Hay nombres invisibles en la realidad, y sin embargo sobrevuelan nuestros pasos, susurrándonos. Seguimos en el carrer Muntanya, donde asimismo se impone una especie de anonimato colectivo de su patrimonio, sólo salvado hace poco por la colocación en su número 113 de una placa para recordar que, en ese domicilió, en 1909 se fundó el Martinenc, club emblemático de estos barrios, en plural, pues el equipo ahora también forma parte de la Historia sentimental del Guinardó desde su campo del carrer Telègraf.

La casa Aragall Tuset vista desde el carrer Muntanya | Jordi Corominas

Esta carambola podría darme, lo hace, para reflexionar sobre la conexión de estas dos latitudes. Hace poco, en una charla en un centro cultural del Camp de l’Arpa, mencioné cómo Muntanya debería tener de enlace natural la rambla Volart, el ascenso hacia las cimas de Sant Martí antes de las agregaciones. El binomio no se produce porque Volart se halla más alejada, pero la función de ambas calles es similar en ese sentido de escalar e ir hacia arriba, si bien mis análisis de mapa me hacen intuir cómo Muntanya, con la excepción de su trocito correspondiente a la Eterna memoria del viudo de Micaela de Borràs Peguera, se inició abajo, en el tramo inferior entre el Clot y la Meridiana, más en las cercanías del Rec Comtal.

Aquí sólo podemos intuir y deducir a partir de estas referencias del pasado. En la Meridiana sobrevive esa particular isla, el paso de Muntanya entre la casa Antoni Pont y el bloque anómalo, una referencia porque es único y muestra unas tipologías extintas y siempre amenazadas por la conversión de la avenida en un reino del tráfico rodado. Los edificios a este debieron desaparecer a cuentagotas para ratificar tanta polución a cuatro y dos ruedas.

La isla Muntanya de la Meridiana | Jordi Corominas

En el cruce de Muntanya con Clot tampoco podemos apreciar mucho por la apertura en los años setenta del carrer Aragó, otro guiño del expansionismo del Eixample con la tragedia de desfigurar la morfología antigua de este intersticio.

Si volvemos a caminar hacia el Camp de l’Arpa es como fascinante elucubrar en torno el actual parque con vistas a la Meridiana, adonde iremos dentro de unas semanas para desmenuzar cómo no hace tanto era ejemplar como urbanización peculiar creada durante el último tercio del siglo XIX. Sus casitas del carrer de Trinxant parecen tener las horas contadas desde el PGM de 1976.

En el cruce de Meridiana con Muntanya debemos ubicar a Can Vintró, uno de tantas masías de uno de los mayores latifundistas de los alrededores. Así se ingresaba al fragmento de Muntanya del Camp de l’Arpa, casi yermo tanto en 1871 como en 1882, cuando se ha alineado como en la actualidad.

Por aquel entonces el dueño de esta línea recta con oscilaciones en su pavimento casi era Antoni Pont con sus operaciones tan de Far West a base de invertir en el ladrillo para, con toda probabilidad, preocuparse poco por la longevidad de lo construido al dar toda la importancia del mundo a ganar y ganar capital, pero esto sólo son hipótesis, mientras la vista actual ofrece registros más de un periodo hacia 1900, la cronología mayoritaria para los edificios de Muntanya.

Entre sus creadores sobresale, como nombre muy recurrente, Ramón Ribera Rodríguez, un maestro de obra con mucho trabajo en este perímetro, eficiente y variado. Los ojos se enfocan hacia la confluencia de Muntanya con Besalú, donde una finca esquinera despliega una triple fachada y recta sinuosidad desde esa condición trinitaria, curiosa y muy atrayente, de cierto hipnotismo si repites la visita con relativa frecuencia.

La casa Aragall Tuset desde el carrer Besalú | Jordi Corominas

Algún barcelonés redundará en lo de ir hacia este punto de la ciudad por el restaurante de sus bajos, una marisquería bien valorada, no sé si tanto como otros bares próximos con almuerzo de tenedor.

A todos nos gusta comer y pocos miran hacia el cielo, por eso la casa Aragall Tuset podría pasar desapercibida, algo alucinante la sobria originalidad de sus pisos superiores, sugerentes, y aquí alguien podría exclamar con razón la supuesta normalidad del inmueble. Tendría razón, como la tengo al ponderarlo no sólo desde lo estético al ser su ubicación uno de los hitos en el panorama del Carrer Muntanya, en especial cuando lo desciendes y centras el horizonte en su lado izquierdo.

Vista de la casa Aragall Tuset | Jordi Corominas

Poco sabemos de los Aragall Tuset más allá de elucubraciones y algún dato sin continuidad. Narcís Aragall Tuset nació en 1864 en el pueblo de Sant Marti de Provençals y fallecíó en 1946. Su mujer murió quince años antes, en enero de 1931, a los sesenta y dos años. Su residencia era Villa Teresa, en el número 3 del carrer de Montserrat de Casanovas. Su vecino en el 4 era Salvador Vaqué, amante de Enriqueta Martí, famoso durante un suspiro por un registro en 1912 a la búsqueda de pruebas incriminatorias, inexistentes.

Ahora eso también se esfumó mediante el derribo de esas torres mezcladas con el simbolismo de estar en la cumbre, dentro de un barrio con vocación inaugural de ciudad jardín a la inglesa, una de las joyas menos reconocidas por los barcelonesas, cuando Font d’en Fargues casi refleja la distancia de una punta a otra, pues, si en vez de su hermosa denominación se llamara Sant Gervasi, tendría otro caché, físico y mental.

Quizá Villa Teresa, como tantas otras con dedicatoria a la mujer, fuera obra de Lluís de Miquel i Roca, maestro de obra rubricante de la casa Aragall Tuset del carrer de la Muntanya. Su trayectoria me ha sorprendido y conduce al primer párrafo de estas Barcelonas. Siempre está y casi nunca lo percibimos. Expandió su firma por toda la capital catalana. En mi caso concreto me fascina, sin menospreciar cierta querencia arábiga cuando se daba toques artísticos, cómo tres de sus construcciones siguen esta ruta de hoy en pendiente, como si montaña quisiera abducirnos con múltiples sendas.

La primera de ellas es la de Clot 191, de los hermanos Vilagut. Sus balcones miran a la torre del Fang desde este gusto de roca por no limitarse a una sola fachada si el ángulo le concedía la posibilidad.

La casa de los hermanos Vilagut al carrer del Clot | Jordi Corominas

La segunda sería la Aragall Tuset en Muntanya, mientras la tercera remata tanto esfuerzo hacia las alturas en una de las calles menos transitadas de la Font d’en Fargues por sus endiablados desniveles. Se trata del carrer de Maurici Vilomara, preludio al merendero a recuperar junto a la fuente que bautiza a todo el barrio.

En sus números 51-53, cimentadas como si se dispusieran a volar, Lluís de Miquel i Roca debió divertirse al idear viviendas gemelas, con coronación de fantasía, para José Cartoixà Roig, a quien el trabajo cotidiano en su papelería librería le había brindado la ocasión de ese lujo inmobiliario, fantástico tanto para huir de la urbe y dominarla desde lo alto como para un buen alquiler, una de sus similitudes con la casa Aragall Tuset junto a la discreción de ambas, no por ausencia de coquetería, sino por ser periféricas, a la espera de ser descubiertas sin alterarles su omnipresente tranquilidad.

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