Soy una budista creyente, pero no he restringido mi dieta, aunque la mayor parte del tiempo soy vegetariana, en algunas ocasiones como carne. Creo que todo ser vivo forma parte de la misma ilusión, que no hay un tú ni un yo, y que las alegrías y las penas se originan en la mente. Creo también que todo lo que acontece deja un rastro cenizo que serpentea tras de sí miles de kilómetros y que, si echamos la vista atrás, podemos encontrar en esa estela gris explicaciones a lo que hoy nos parece casual.

La mañana del 27 de noviembre un grupo de personas se reunió en la calle Urumqi con flores y velas para rendir homenaje a las víctimas mortales del fuego que había tenido lugar el día 24 en un edificio residencial en la ciudad del mismo nombre. Cualquiera de nosotrxs podría haber muerto en ese incendio, porque las medidas de confinamiento son similares en todos los rincones del país; en algunas regiones bloquean las entradas a las urbanizaciones, y en otras directamente tapian las puertas de las casas. Alegan ahora que había vehículos particulares obstaculizando la entrada a la urbanización y que fue ésto lo que impidió la entrada de los bomberos, que no pudieron acercarse lo suficiente para salvar el ínfimo espacio que separaba sus mangueras a presión de las llamas, a las que no llegó a alcanzar el agua. Aquellas personas que gritaban aterrorizadas podríamos haber sido tú o yo. Al ver el video del incendio nos invadió el dolor y la indignación, y la noche del día 25, tras escuchar en rueda de prensa al gobierno de Urumqi leer con indiferencia un comunicado en el que evadían toda responsabilidad, la población, enfurecida, inundó las calles con protestas. Poco después se les unirían con manifestaciones en otros lugares, pidiendo a gritos libertad y el fin de los confinamientos, repitiendo los eslóganes que pocas semanas antes podían leerse en una pancarta en el puente Sitong de Pekín: no queremos tests, queremos comer; no queremos confinamientos, queremos libertad; no queremos mentiras, queremos dignidad; no queremos revolución cultural, queremos reformas; no queremos un líder, queremos votar; no somos esclavos, somos ciudadanos.

Al comienzo de la pandemia, cuando empezó esta intermitente e interminable sucesión de confinamientos, lxs vecinxs se ayudaban mutuamente a través de Wechat, recurriendo al trueque. Como este texto es para explicar la situación a lxs lectorxs españolxs, me permitiréis que haga una aclaración: al trueque no se recurre por romanticismo, sino porque en esas circunstancias nadie quiere el dinero, porque ni el efectivo ni las criptomonedas se comen. La escasez de medicamentos para lxs enfermxs crónicxs también empujó a sus familiares a recurrir a las redes en busca de ayuda mientras algunxs ancianxs decidían poner fin a su sufrimiento saltando por la ventana y algunas embarazadas, que eran rechazadas en el hospital por presentar un test Covid caducado hacía solo cuatro horas, abortaban a causa de las hemorragias mientras esperaban el nuevo test. Todo esto son hechos que circulaban por las redes sociales en forma de mensaje de auxilio, lxs afectadxs señalaban indignadxs a los hospitales y a los gobiernos locales como responsables por haber impuesto medidas de contención irracionales e inhumanas, pero estos mensajes de auxilio desaparecían inmediatamente de las pantallas. Cuando un joven de 17 años con parálisis cerebral murió de inanición en su casa porque sus padres estaban confinados lejos de él, la gente también mostró su indignación en las plataformas online, y volvieron a señalar como culpables por su frialdad e incompetencia a los comités de aldea locales; pero de nuevo la misma historia: la información desaparecía. En el mundo cibernético se puede forzar la desaparición del dolor y la indignación en cuestión de segundos pero, y ¿en el mundo real? En el mundo real, quien no está confinado en un hospital de campaña, está confinado en su propia casa. En el mundo real, más tarde o más temprano, la indignación estalla.

Retrocedamos hasta principios del año 2020, cuando el doctor Li Wenliang y otras siete personas fueron amonestadas por la policía de Wuhan por publicar en redes información sobre el coronavirus; una información de la que el noticiero de la CCTV se hizo eco. Pocos días después, estallaba la pandemia de coronavirus y la gente convertía a estos chivatos en héroes del pueblo. La cuenta de Weibo del doctor Li Wenliang, que falleció tras no responder al tratamiento para la neumonía que le había provocado el coronavirus, se convirtió en el muro de los lamentos de los chinos. Su primera publicación en Weibo había sido para animar a la gente a apoyar a Wang Qinglei, el reportero que fue suspendido por la cobertura que había dado sobre el incidente provocado por la colisión del tren de alta velocidad en Wenzhou; esto ocurrió en 2011. Tanto las cartas de dimisión que siguieron a aquel accidente como la neumonía del doctor son desgracias resultado de haber obstaculizado la crítica.

Los acontecimientos más importantes de estos últimos años también han sido monitoreados con la misma severidad. Las noticias relativas a los campos de educación de Xinjiang, las de la revolución de los paraguas de Hong Kong, las de las protestas exigiendo la retirada del proyecto de ley de extradición a China, las del incendio de Daxing en Pekín que resultó en la expulsión y el borrado de las clases trabajadoras más precarizadas, las de las protestas de lxs trabajadorxs de Jiasic en Shenzhen por los derechos laborales, las del incidente de la aldea de Wukan en Shanwei, Cantón; y así un largo etcétera. Hay quien dice que las protestas de los folios en blanco contra la política de Covid cero son un movimiento nunca antes visto en China. Y yo les digo que no, que la gente ya había luchado antes por sus derechos, pero lo había hecho a nivel local, sin alianzas. Hay que recordar que, en la China del partido único no hay libertad de prensa, y este contexto en el que se encubre la verdad y se da amplia difusión a las noticias falsas, sumado a la enorme extensión geográfica del país hace que, aunque en cada ciudad y en cada pueblo esté ocurriendo algo, lxs locales –y no digamos ya lxs foráneos–, no siempre tengan acceso a conocerlo de forma veraz. Es fácil presionar y acallar a grupos pro derechos que no tienen apoyos y están aislados, pero esta vez es distinto. Las medidas de contención del coronavirus se han implementado a nivel estatal, y la gente ha empezado a empatizar; el dolor de unxs son las lágrimas de lxs otrxs, el sentimiento es el mismo de norte a sur, de este a oeste, y esto puede confundir y hacer que, a primera vista, parezca que el movimiento de los folios en blanco ha surgido en todas partes a la vez y de un día para otro.

Volvamos a fijarnos en los símbolos que está utilizando el movimiento en estas protestas. La utilización de folios en blanco surge de un chiste popular del periodo soviético que cuenta que había una persona de pie en la calle con un folio en blanco y que dos policías, al verle, lo arrestaron. Él se defendió diciendo que sólo estaba sujetando un papel en blanco sin nada escrito, a lo que los policías le respondieron: ¿crees que no sabemos lo que querrías escribir? Y así es, ¿acaso no sabemos todxs tácitamente lo que queremos decir? Un folio en blanco se queda corto, y al mismo tiempo, abarca todo lo que queremos expresar. Evidentemente, cuando lo que cuenta el chiste ocurre en la realidad los sentimientos y el mensaje se complican, pero para cuando el personal del gobierno de Shanghai retiró la placa con el nombre de la calle Urumqi para impedir que lxs manifestantes se congregasen, ¿no era ya demasiado tarde? Esa calle, este dolor, y este despertar ya estaban en la mente de todxs y después de esa noche, cualquier calle puede llamarse Urumqi.

Si tuviéramos tiempo podríamos seguir echando la vista atrás en busca de explicaciones, remontándonos a la revolución cultural, a las reformas de Shangyang, y diseccionar así el origen de nuestro carácter nacional, pero estos problemas de fondo ya los trataron Luxun y Hu Shi. Éste último se preguntó en sus ensayos “¿Hacia dónde nos encaminamos?”, y es una pena que cien años después los dilemas de China no hayan cambiado, sus escritos y sus análisis son tan útiles hoy en día, que no hay necesidad de hacer añadidos.

Cuando hoy alguien quiere mostrar su apoyo al movimiento en Twitter sostiene un folio en blanco, o una placa con el nombre de Urumqi en letras blancas sobre un fondo azul, el mismo gesto dentro y fuera del país. Este sentimiento y estas imágenes, el ver a lxs estudiantes liderando las protestas del Tiananmen contemporáneo, me llena de emoción y no puedo evitar recuperar la memoria de aquellos años. Dice el refrán que si el pasado no se olvida, se convierte en el maestro del futuro. 2022 no es 1989, y no podemos permitir que lo sea, esta vez no puede haber derramamiento de sangre. No queremos que más madres pierdan a sus hijxs, ni que más jóvenes pierdan su futuro. Esta vez nadie es súbdito de nadie, no queremos rogar de rodillas, la solución pasa por un diálogo igualitario entre el gobierno y la gente.

En mis grupos de Wechat lxs jóvenes que se han unido a las protestas nos piden que mantengamos la sangre fría y no arriesguemos nuestra integridad, que quienes están dando la cara no están solxs, y que sólo si no nos dejamos llevar por la intensidad de las emociones y evitamos caer en la trampa narcisista de la protesta, su voluntad, y el amor que están poniéndole a todo, tendrán resultados. Estas palabras, tan honestas como ciertas, me demuestran que las esperanzas de mi país están en manos de gente valiente y buena que, precisamente porque le ponen amor a todo, no temen a nada. Porque sólo a través del amor se puede abandonar el sufrimiento y alcanzar la felicidad.

Traducción de Alberto Poza. Descarga el texto en idioma original (chino) aquí.

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