
De pequeña vivía un barrio en el que casi todos éramos hijos de inmigrantes. Mi día a día era ir al parque junto a mis amigas. Nos gustaba mucho jugar a pelota intercambiar cromos o también simular que participábamos en Operación Triunfo. ¿Se acuerdan? El primer concurso musical que se emitía en el canal TVE 1 y que en 2001 fue todo un éxito.
Pues como les decía, mis amigas y yo nos poníamos en un rincón del parque donde había una pequeña tarima, allí cantábamos y bailábamos, hacíamos mil movimientos de cadera mientras cogíamos una ramas de árboles simulando que era un micrófono.
Toda esa fantasía nos hacía soñar que algún día todas seríamos cantantes famosas.
De pequeños todo lo que vemos y leemos nos marca de por vida. Quien no se acuerda de los libros que leía de pequeño. La cultura forma parte de nuestras vidas desde que tenemos recuerdos. Pero la realidad es que algunos tienen mayor accesibilidad que otros. Nosotros vivíamos en un barrio en el que todo el mundo iba justo económicamente, mis amigas sólo podían disfrutar de la cultura en la escuela y eso se notaba mucho.
De hecho, eran las primeras que estaban entusiasmadas cada vez que iban el teatro. A mí esto me hacía sentir mal, ya que durante mi infancia viví con dos familias, la biológica y la otra es la que nos llevó a mi madre y a mí a Cataluña. La familia adoptiva se dedica a realizar decorados de teatro, televisión y películas. Esto hizo que viviera desde muy pequeña un mundo de fantasía. Crecí rodeada de pintura, pinceles, y mil elementos para poder hacer grandes decorados. Cuando tenía siete años mis padrinos me llevaron a ver la ópera Aida en el gran teatro Liceu. Fue la primera vez que iba. Era impresionante cómo estaba construido todo, pero sobre todo me llamó la atención que de las 300 personas asistentes era la única persona negra de la sala.
.-Mi madrina me agarra fuerte de la mano mientras hay una voz que dice que la abre está a punto de empezar. Me pongo muy nerviosa al ver que todo el mundo está quieto y mirando fijamente a las cortinas. Siento como si el mundo se parara en el primer instante de la obra. De hecho, esa sensación todavía la tengo cada vez que voy a teatro.
Empieza la obra y mis ojos se abren como dos naranjas, veo que la protagonista es una esclava negra etíope que está enamorada de un hombre con poder que se divide entre el amor de ella y la lealtad al faraón. La historia me enganchó desde el primer minuto. Pero lo más fuerte es que esa ópera cambiaría mi vida. Por primera vez vi a actores negros en un escenario, nunca había pensado que la gente negra también podíamos traspasar la barrera y ser artistas. Conecté directamente con los juegos de imitación que hacíamos en el parque con mis amigas negras. Pero lo curioso es que toda la gente que imitábamos era gente blanca. Hasta ese momento sentada en esa gran butaca dentro del teatro liceo, no me había dado cuenta. Salí de la ópera con un sentimiento extraño. Mis preguntas eran: ¿Por qué soy la única negra dentro del teatro?, ¿y porqué no hay actores racializados dentro del mundo de la interpretación?
Pasan los años, y la vida me lleva en el mundo del activismo, empiezo a luchar contra los abusos sexuales a menores. Durante cuatro años he estado visibilizando este tema tan tabú. Empiezo a dar conferencias, talleres y formaciones a profesionales. Veo cómo la sociedad siempre te mira un poco más por el simple hecho de ser negra. Un día me llamó una amiga de Olot diciendo que desde su entidad querían proyectar el documental “Las resilientes” y que quería que fuera la moderadora. ¿Yo?, le dije. Y a continuación pensé que se había equivocado de número. Ella me remarcó que le hacía mucha ilusión que pudiera ir, porque me había visto en una charla y le había gustado mucho la forma que comunicaba. Respiré profundamente, y le dije que sí.
¿Por qué me puse tan nerviosa?, ¿por qué dudé que Sonia quería que fuera yo? Estuve las dos semanas antes nerviosa, no sabía cómo moderar, nunca lo había hecho. De hecho, le pregunté a mi abuelo cómo la gente moderaba debates. Llegó el día, los nervios desaparecieron una vez vi que no era para tanto, y que lo que estaba haciendo que esté de esa manera era mi inseguridad. Empecé el debate diciendo: “Siempre que iba a un debate estaba detrás, tenía miedo de destacar, socialmente me han educado que no puedo ser el centro de atención, y que estos espacios sólo pueden ser para gente blanca, por eso cuando me llamó Sonia pensé que no me lo merecía, que no tenía que estar sentada frente a usted”. Esas palabras fueron la entrada de un debate muy interesante. Esta experiencia me ha hecho entender que las mujeres negras tenemos el síndrome de la impostora más despierta que nunca. Que muchas veces nuestros padres por miedo a que nos señalen nos han dicho que es mejor no llamar la atención.
La cultura es un espejo, nos hace sentir que nosotros podemos ser músicos, actores o escenógrafos. Todos tenemos derechos a vernos en este espejo, es la única forma de poder sentirnos identificados. El día 4 de octubre estaré actuando en el teatro Poliorama, representado “Darrere la porta” la historia de mi vida y la superación de los abusos sexuales que sufrí. Quien iba a decirlo, la niña de siete años, que se emocionó al ver la ópera Aida en lo alto de un escenario. Espero poder ser un referente más y poder enseñar a las niñas negras que no sólo podemos imaginar ser actrices en un parque los siete años, sino que también podemos serlo en la vida real.


