que tengan actividad económica y diversificada. Las nuevas tecnologías nos permiten teletrabajar, siempre y cuando tengamos una buena conexión de internet. La carretera nos une con el pueblo vecino, pero la conexión de internet nos conecta con el mundo. Hay que innovar y reinventarse porque la agroindustria, -base tradicional y capital todavía de la economía rural- necesita poca mano de obra, y temporal, y también hace falta promover el transporte público en los pueblos, para no depender del vehículo privado”. Algunas de estas valoraciones, Urrea las expone en el inicio del libro Repoblem. L’any que vam tornar al poble (Cossetània). Su autor, Ton Lloret Ortínez,  ahora hace 2 años -el 26 de agosto del 2020-, al final del segundo confinamiento por la pandemia, creó la cuenta de Twitter @Repoblem, con un mensaje que decía: “Frenemos el despoblamiento en Catalunya. Buscamos personas con ganas de llenar de vida los pueblos y pueblos con ganas de llenarse de gente”.

Viendo cómo tanta gente buscaba la manera de escapar a un pueblo a pasar unos días o a quedarse en él a pasar todo el confinamiento, algunos con la idea de alargarlo tanto como pudieran o de trasladarse definitivamente, creó esta sencilla llamada. En pocas semanas fueron centenares, y en pocos meses miles los seguidores de este sitio online que casa –y continúa casando hoy – necesidades y oportunidades, en un enriquecedor tándem de camino al equilibrio poblacional. Y con una agilidad que nunca ningún organismo oficial ha tenido. Gente de los pueblos con tierras, casas, masías para alquilar o vender y quienes las quieran comprar o alquilar para disfrutar y sacar provecho personal o profesional, o hacerse masoveros, tienen en el espacio de Twitter @Repoblem una herramienta para encontrarse.

Lloret es padre de dos hijos y conoce bien la realidad, los condicionantes de la vida en un pueblo, porque él también en su día eligió un pequeño núcleo rural, en la comarca de la Anoia, para vivir con su familia, y también porque es hijo de Ton Lloret Grau, que fue el fundador de Micropobles. En los 337 municipios de menos de 500 habitantes que hay en Catalunya –unos 200 socios de Micropobles-  vive el 1,8 de la población catalana, pero desde estos pueblos se gestiona el 35% de todo el territorio, fuente de energía, alimentos y agua, por lo tanto, de salud y bienestar. El 27,6% de la población que habita fuera de las grandes zonas urbanas de Catalunya vive en el 85,5% del territorio.

Con una quincena de testimonios, casos reales de nuevas vidas instaladas en los pueblos, Lloret repasa en su libro esperanzas y vicisitudes de la repoblación, en primera persona. Y lo hace contextualizando y documentando la evolución del despoblamiento, con datos como por ejemplo que “entre los años 1900 y 1950, Catalunya perdió ya casi la mitad de los habitantes que vivían en municipios de menos de 100 vecinos por kilómetro cuadrado”. También repasa las principales causas de la migración a las ciudades, con voces como la de Mario Urrea, en nombre de los más pequeños municipios, y de Eduard Trepat y Gemma Estany.

Agenda Rural

Eduard Trepat es geógrafo y coordinador de ARCA, la asociación de iniciativas Rurales de Catalunya, que es el ente impulsor de la Agenda Rural, el documento que ha recogido con agentes de todo el territorio 892 acciones a desarrollar para el equilibrio territorial (277 de las cuales se consideran prioritarias y 59 estratégicas), que se tienen que ir implementando a partir de ahora. 350 entidades han hecho propuestas y han redactado la agenda la Asociación de Micropobles, la Asociación Catalana de Municipios (ACM), el Consejo Asesor para el Desarrollo Sostenible (CADS) y ARCA, a través de sus Grupos de Acción Local del Programa Leader (Ayudas para el desarrollo económico de las zonas rurales), en todo el territorio.

“No se es consciente, como sociedad, de lo importante que es mantener y aumentar los espacios agrarios, para el abastecimiento de alimentos de proximidad. Y para tener una buena transición energética, hace falta que el territorio esté bien gestionado, y por eso tiene que haber gente que lo gestione, a nivel forestal y agroganadero. Y para que el territorio rural esté vivo, en él ha de vivir gente que pueda trabajar en todos los sectores económicos, y acceder a los servicios básicos”, expone Eduard Trepat. También según él, la principal barrera que encuentra el equilibrio territorial es la dificultad de encontrar una oferta de vivienda adecuada, vivienda pública de alquiler. “El mercado de la vivienda es un problema, hay mucho alojamiento dedicado al turismo y no a la vivienda social”, dice. Gemma Estany, coordinadora también de ARCA, explica que la promoción de micros y pequeñas empresas para diversificar la economía en los territorios rurales es un trabajo prioritario para el programa Leader, pero sus esfuerzos también topan con la carencia de alojamientos. “El trabajo hasta ahora era lo más importante, pero actualmente lo que frena es la vivienda, que haya disponibilidad de ella es clave para la repoblación”, declara Estany.

Desde Berga, Rosa Prat, que es vocal de la junta de la Asociación Comarcal de Empresarios del Berguedà (ACEB) y miembro del equipo de gerencia de la inmobiliaria y constructora local Clau 21, confirma el cambio después de la pandemia. “Berguedà, Osona y Solsonès, que son en una hora y poco de Barcelona, se han beneficiado mucho a nivel inmobiliario. Mucha gente que tenía segunda residencia en el Berguedà lo han transformado en primera y algunos han cambiado una cosa pequeña por una casa más grande. Otros han venido de nuevo. Pero al casco antiguo de Berga, por ejemplo, hay casas en estado ruinoso y el ayuntamiento no puede intervenir”. Prat considera, además, que bolsa de vivienda y trabajo deberían ir de la mano, pensando en todo aquel que quiera ir a vivir a un pueblo.

La fórmula de cesión de uso de viviendas combinada con un trabajo en el territorio podría atraer gente, y con más garantías de calidad de vida. Es otra idea que la abogada laboralista Eva Ferré plantea, pensando en poblaciones como Ripoll, con muy poca vivienda de alquiler. Ferré es la presidenta de La Qperativa, una cooperativa especializada en la atención a la economía social que, entre otros servicios, ofrece un espacio de coworking en el núcleo antiguo de Ripoll. Abrió el 28 de enero pasado, en un edificio del año 1902 que ha requerido una reforma estructural. Potenciar la vivienda cooperativa, que no sea especulativa es una de las prioridades de los Ateneus Cooperatius como los que promueven desde La Qperativa, el de Terres Gironines y el del Baix Llobregat. En su local de 380 m² en la capital del Ripollès acompañan la gestión de proyectos y promueven la creación de economía cooperativa local. Porque la fuga de talento calificado con título es una de las otras realidades de municipios como Ripoll. Lo sabe bien Nancy Rovira, técnica de desarrollo rural de la Agència de Desenvolupamet del Ripollès y responsable de Can Salvans Apartaments. Ella es hija de Ripoll y después de estudiar Historia del arte en Barcelona quiso volver, “por una cuestión más romántica que práctica”, dice. “Para toda la burocracia, tienes que ir a Girona o a Barcelona”, comenta. Y, si no se dispone de coche, explica, puede ser una odisea. “El tren es patético. Un tren lanzadora con el qué llegáramos a Barcelona en una hora y media sería un buen recurso, pero nunca se ha apostado por ello”, lamenta. “El problema básico, a nivel de administración, es que muchos programas se diseñan desde un despacho de Barcelona, con clave urbana, pero sin haberse pateado el territorio”, añade.

Vivienda, trabajo y comunicaciones dibujan, pues, el triángulo más cuestionable y de actuaciones urgentes más necesarias, si se quiere disfrutar de los pueblos como espacios de vida y no únicamente de distensión, o de huída.