Aún tengo deudas pendientes con Ruiz de Padrón, por no hablar de Coll i Vehí, asuntos condicionados por dudas en torno a la autoría un edificio emblemático, como casi siempre olvidado en estas calles, cuya génesis explica en muchos sentidos la del moderno Camp de l’Arpa, zona del viejo Sant Martí de Provençals con aires de Far West, como comprobaremos de nuevo a lo largo de los siguientes párrafos.

Estos conflictos a solucionar han retardado el movimiento de mis pasos. Me hallo en un punto favorable y conocido, la encrucijada entre Coll i Vehí y Eterna Memoria, cuando esta última pierde su nombre, ideado por Micaela de Borràs Peguera en honor a su difunto esposo, e inicia Muntanya, en boca de todos por su futura transformación en un eje verde de barriada para, transcribimos las palabras de la web municipal, adaptarse al modelo del siglo XXI para priorizar vecindario, calidad ecológica y movilidad sostenible con la idea de facilitar los desplazamientos a pie, reducir la contaminación del aire y dinamizar el pequeño comercio.

Vista del carrer Muntanya | Jordi Corominas

Entre los objetivos a disminuir también figura el ruido. Nadie duda del éxito de haber casi peatonalizado el carrer Rogent, pero en un estudio reciente sobre excesos acústicos figuraba entre las avenidas más dañinas de toda la ciudad, y un futuro similar podría esperarse de Muntanya si nadie pone freno a las terrazas,  amor tóxico o ambición no declarada y siempre visible de las autoridades tras la pandemia, como si no pudiéramos vivir sin ellas y las necesitáramos en todos los centímetros urbanos, una sandez perjudicial para contener el aumento de precios y desarrollar una auténtica vida de barrio, o al menos intentarlo.

Muntanya tiene otro don en su haber: la barbaridad de pequeño patrimonio de relumbrón, a diseccionar durante las próximas semanas mientras nos acercamos a la frontera sur del Camp de l’Arpa.

Vista del carrer Muntanya desde la plaza del Doctor Serrat | Jordi Corominas

Todas estas bellezas edilicias bien restauradas podrían proporcionarle otro valor, más definida como estructura a principios de los años ochenta del siglo XIX, cuando aparece en un mapa como un cuerpo sólido y bien alineado en la cuadrícula, a diferencia de otro de 1871, cuando ni siquiera encaja con Eterna Memòria, quizá por ser una idea a implantar. Este hecho debe remarcarse, pues en la década de su consolidación todo apunta a una consolidación de su morfología, como si el Ayuntamiento de Sant Martí hubiera tomado medidas reguladoras del espacio, eso sí, sin llenarlo de modo indiscriminado porque esa función correspondía a los aventureros del terreno, aún con la mentalidad del lejano Oeste para colonizar esas parcelas agrestes y tan provechosas para su lucro personal.

Uno de ellos será el protagonista central de nuestras andanzas en este último jueves septembrino. Se llamaba Antonio Pont i Solé; desarrolló su actividad durante tres largos decenios en el perímetro del Camp de l’Arpa y sus aledaños, inmiscuyéndose en casi todos sus rincones desde sus modestos orígenes, hasta devenir un arquetipo.

Las razones de su transformación sirven para explicar cómo progresó el crecimiento edilicio del Camp de l’Arpa en el último cuarto del Ochocientos. Pont se trasladó a José Riera/Ruiz de Padrón y desde esta localización prosperó hasta empeñarse hacia una visión más totalitaria del conjunto, centrándose en la década de los ochenta en Muntanya, donde erigió múltiples inmuebles, la mayoría de ellos firmados por el maestro de obra Frederic Farreras i Villalonga.

La casa Joaquim Puig del carrer del Vent en Horta, atribuida a Frederic Farreras | Jordi Corominas

La relación entre ambos es la otra casilla para sintetizar cómo podían funcionar determinados lazos entre contratista y contratado en el área de los Pueblos del Llano. Antonio Pont, ausente en las hemerotecas y en cambio muy presente en documentos de archivo, era analfabeto y solía delegar en apoderados para firmar los papeles a presentar al Ayuntamiento. Podemos imaginarlo como un señor rural sin muchos conocimientos, en general contento si en las cuestiones relativas a esas fincas para alquilar obtenía eficacia y beneficios casi instantáneos, casi siempre derivados de la velocidad de sus empleados, a quien debía valorar más como si fueran ganado, desde lo rentable mezclado con escasa sentimentalidad.

En otra ocasión Pont apareció en estos análisis entre paseos, cuando intenté averiguar quién era el autor de un edificio a su nombre en la esquina de Rogent con Bassols. Entonces, y ahora, lo atribuí al maestro de obras Molinas Coll, el sucesor de Farreras Villalonga en los afectos del prócer, con quién pudo tener algún malentendido definitivo para cancelar tan longevo vínculo de mutuo interés.

A la izquierda la casa Antonio Pont en Meridiana con Muntanya. A la derecha la isla Meridiana del carrer Muntanya | Jordi Corominas

El maestro de obra había nacido en Horta en 1837 y debió ser un firme nacionalista de su pueblo, aislado de Barcelona hasta el tranvía y la agregación de 1904. Muchas de sus obras subsisten en su municipio, la mayoría modificadas; su estilo podría intuirse en todo su legado de Muntanya, asimismo, o eso creo, derribado al poco de cuajar porque no sospecho en Pont una personalidad avezada a las florituras. Si no era cariñoso con sus allegados a nivel laboral tampoco lo sería con las casas, sobre todo si daba con vías extra para amortizarlas una y otra vez.

Digo esto porque en la Muntanya de hoy en día el rastro del binomio Pont-Farreras, quien proyectó junto a otros los pórticos del passeig Picasso, es invisible, y sólo podríamos desvelarlo con mucha minuciosidad para ver si subsiste algo de todo ese empuje con la potencia de un relámpago. De la nada aspiraron a todo, para venderlo a posteriori a otras pujanzas económicas con idéntico espíritu utilitario. De Farreras, Molinas Coll o Graner se pasó a Ramon Ribera Rodríguez como hegemónico. No era otro nivel, sólo una nueva generación con unas coordenadas de moda muy marcadas, eso sí, sin grandes aspiraciones de traspasar las fronteras hacia el centro pese a las Agregaciones de 1897.

Tenemos, sin embargo, dos últimos datos; uno para elucubrar sobre el comienzo de Muntanya y otro más bien sobre los últimos coletazos de Pont i Solé. El primero se aprecia en el planillo de 1882, donde Muntanya sube desde el carrer del Clot, cortándose por la carretera a Granollers/ Meridiana y el Rec Comtal. Estas dos barreras debieron ser su gran escollo para ascender hacia el Camp de l’Arpa.

Mapa muntanya. Mapa de 1882. En rojo el tramo de Muntanya del Camp de l’Arpa y en marrón el de bajo Meridiana. En azul el carrer del Clot. La línea verde muestra el Rec Comtal

En 1898 Antonio Pont engatusó a su tocayo Antoni Costa, con legado a la vienesa en rambla de Catalunya, para que le elevara un bloque de pisos en la esquina de Meridiana con Muntanya. Aún subsiste y muestra cómo el patito feo de Cerdà crea una brecha irreparable entre los dos supuestos sectores del Clot. La casa de Pont y Costa es meritoria, si bien sólo tiene adeptos por un bar chino en los bajos, otro recuerdo más para la amnesia venidera, como la isla excepcional al otro lado, único resquicio de una Muntanya a la última por su remodelación y sin memoria alguna de su pasado.

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