Alguna vez he comentado cómo el proceso de investigar una calle en concreto se nutre de constantes insatisfacciones, bien por exigencia, bien por frustración ante la escasez de datos. La primera va con la personalidad de servidor y se acompasa con la manía de fotografiar para documentarme, no desde la simple plasmación, sino desde el deseo de dar con instantáneas idóneas, algo por otra parte providencial porque la repetición ayuda a interiorizar las particularidades de los trazados.
Ante la segunda poco puede hacerse, si bien los archivos y los papeles siempre pueden deparar sorpresas, claves para renovar la labor detectivesca, pues todos estos artículos siempre son susceptibles de actualizarse en un futuro.
En lo relativo al carrer Trinxant tenemos la inestimable ayuda de mapas y catastros para orientar un poco la Historia del lugar, arquetípico en la dualidad entre lo antiguo de los pueblos del Llano, en este caso Sant Martí de Provençals, y la expansión del Eixample, que situó a nuestro protagonista con el número 51 en las previsiones de Ildefons Cerdà, causa, por el empecinamiento de completar de cualquier modo la cuadrícula, de la esquizofrenia de alineaciones en su senda, algo agravado por otros motivos.

Dispongo de pocos datos de los Trinxant, desde el patriarca Francesc, fundador del enclave, hasta su heredero Josep, rodeado de otra constelación de familiares. Por pliegues del Archivo Municipal puede entenderse su idea desde la lógica del último tercio del siglo XIX, cuando Sant Martí, inmenso, quiso generar una forma urbis para enlazar todas sus áreas.
Desde este sentido, los Trinxant se postularon en primera línea. En 1864, Juan recibió un aviso para demoler su casa en el número 1 del carrer de Sant Joan de Malta, en el inicio de esta arteria crucial al conectar el Clot con el Poblenou, donde altera su bautizo para llamarse Marià Aguiló.

El clan debió dedicarse a oficios varios entre ellos, un guiño de complicidad con su vecino Oliva, al negocio de los ladrillos, como Andrés Trinxant Casamitjana, quién en 1879 pidió permiso para alzar diversos tejares en el carrer de la Verneda, al lado de Sant Joan de Malta, y en el de Enamorats, donde a buen seguro pudo aprovechar la abundancia de cursos fluviales para prosperar.
Si hablamos de estos, es indudable la influencia del líquido elemento en el carrer de Trinxant, desde mi humilde opinión frontera humana del Camp de l’Arpa para distinguirse de la natural del torrent de la Guineu, ahora difuminado, más bien desde finales de los años 20, por la extensión del carrer de Navas de Tolosa.
Asimismo, Trinxant tenía otras trabas de crecimiento en su tramo superior, como podría ser el núcleo de las casas Boada y, según un planisferio de 1871, la presencia de una molesta riera, quien sabe si hoy en día remanente por la torre de aguas de la Fábrica Costa Font, dedicada a tejidos e hilados, obra del arquitecto Francesc Mitjans y emblemática del entorno en la inmediata posguerra, no en vano marca un límite real con Freser.

Este confín se trastocó a posteriori de manera absurda, sobre todo si se atiende como, en1948, Bonaventura Costa Font expresó sus molestias por este entramado de Trinxant, un obstáculo de enjundia para abrir Sant Antoni Maria Claret en esos parajes, tan perniciosos para sus intereses como para decretar el Ayuntamiento la desaparición del sector de Trinxant entre Freser y Pare Claret.
Esa medida, un extra de confusión para lector no habituado, encajaba en las aspiraciones del empresario y del Consistorio de aquel entonces, empeñado en cargarse todo rincón inútil para cargarlo de cemento. Trinxant entre Freser y Sant Antoni Maria Claret siempre fue una especie de embudo, ahora solucionado con equipamientos municipales. Antes, al menos hasta el final de la Guerra Civil, se llamó Castilla, vía existente en nuestros días desde el carrer de Perú hasta Pere IV.
El origen de Trinxant, sus edificaciones inaugurales, está junto a la Meridiana. Debajo de la misma tiene una resaca al durar modo descoordinado como apertura hacia los pasajes de Pinyol i Ca Seguers. Podemos calificar este añadido como una impostura al ser la hilera de casitas de 1870 su auténtico pistoletazo de salida para lanzar su irregular línea recta, donde por desgracia el catálogo patrimonial sufre la habitual desconsideración, quedándose con perla del repertorio la casa Antoni Costa en el número 90, esquina con Ruiz de Padrón.

La finca, bien conservada, es otra aportación más del incombustible Josep Graner, quien la erigió hacia 1906. Su supervivencia es una anécdota y una muestra de cómo pudo ser Trinxant hasta hará cosa de medio siglo, cuando se desató la fiebre edilicia y se trastocó la esencia de viviendas horizontales desde otra bipolaridad determinada por su ubicación y escaso respeto a su estabilidad, funcional y morfológica.
A la izquierda, Trinxant es la anfitriona para acceder al interior del Camp de l’Arpa, desplegándose Ruiz de Padrón o Coll i Vehí como un horizonte pasillo por su rectitud. A la derecha, estas y otras calles padecen el ridículo de prolongarse hacia Navas con una mezcla entre alguna casita y muchos horrores porciolistas para arruinar la unidad.
Un inmueble me intriga. Según la referencia catastral es de 1926 y debió contener talleres o una pequeña fábrica. Su estética es tosca, sin pretensiones al ser muy consciente de su cometido. Durante ese instante, cuando el boom del ladrillo se desató en esa Barcelona dictatorial acogedora de inmigrantes para la Expo de 1929 y las obras del Gran Metro, el Camp de l’Arpa había conseguido definir su nuevo rol a regañadientes para transitar de la ruralidad a barrio de idiosincrasia obrera en las cercanías de grandes concentraciones industriales como las del Clot, su hermano mayor y más poderoso a todos los niveles por la herencia del extinto municipio independiente de Sant Martí de Provençals.

Aún no nos iremos del todo de Trinxant y Camp de l’Arpa. Su ángulo con Freser, con la Costa Font como indiscutible patrona, desdibuja su impronta de limbo. No es sólo eso, hay rincones de Barcelona invisibles, sin siquiera una placa para identificarlos. Ocurre en Trinxant con passeig Maragall, donde a su derecha hay una plaza innominada, con toda probabilidad porque nadie le insufló mucha esperanza de vida desde el anhelo de triturarla y así olvidar su cariz de nexo con otras pequeñas barriadas decimonónicas, desafiantes a la promesa de Agregación, bien ufanas en el siglo XXI para exhibir su bandera de pioneras antes de la homologación.