Italia es el primer país de la antigua Europa occidental en el que la ultraderecha se ha impuesto como ganadora en unas elecciones generales. Un resultado que pese a la abstención del 36,1%, la más alta desde 1948, consolida lo que parece ser la tendencia en el viejo continente. La coalición de extrema derecha y derecha formada por Fratelli d’Italia, de Giorgia Meloni, La Lega, de Matteo Salvini y Forza Italia, de Silvio Berlusconi ha obtenido la victoria con el 44% de los votos. Estas mismas formaciones son las que propiciaron el pasado mes de julio la caída del Gobierno tecnócrata de Mario Draghi.

Hace dos años se esperaba que la salida de Donald Trump de La Casa Blanca supusiera un revés para los populismos de este lado del Atlántico, al perder su referente mas valioso. Pero no ha sido así. En este tiempo los ultras europeos parecen haberse afianzado: Meloni ha conseguido instalarse como primera ministra en el Palacio Chigui; en Suecia, territorio privilegiado de la solcialdemocracia europea durante décadas, una coalición conservadora encabezada por el partido ultra Demócratas de Suecia (el segundo más votado) ha dejado a la socialdemócrata Magdalena Andersson fuera del Gobierno; Hungría, Polonia y Eslovenia resisten con buena salud mientras en Francia, el  partido de Marie Le Pen ha pasado de 8 diputados a 89 en la Asamblea Nacional…

En otros países como Austria, Finlandia o los Países Bajos la extrema derecha ha estado presente en Ejecutivos anteriores, y aunque ahora ya no esté, en todos ellos ejerce desde la sombra notable influencia.

Y en algunas regiones austriacas los ultras sostienen a los socialdemócratas en el Gobierno regional creando una situación anómala sin precedentes. En Alemania, nunca ha habido presencia ultra en el Gobierno central. Y actualmente tampoco hay ningún pacto con Alternativa por Alemania en en ciudades o territorios importantes. El cinturón “sanitario” funciona.

Gran Bretaña es un caso especial. El Partido Conservador durante años ha exhibido muchos de los aspectos más radicales del populismo sin que se le considerara como tal, quizá porque en materia de costumbres (aborto, LGTBI) son tolerantes. Pero más allá de lo social se ajusta perfectamente al cliché.

En Grecia, Amanecer Dorado llegó a ser la tercera fuerza del Consejo de los Helenos y a sembrar el terror en Atenas y en otras ciudades, pero ya no es una pesadilla. El 7 de octubre de 2020 fue ilegalizado porque el asesinato del rapero Pavlos Fyssas en 2013 llevó a su plana mayor a la cárcel. Aunque han aparecido nuevas siglas que tratan de recuperar ese espacio vacío todavía no han conseguido rehacerse.

Teniendo en cuenta estos precedentes, las recientes elecciones del medio mandato celebradas en EEUU abren nuevas incógnitas. Renovar la Cámara de los Diputados, 33 de los 100 senadores, y otros muchos cargos estatales han supuesto para los demócratas estadounidenses un desastre menor del pronosticado y también un éxito muy deslucido para Trump. Pero aún así los resultados no indican que sea imposible su retorno a La Casa Blanca, y si eso ocurre, las repercusiones en los movimientos populistas de todo el mundo serían tremendas.

Un poco de historia y la incógnita de Estados Unidos

En principio, el populismo no es de derechas ni de izquierdas, aunque en Europa predominan los conservadores. Un concepto equivalente al populismo nació en Rusia en el siglo XIX y dio vida a un movimiento que pretendía ayudar a víctimas de los abusos de la nobleza terrateniente. Actualmente, según la RAE, “el populismo  es una tendencia política que pretende atraer a las clases populares” sin precisar su inclinación política. Existen numerosos conceptos que pueden atribuirse a este término, frecuentemente usados en sentido  peyorativo. Y si se le da un enfoque positivo y literal implicaría simplemente construir una sociedad con el apoyo y la participación del pueblo. Pero no es este el sentido que se le está dando ahora.

El caldo de cultivo de los populismos es una sociedad con formalidades democráticas que atraviesa graves dificultades y no es capaz de alcanzar acuerdos entre partidos de distinta naturaleza  para frenar el acceso al poder de partidos extremos. Una vez ahí, el partido populista se transforma fácilmente en dictadura y ya consolidado no necesita sutilezas aparentemente democráticas para lograr sus objetivos. Este concepto es amplio e impreciso. Se aplica a movimientos muy dispares, como los liderados por Adolf Hitler, Benito Mussolini, Donald Trump, Juan Domingo Perón, Jair Bolsonaro, Daniel Ortega o Hugo Chávez. Los instrumentos del populismo suelen ser la manipulación y la mentira. Y es oportuno recordar que también Hitler y Mussolini llegaron al poder a través de las urnas, aunque fuera en contiendas electorales manipuladas, como también ahora ocurre en muchos países. En el caso de Donald Trump le benefició el defectuoso sistema electoral estadounidense que permite muchas medidas que distorsionan la voluntad de los electores. Por ejemplo: Iowa, con poco más de 3.200.000 habitantes, tiene en el Senado dos representantes, igual que California, con 39.340.000. Y el Senado es una Cámara desde donde se pueden bloquear todas las decisiones legislativas. En su origen, este sistema electoral de una enorme complejidad reflejaba mejor la realidad, pero con el paso del tiempo ha ido perdiendo eficacia. El aumento de la población y su desigual reparto territorial no reflejan correctamente a la hora de votar la verdadera sociedad. Favorece descaradamente a la América Profunda, la de territorios despoblados, población blanca, religiosa y poco cualificada que son los perdedores de la globalización. Es sorprendente que este sistema electoral no sea seriamente cuestionado y que se siga defendiendo su legitimidad.

Fue en América Latina donde primero se  utilizó el término populista en sentido negativo, con el propósito de desacreditar a gobiernos con proyectos progresistas democráticamente elegidos. Se trataba de sembrar sospechas sobre la limpieza de los escrutinios y describir el apocalipsis que se produciría si se les permitía gobernar. El término se impuso, junto al de demagogia, para justificar los golpes de Estado que proliferaron en el siglo XX en el continente americano, en general con apoyo de Estados Unidos, para frenar las políticas progresistas. Y efectivamente, es en esa zona donde en el pasado siglo se registraron mas ejemplos. Sin embargo, recientemente, países como Chile, Colombia y Brasil han dado un golpe de timón hacia la izquierda en las elecciones registradas en los últimos meses, y si se afianza esa tendencia puede ser muy alentadora para el de futuro esos países y el de sus vecinos. El caso de México es algo distinto ya que la política de Andrés Manuel López Obrador es muy confusa. Difícil de definirla como progresista o conservadora.

Donde nunca se pensó que podría ocurrir algo así era en EEUU, pero el fenómeno Trump ha roto todos los esquemas. El magnate varias veces arruinado y renacido de sus propias cenizas con ayuda de capitalistas rusos, ha decidido presentarse de nuevo a la presidencia, posiblemente con la intención de manipular mejor desde su posición de candidato el desarrollo de las investigaciones que se siguen contra él por irregularidades en sus negocios y por su presunta responsabilidad en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.

En Europa, los populismos, heterogéneos entre sí, presentan ciertas coincidencias: una ideología muy conservadora en lo económico con la mínima intervención del Estado, nacionalismo supremacista y rechazo a los extranjeros, y en lo social defensa de los valores más retrógrados del cristianismo, precisamente aquellos que no contemplan la ayuda al prójimo ni un mejor reparto de la riqueza. Osea, antiaborto, antifeminismo, anti-LGTBI…

Las redes sociales son ahora el caldo de cultivo del populismo, donde se cruzan mentiras y verdades difíciles de distinguir adobadas con emociones irracionales y muy pocas reflexiones. Y esto se produce en paralelo al debilitamiento de los partidos tradicionales, más aún los de izquierda, y de los medios de comunicación convencionales. En ese contexto, es fácil para los populistas captar el voto no sólo de quienes lo promueven sino de ciudadanos desfavorecidos que no se benefician de la actual situación económica y social, y de forma indirecta, desalentar a muchos votantes de acercarse a las urnas porque “no sirve para nada”.

¿El fascismo vuelve a casa?

En sus primeros pasos como primera ministra, Giorgia Meloni ha hecho gala de una contención y una prudencia muy alejada de los incendiarios mítines de sus campañas. Su primera visita a Bruselas fue balsámica. Estuvo abierta, simpática y receptiva, obviamente para no poner en riesgo las jugosas ayudas económicas a las que Italia tiene derecho, como el resto de países de la Unión. Incluso ha marcado distancias con el primer proyecto de ley presentado por el partido de su aliado Salvini. La Liga propone beneficiar con 20.000 euros, en exenciones de impuestos y ayudas directas en los gastos de boda, a quienes se casen por la iglesia católica, siempre y cuando cumplan ciertos requisitos, como ser menores de 35 (?) años. El objetivo fundamental de esta propuesta parece ser frenar la avalancha de matrimonios civiles por una parte, y favorecer el aumento de la natalidad. Pero el Vaticano no tardó en rechazarla con el argumento de que  “un sacramento no se puede comprar”. No obstante, si la ley llega a tramitarse y aprobarse será interesante ver que influencia tiene la consideración negativa de la Iglesia. Al fin y al cabo, una boda fastuosa es del agrado de mucha gente sea o no religiosa, y es cierto que mucho jóvenes eligen el juzgado por motivos económicos.

El primer Consejo de Ministros celebrado ya con plenas funciones se centró en salud, justicia y seguridad, con muchas generalidades y pocas concreciones. De momento quedaron fuera otros temas importantes, como las medidas para paliar el encarecimiento de la factura energética, porque gracias a la herencia del Gobierno Draghi este tipo de ayudas pueden mantenerse al menos hasta finales de diciembre.

En relación con la seguridad, la jefa de Gobierno y algunos ministros presentaron un decreto ley para introducir en el artículo 5 del Código penal un nuevo tipo de delito sobre “la invasión de terrenos o edificios para reuniones de más de 50 personas que sean peligrosas para el orden público, la seguridad pública o la salud pública”. La medida pretende poner fin a las fiestas espontáneas denominadas ´raves´. Los partidos de la oposición la rechazaron porque podría aplicarse también a otras actividades como mítines, manifestaciones o fiestas populares.

Pese a ser considerado prioritario, el modelo sanitario es uno de los puntos más oscuros del programa de Meloni. Apenas ocupa un párrafo en su programa y propone “superar la parálisis provocada por la pandemia” sin decir cómo. Sin embargo, si tiene ocasión sigue descalificando al exministro de Sanidad italiano, Roberto Speranza, ferozmente criticado por su gestión durante la Covid.

El diario La Repubblica publicó a mediados de octubre que Meloni y el exprimen ministro Mario Draghi  habían llegado un acuerdo para evitar turbulencias en la andadura de nuevo ejecutivo. El “pacto” obligaría a la primera ministra a mantener su apoyo a Ucrania en la guerra con Rusia, no cuestionar la pertenencia de Italia en la OTAN ni en la UE y continuidad en la política económica. A cambio Mario Draghi sería el intermediario o interlocutor oficioso entre Italia y la UE. Esta información fue formalmente desmentida por ambas partes, pero lo cierto es que a medida que pasan los días el modoso comportamiento de Meloni con Bruselas permite pensar lo contrario.

Habrá que esperar un poco más de tiempo para valorar la andadura de la primera ministra “fascista” de la historia italiana después de Mussolini.  Sobre todo la solidez del pacto gubernamental de tres partidos cuyos histriónicos líderes se caracterizan por su afán de protagonismo. Y porque sabemos que los pactos de Gobierno son el talón de Aquiles de todos los Gabinetes italianos a lo largo de la historia.

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