Más de una vez he insistido en cómo las divisiones territoriales de Barcelona suelen presentar rarezas, sobre todo por la indefinición de los delineadores. Por eso mismo, tras meses de exhaustiva investigación para rendir justicia a la zona, abandonaremos el Camp de l’Arpa, si bien nuestro objeto de estudio de las próximas semanas podría pertenecerle, aunque, sin embargo, corresponda al barrio de Navas, esa anomalía partida en dos por la Meridiana, ninguneada desde la noche de los tiempos.

La semana pasada terminábamos casi en Trinxant con passeig Maragall, para ser precisos en Juan de Garay. Como tengo la suerte de manejar mis pasos haré un extraño, moviéndome hasta la altura de pare Claret con Navas. Desde aquí, puede valorarse un elemento muy particular del recorrido, un bar al que se accede desde una vetusta escalera.

Escaleras hacia la isla Aloi y la segunda hacia un bar del carrer Trinxant | Jordi Corominas

¿Qué ocurre en este emplazamiento? Lo mejor, para comprenderlo, es subir otros peldaños. Ahora mismo la vista de este enclave se halla condicionada por la iglesia Ortodoxa rumana. Realizada por el despacho TGIN y terminada durante la Pandemia, es un edificio positivo por dar otro aire a este barrio configurado por tres calles, ubicado entre el passeig Maragall y Sant Antoni Maria Claret. Este presente omite cómo en su fundación se situaba justo al lado de una encrucijada de caminos, aún visible si se presta atención, vital para nuestros antepasados al entrelazar la vieja travessera, rota por el Hospital de Sant Pau, la carretera d’Horta y el camino hacia la montaña pegado al Mas Viladomat, es decir, la rambla Volart, así llamada por el notario fundamental para ratificar la urbanización del Guinardó de la mano de Salvador Riera.

Esta minúscula barriada se compone de una curiosa trilogía: el passatge Aloi, el de la Constància y el carrer Capella, antaño denominado del Porvenir, reemplazado hacia 1922 en honor a un escritor olvidado.

Cruce del carrer Capella con el passatge de la Constància | Jordi Corominas

Las pesquisas para completar este entorno son complicadas por sus desapariciones. La plaça del Taxi, su puerta de entrada, se ocupó hasta finales de los ochenta, así lo demuestran fotos ortotipográficas, por la masia de Ca n’Aloi, cuyo nombre remite a Jaume Aloi Romaní, de quien en 1881 se comenta en la Gaceta de Madrid la concesión de una patente por ochenta años para construir un horno de ladrillos. Este dato es interesante, pues Aloi figura en otro inmueble carismático de la Historia de Barcelona, la monumental finca de Cal Drapaire en la Gran Vía, vinculándose su impulsor con nuestro protagonista, en general arraigado en los papeles con Sant Andreu del Palomar y Sant Martí, si bien no debemos descartar su proveniencia de Sant Pere de Riudebitlles.

Fornt trabajó como mozo de Aloi. Quizá en ese instante debió deleitarse con los progresos del jefe o más bien de su familia, pues una serie de peticiones de 1878 remiten a Pedro Aloi, responsable de las famosas once casas encargadas al maestro de obra Josep Arbonés, algunos dicen ocho por esos pliegues, del homónimo pasaje, estupendo en la actualidad por su arboleda, un microcosmos idílico y conservado casi como en sus inicios, observable en algunos detalles de las viviendas, como las placas de seguros de incendios de la compañía La Catalana, a preservar por su escasez en toda la extensión de la Ciudad Condal.

El carrer Capella y la iglesia ortodoxa rumana | Jordi Corominas

Aloi sería el punto de partida hacia el meollo. En su esquina con Capella, con toda probabilidad donde admiramos la iglesia Ortodoxa, estarían las tres torres para lucir palmito y músculo financiero de los propietarios. Estos, aún en la senda de un modelo extinto tras la posguerra, pensaron en el passatge de la Constància como patio para sus casas de la principal travesía del barrio, algo desfigurado con el paso de los decenios.

La degradación del sitio, su intrínseca corrosión, llegó por los clásicos choques urbanísticos entre el Eixample y los pueblos del Llano. Un mapa de 1920 nos enseña cómo el conjunto no había sufrido en absoluto por el lanzamiento en 1911 de passeig Maragall, es más, lo miras y entiendes una lógica esencial con huecos para anunciar el avenir de otros rincones característicos de la proximidad, como el passatge Rustullet, mostrándonos en lo práctico como este todo se encajaba con la subida hacia el Guinardó.

Mapa de 1920. La línea amarilla es rambla Volart, el camino hacia la Muntanya. La roja es Sant Antoni Maria Claret, la naranja la calle de Trinxant, la azul la calle del Guinardó, mientras la negra, la verde y la lila corresponden a Capella, pasaje de la Constancia y pasaje Aloi. La flecha marrón es el paseo de Maragall

El cambio irrumpió tras la Guerra Civil. En 1947 se pavimentó el carrer Capella, al año siguiente afectado por expropiaciones en su lado mar por la apertura de Sant Antoni Maria Claret para avanzar en el tiralíneas imperfecto del Eixample, pervertido al alterar sin miramientos la antigua morfología.

Esto conllevó una progresiva marginación del barrio de Aloi, rubricada con el adiós de la masía, al menos más longeva que el Mas Viladomat, demolido en los cuarenta para ensalzar los bloques de Mariano Romaní de la Caja de Ahorros en pare Claret, el passatge de Girasol, el de la Caixa d’Estalvis y el del Mont de Pietat, antesala de otras arquitecturas de la modernidad de por aquel entonces, como un bloque bautizado por los vecinos como el Rancho Grande y alguno más, como el número 56 de passeig Maragall, prototípico de la edilicia franquista entre mediados de los cuarenta y los primeros cincuenta de la pasada centuria.

El passatge Aloi desde su ángulo con el carrer de Capella | Jordi Corominas

El passeig Maragall es la salvaguarda y la amenaza para esta barriada, de hecho es sencillo acceder a ella, pero la velocidad contemporánea y el amor por las vías motorizadas convierte a nuestra trilogía en una afortuna anónima, medio de incógnito por la avenida central. Esto puede apreciarse sobremanera en el passatge de la Constància, muestra a las claras de cómo el Ayuntamiento trabaja deprisa y mal hasta en el nomenclátor. Según la web municipal, Constància fue cosa de Josep Aloi, y no me sorprende, pues con tantos hermanos, falta Evaristo, lo más probable es una operación del clan para rentabilizar los terrenos de la masía. La misma página explica cómo Constància es causa del capricho de Josep. No podemos descartarlo desde la exaltación de este atributo. Mi imaginación vuela y me conduce a la huelga de mujeres de 1913, la del sindicato de hilados y alisados La Constància del Clot, pero es sólo una hipótesis movida por la racionalidad de nuestros ancestros.

El passatge de la Constància desde el passeig Maragall | Jordi Corominas

El passatge de la Constància siempre fue lo trasero del todo. Su aspecto en 2022 es desastroso, cobijado por su acceso desde passeig Maragall y un interior de rejas cerradas, un prostíbulo muy discreto y en su horizonte la coronación de la Iglesia Ortodoxa, con padres de extrema amabilidad. Quizá en su seno tengan la semilla de la regeneración desde su amor a la pedagogía, es una maravilla visitar su sótano donde se aprende a dibujar íconos bizantinos, y una acción vecinal necesaria para desafiar la lamentable desidia de las autoridades con estos patrimonios con tanta fuerza como para resumir cómo dentro de Barcelona existen muchas otras, cada una de ellas resortes para alentar la inevitable ciudad federal donde residimos.

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