Cuando al final del artículo anterior un servidor ironizaba sobre el lugar donde podría estar cociéndose el actual espíritu de innovación en comunicación quizás la ironía no fuera tanta: que la liebre salte por un matorral distinto al que se espera. Porque es necesario cambiar de raíz el planteamiento del objeto que se persigue para que una verdadera innovación se produzca, nada debe esperarse de quien no aspira a trastocar las cosas. Nada nuevo, siempre ha sido así y no habrá cambio radical sin regar una raíz nueva y distinta.
Hubo de aparecer un Elvis Presley para que se desbordasen los márgenes de la cultura juvenil en lugar de esperar nuevas creaciones de Tony Bennett; tuvieron que foguearse unos Beatles en los cuchitriles de Hamburgo para que estallara lo que debía estallar, mientras los Shadows pasaban las vacaciones en Sitges arrullando a sus compatriotas de Manchester; hubieron de ser rechazados los Rolling Stones por la EMI para caer en brazos de la Decca y convertirse en satánicas majestades. La regla de oro parece ser ruptura o pifia.
Cuando se produjo la extensión de internet a todo el planeta y se universalizó su acceso se produjo el atisbo de un cambio de paradigma en la comunicación, cuya culminación aún estamos esperando. Asomó la patita la llamada web 2.0, la red social como aspiración al cumplimiento final de la promesa ilustrada: información para todos, educación universal, democracia radical. La Wikipedia representa aquel sueño, pero la obra de Jimmy Wales es realidad y bien tangible: la web 2.0 en sus términos genuinos era factible.
Muchos nos alzamos como militantes de aquella promesa: había llegado nuestra hora, la de devolver a los ciudadanos el patrimonio que les pertenece, que es el derecho a la información. La reacción fue tremenda y los resultados están a la vista: una pseudocomunicación digital dirigida y canalizada mediante apps, una información partida en dos, la de calidad para quienes la pueden pagar por una parte y el entretenimiento cuasiinformativo por otra. Ese es el marco económico real del negocio y no otro que vaya a solucionar un muro de pago.
La gran digitalización y la recomercialización de la red acabaron con el sueño de una información libre y compartida. Pero la cosa no tenía porque terminar de este modo. El error ha sido, como se ha dicho en las pasadas jornadas de instituciones periodísticas celebradas con la participación de la Fundació Periodisme Plural, abandonar el negocio de la información a los negociantes. Ya hemos visto que la innovación no vendrá por parte de las empresas informativas que operan en la red: sus productos no son más que versiones digitales de la misma prensa impresa que publican en paralelo. Obsérvese un detalle: esos diarios clásicos presentados en pantalla presentan ahora como gran innovación… ¡el podcast! Un formato antiguo de la era de los blogs de hace 20 años que, entonces sí, apareció en los albores de la web 2.0 como una forma innovadora de arrebatar la magia de la palabra hablada a la radio y fomentar un policentrismo comunicacional hablado en el seno de los blogs.
¿Cómo van a introducir elementos de cambio en la información los resistentes a la innovación? Unos modelos de empresas y empresarios que, ante una descomunal crisis del modelo de negocio, sólo han sabido responder con muros de pago, es decir, mantener a raya y ahuyentar clientes en lugar de atraerlos e integrarlos (cosa por otra parte imposible con unos modelos y productos obsoletos). Nadie ha tenido el coraje de liberar las fuerzas existentes entre los lectores –comenzando por mostrarles confianza, como hizo Antonio Asensio y sus colegas hace 40 años—ni de ir más allá de formas de participación tímidas y canijas. Solamente lo han hecho medios nativos de la red como Eldiario.es, La Marea o estos mismos periódicos de la Fundació Periodisme Plural junto con otros parecidos. ¿Dónde están hoy teorizaciones como la del “citizen journalism” o periodismo de base de Dan Gillmor, característica de la web 2.0? En su lugar recibimos las patéticas “cartas del director” por parte de los directores de diarios, que se nota que están escritas con apresuramiento y desgana. ¡La newsletter como respuesta a la necesidad de movilizar a los lectores! Tratar al lector como destinatario de un producto exclusivo, como la cosmética o la joyería, en lugar de mostrarle el interés real por hacerle participar en el medio con sus conocimientos e intereses reales. Es decir, la pifia de aplicar medidas de marketing a problemas tan genuinamente periodísticos como es la relación viva con el lector mediante la información.
La necesidad de ruptura vuelve a ser patente y la frustración de la web 2.0 por parte de sus enemigos no ha bastado. Porque las pifias son cada vez más evidentes y serán cada vez más frecuentes. El negocio de la prensa impresa ya está hundido. El error persiste y es el clásico de la cultura de masas: difundir baratijas culturales que no entren en conflicto con los prejuicios imperantes y sean baratos y fáciles de producir. También se cargarán el presente pseudonegocio digital. Y nosotros volveremos: tras la pifia la ruptura.


