Según los egipcios, la vida eterna de una persona termina cuando no queda nadie en el mundo que pronuncie su nombre. Tutankamón será inmortal. Y lo será, probablemente, porque nadie se acordó de él durante más de tres mil doscientos años, hasta que, en noviembre de 1922, el arqueólogo y egiptólogo británico Howard Carter (1874-1939) encontrara la cámara funeraria de su tumba. Después de años de infructuosa búsqueda, Carter relata en su diario como decidió escavar bajo las chozas de los esclavos que construyeron la tumba del faraón Ramsés VI, que reinó 200 años después que Tutankamón, y fue el 4 de noviembre cuando, de forma fortuita, una persona del equipo encontró lo que parecían unos escalones. El presagio de que podría tratarse de un gran descubrimiento le llevó a cubrir de nuevo el hallazgo y avisar al mecenas de la excavación, Lord Carnarvon, para que regresara lo antes posible desde Gran Bretaña. El día 24 bajaron los dos la escalinata, y la sorpresa y admiración del tesoro encontrado se convirtió en un trabajo durante años de recuperación y catalogación de todo el contenido de la cámara.
El documental Tutankamón: El último viaje (Tutankhamun: The Last Exhibition, 2022), con guion y dirección de Ernesto Pagano, pone en valor el trabajo de los conservadores y nos muestra en primicia la labor titánica de preparar el viaje de 150 objetos de la colección, para tres exposiciones temporales que se organizaron desde 2015 en Los Ángeles, París y Londres, en la que ha sido hasta la fecha la mayor exposición itinerante con objetos originales del mítico faraón. El proyecto itinerante se preparó como siete años de viaje para que el regreso de las piezas a Egipto coincidiera con la celebración del centenario y se acabara, al menos de momento y según las autoridades, el periplo de una parte del material. La colección permanecerá completa en el nuevo Gran Museo Egipcio, y lo hará antes de tiempo, puesto que la pandemia de la COVID-19 adelantó su vuelta a casa.

Tutankamón murió de forma prematura a los diecinueve años en 1.323 a.C., después de un fugaz reinado. Se desconocían muchos detalles de su vida, pero los objetos de la cámara y él mismo han facilitado mucha información. Por ejemplo, en el documental podemos observar cómo se realizó en 2005 la tomografía computarizada de la momia del faraón en el que se estudió la causa de su muerte, entre otros detalles. Se estudió la deformidad de su pie izquierdo, corroborada por los cientos de bastones apilados en su tumba. También se pudo apreciar la fragilidad de su salud, probablemente potenciada por el hecho de que su madre era su hermana en realidad.
En cualquier caso, su efímero reinado y la, aparentemente, austera e improvisada situación de la cámara funeraria forzada por su prematura muerte, contribuyó a su olvido y, consecuentemente, le salvó de los saqueos tan característicos de otros yacimientos. Carter tardó 10 años en catalogar los 5.398 objetos apilados en la estrecha estancia, algunos objetos menudos y frágiles y otros de toneladas de peso. Pero, es incuestionable que su diligente trabajo científico contribuyó a recuperar todos los objetos sin daños, y a disponer de toda la información de su disposición y características. Y tomó una decisión clave que agradecemos enormemente hoy en día: fue el primer descubrimiento arqueológico en el que la fotografía jugó un papel fundamental en la labor de documentación y catalogación, asignando esta responsabilidad de forma oficial a Harry Burton (1879-1940), que plasmó en sus fotografías y vídeos la situación original, el proceso de extracción y el detalle de los diferentes objetos. Burton asentó los estándares de la fotografía arqueológica que se siguen utilizando en la actualidad, tal y como podemos ver en el documental sobre su trabajo, titulado El fotógrafo de Tutankamón (The Man Who Shot Tutankhamun, 2017).

El descubrimiento de una cámara funeraria intacta se convirtió en una noticia global (y no bélica, de hecho, las excavaciones estuvieron suspendidas durante la primera guerra mundial), convirtiendo a Howard Carter y a Lord Carnarvon en algo que hoy en día denominaríamos como «estrellas mediáticas». Lord Carnarvon (1866-1923) supo adelantarse a su época y firmó un suculento contrato de exclusividad con el diario The Times, considerado el primer contrato en la historia de estas características. The Times tenía la potestad de publicar todo lo que acontecía en la excavación (que, repito, se alargó durante varios años), y podía vender el material gráfico a nivel nacional e internacional, eso sí, después de que apareciera en sus páginas la noticia en cuestión. Y estas acciones fueron muy importantes en muchos sentidos.
La realidad es que el contrato en exclusiva molestó a la prensa rival, empezando por el tabloide Daily Mail y pasando por cabeceras de diferentes países. Por lo que apareció un fenómeno inaudito (o no): la prensa empezó a inventar las noticias relacionadas con la tumba, algunas notablemente ingeniosas. Los bulos llegaron a su máximo exponente con la muerte prematura de Lord Carnarvon en abril de 1923, pocos meses después del descubrimiento, debida a la septicemia causada por la picadura de un mosquito infectado con erisipela. Y sí, de ahí surgió la invención de la maldición del faraón… y hasta hoy, época en que, afortunadamente, los periódicos no se inventan las noticias… o casi (sobre este tema en concreto, les recomiendo la lectura del artículo Una prensa inmoral y corrupta… según Balzac).

La cultura popular acabó por afianzar la popularidad del faraón y ya en 1924 se inauguró la primera exposición con una reconstrucción de la tumba de Tutankamón en la Exposición del Imperio Británico en Wembley. Un año antes, se escuchaba en las radios la pegadiza canción interpretada por Billy Jones y Ernest Hare con el estimulante nombre de Old King Tut. Y el detonante definitivo lo constituyó el estreno de la película producida por el estudio Universal, La momia (The Mummy, 1932), con el gran actor Boris Karloff como protagonista absoluto, iniciando un género que no hacía más que alimentar la maldición inventada en los tabloides. De rebote, se popularizó aún más el hallazgo de la joven momia, así que la conocida como Tutmanía se extendió hasta nuestros días.
La exposición inaugurada a principios de los setenta en el Museo Británico de Londres y en el Metropolitan de Nueva York, la más grande realizada hasta ese momento con objetos de la tumba, proyectó de nuevo la admiración por el descubrimiento y el misterio asociado al personaje, recuperándolo para las nuevas generaciones. En Tutankamón: El último viaje podemos ver las palabras pronunciadas en la inauguración por la reina Isabel II, así como los materiales fotográficos y fílmicos originales del Museo Metropolitano de Nueva York y el Instituto Griffith de Oxford.

Sandro Vannini, productor ejecutivo y director de fotografía del documental, se planteó cómo ser original sobre un tema del que tanto se ha hablado, escrito y visionado. Y lo encontró en su propio trabajo. En Tutankamón: El último viaje, además de las imágenes que hacen referencia a la preparación del viaje y montaje de las piezas para su exposición itinerante, nos muestra la importancia de la fotografía en la conservación y difusión de la arqueología en general, y de Tutankamón en particular. Además de las fotografías históricas de Burton, que mostraban las ubicaciones originales del hallazgo y la disposición exacta de los objetos individuales, las fotografías modernas producidas por Sandro Vannini han sido fundamentales para disfrutar de los detalles de las pinturas murales y artefactos gracias a las técnicas de fotografía digital novedosas, y que se aceleraban de forma vertiginosa con cada nuevo avance tecnológico.
La precisión sin precedentes de las fotografías de Vannini, la iluminación diseñada expresamente y las nuevas imágenes de objetos restaurados no solo facilitó el trabajo de los investigadores, sino también la posibilidad de admirar con más detalle todo lo que acontece al fenómeno Tutankamón, divulgando partes de la colección que habían permanecido almacenados o detalles que habían permanecidos ocultos. Por ejemplo, los rastros de escritura sobrescrita previamente no descubiertos de repente se hicieron visibles en sus fotos, lo que llevó a los egiptólogos a la conclusión de que algunos de los objetos del tesoro de la tumba de Tutankamón no se originaron con este faraón, sino que pertenecían a Akhenaton y Neferneferuaton.
El trabajo de Vannini fue fundamental para la reconstrucción de las piezas dañadas durante la revolución de 2011 en Egipto, cuando un grupo de saqueadores (a la búsqueda de oro, como nos muestra el documental) robó y dañó parte de la exposición del museo. Ese día, algunas de las piezas de la colección fueron destruidas sin posibilidad de reparación, por lo que solo podemos admirar su esplendor y detalle gracias a la fotografía, una fotografía fundamental para celebrar el centenario del descubrimiento de la cámara funeraria en todo su esplendor. Centenario que nosotros lo celebraremos durante un tiempo, ya que la entrada en la última cámara y el descubrimiento del sarcófago no se produjo hasta el 16 de febrero de 1923.


