En Italia gana la extrema derecha, la inflación sigue desbocada, la guerra en Ucrania se recrudece y el mundo occidental se prepara para uno de los inviernos más difíciles que el mundo salido de la IIGM ha visto nunca. Mientras tanto, en Cataluña, que no será un estado independiente, pero claramente vive en su propio microcosmos mediático-político, observa atónita cómo la rueda del hámster, milagrosamente, puede seguir rodando un rato más. Éstos son los hechos recientes que llevaron a la situación actual:
Albert Batet, tembloroso, tomaba la palabra en el debate de política general en el parlamento de Catalunya para afirmar que de no cumplirse el Acuerdo de Gobierno firmado al inicio de la legislatura entre Junts per Catalunya, ERC, y la CUP, propondrían una cuestión de confianza al presidente Aragonés. Quien lo pedía, recordemos, era el presidente del grupo parlamentario de Junts per Catalunya, socio de la coalición que gobierna la Generalitat.
Aragonés, que no tenía constancia de que Junts per Catalunya formularia tal petición, citaba de urgencia a los consellers y conselleres, primero, y al secretario general de Junts per Catalunya, Jordi Turull, después. Pasadas tres horas de reunión, el president anunciaba el cese del vicepresidente Jordi Puigneró, argumentando que éste no le había comentado previamente que Junts anunciaría una cuestión de confianza y que este hecho suponía una total pérdida de confianza.
Junts por Catalunya, que debía celebrar una reunión de la ejecutiva, postergaba al día siguiente la reunión. Sobre la mesa dos posibilidades: salir del gobierno o pasarle la pelota a la militancia para que decida. La solución, made in procés, llegaba al atardecer en forma de tercera vía. Junts le pasará el balón a la militancia, pero antes de hacerlo, le deja tres días a Aragonès para que rectifique su decisión. Es evidente que no lo hará, pero así logran ganar algo de aire en una partida de ajedrez que, por primera vez en mucho tiempo, han sido claramente superados por los republicanos. Estamos frente a un gobierno taciturno y enfrentado, pero no todavía muerto.
Esta es la crisis más importante que ha tenido el govern hasta la fecha, una crisis que no está ni mucho menos cerrada. La crisis del govern es, a la vez, la crisis interna de Junts per Catalunya, dividida a simple vista en los bandos Borràs-Turull. Pero sólo a simple vista. Cabe preguntarse cuánto ha pesado también en la decisión tomada por la dirección la voz de los consellers que, como Alsina o Giró, pueden tener ambiciones presidenciables. Por no hablar de los aproximadamente trescientos cargos asignados a dedo que perderían el trabajo de un día para otro.


