La obtención de educación universitaria es una de las vías que garantiza unas mejores condiciones materiales a lo largo de la vida. El año 2019, en el estado español, las personas con estudios superiores tenían unas tasas de paro un 5,5% más bajas que el total de la población, el diferencial era todavía más grande para las mujeres, llegando al 6,2%. La tasa de ocupación de las personas con estudios universitarios era 12 puntos porcentuales superior a la media española en 2018 y sus salarios eran casi un 60% más altos. Aun así, como ya comentamos en un artículo anterior, el acceso a la universidad continúa determinado por el origen socioeconómico del estudiantado, generando persistencia en la desigualdad educativa y de renta. A este problema se suma otro: cuando una estudiante de origen socioeconómico vulnerable consigue saltar la barrera de acceso y empieza a estudiar en la universidad, todavía tiene que afrontar más obstáculos. Y es que de media el rendimiento académico y la inserción laboral post-universitaria del estudiantado proveniente de entornos más desfavorecidos suele ser peor que la del estudiantado de origen acomodado. Así pues, en este artículo nos centramos en explicar las desigualdades que perduran en el vínculo entre universidad y mundo laboral.
Por ejemplo, un estudio encuentra que entre dos estudiantes que obtienen el mismo grado en la misma universidad inglesa, aquella que proviene de una familia con rentas altas percibe un 10% más de ingresos que la estudiante que ha seguido exactamente la misma trayectoria, pero proviene de una familia de rentas bajas. Así pues, la desigualdad se arrastra también aunque se llegue a la universidad e incluso perdura si se consigue graduarse con éxito. Una desigualdad que, como muestra otro estudio para Estados Unidos, ni siquiera se erradica entre aquellos estudiantes que acceden a las mejores instituciones universitarias.
Esta desigualdad persistente se puede explicar por varios motivos. El primero es el área de conocimiento que se estudia. Varias investigaciones han demostrado que el campo de estudio es uno de los componentes más importantes a la hora de determinar las diferencias salariales entre dos personas con el mismo nivel de estudios. Y tanto en Cataluña como en España, el origen socioeconómico es un componente importante para determinar qué carrera o camino académico escogerá cada estudiante. Por ejemplo, como ya se ponía de manifiesto en un artículo publicado en Crític, en Cataluña, en aquellas carreras que tienen unas notas de entrada más altas hay una sobrerrepresentación de estudiantes que provienen de institutos privados o concertados. Un hecho que también se evidencia en un artículo publicado recientemente en este medio y en los datos del ministerio, donde la sobrerrepresentación de estudiantes con padres y madres que tienen estudios superiores es mayor en las ramas de ingeniería y arquitectura, ciencias de la salud y ciencias.
Así pues, existe una segregación en el área de conocimiento según el origen socioeconómico que se convierte en las diferencias que se observan posteriormente en el mercado laboral. Si bien este sesgo puede ser causado por preferencias, es altamente probable que una parte importante de la decisión esté condicionada por divergencias en los requisitos que hay entre diferentes grados, como por ejemplo en los horarios, los periodos de evaluación, las prácticas obligatorias o la dificultad de compaginar los estudios con un trabajo remunerado, las necesidades familiares o el acceso a becas. Por lo tanto, dados los desequilibrios existentes en la estructura, la exigencia y la disponibilidad que se necesita para cursar diferentes grados, es importante entender si este hecho actúa como barrera para una parte de las estudiantes.
Aun así, como hemos dicho, las desigualdades continúan presentes aunque las estudiantes escojan estudiar los mismos grados y en la misma institución. Este hecho puede deberse a verse obligadas a combinar estudios y trabajo. Según datos de la encuesta de inserción laboral de los estudiantes universitarios en 2019, si dividimos las estudiantes según el nivel de estudios de sus madres (un indicador muy común que se utiliza para determinar el origen socioeconómico de una persona), vemos que las que provienen de un entorno más vulnerable es más probable que en algún momento de la carrera tengan que compaginar estudios y trabajo. Un 57% de los graduados universitarios que tienen madres que han completado como máximo la educación primaria había trabajado de manera remunerada mientras estudiaban en la universidad. Para aquellos estudiantes con madres con educación universitaria o superior, la cifra era del 37%. Además, posteriormente a haber acabado los estudios, es más común para los estudiantes de entornos socioeconómicos altos que su primer trabajo sea un contrato de prácticas y formación. Contratos que, a pesar de ser más precarios, muchas veces son la puerta de entrada en el mundo laboral en el sector en que una se ha formado. Una cuestión que también se ve reflejada en el hecho que, en 2019, para un 68% del estudiantado con madres con educación superior este primer trabajo una vez graduado requería de un título universitario, frente al 40% de las estudiantes con madres sin estudios universitarios.
Otro punto a tener en cuenta es el rendimiento académico durante los estudios. Si ya comentábamos en el artículo anterior que las redes de apoyo informales son cruciales para las decisiones que las estudiantes toman con respeto a su trayectoria educativa, también lo son para el rendimiento académico. Cosas tan sencillas como que tu entorno sea consciente de las dificultades que implica completar un grado universitario pueden ser determinantes para poder estudiar más y sacar mejores notas. Así pues, es importante que, más allá del apoyo informal, haya una red de apoyo institucional con el objetivo de mitigar esta disparidad. Aun así, de nuevo, no es solo una cuestión material. Es necesario entender cómo los agentes que interactúan con las estudiantes – desde el profesorado, hasta todo el entramado administrativo- pueden influenciarlas, motivarlas (o desmotivarlas) y actuar como modelo. Además, hay que tener en cuenta que algunos requisitos y condicionantes, sobre todo en materia de becas y ayudas, pueden generar también desigualdades para aquellos estudiantes que dependen de la beca para poder continuar estudiando. En este sentido, la eliminación del requisito de una nota mínima para ser elegible para la beca general fue una política en la buena dirección. Pero todavía quedan pasos para hacer, como por ejemplo facilitar que las estudiantes más vulnerables también tengan facilidades si quieren reconducir sus trayectorias educativas.
Así pues, para garantizar la igualdad de oportunidades no es suficiente solo en centrarse en conseguir un acceso en la universidad que no dependa del nivel de renta, sino que también es necesario garantizar que tanto en el proceso de completar los estudios, como en la transición hacia el mercado laboral, de nuevo, no sea el origen socioeconómico el que determine el éxito o el fracaso.


