
En 2014 nacía una nueva formación política de carácter estatal, Podemos. Sus orígenes tienen relación con la constatación de un hecho político: había que irrumpir en la arena electoral y en los espacios de representación política tratando de recuperar el protagonismo ciudadano bajo nuevas formas y nuevas topografías subjetivas. Las formaciones de izquierdas existentes eran instrumentos políticos que habían operado durante años desde la subalternidad y se mostraban incapaces de interpelar a la sociedad en su conjunto, tan solo a segmentos sociológicos muy concretos. Durante años, el protagonismo de la izquierda había quedado reducido a la gestión de su derrota histórica y la crítica, políticamente impotente, a la hegemonía del PSOE.
Ahí radica la ligazón fundamental de Podemos con el 15M: no se trató de una relación de captura de lo ocurrido en lo social y su posterior metabolización en el espacio de la representación política, sino de la capacidad de Podemos de atravesar el momento 15M, mostrando que se habían generado las condiciones para trabajar una nueva sensibilidad que pudiera articular una mayoría social. Esa nueva sensibilidad social podía ser atravesada con nuevos relatos, nuevos soportes simbólicos, afectivos y míticos que garantizara aquella escena de ruptura democrática también en la esfera representativa, enhebrando pasiones, identidades y voluntades colectivas.
Podemos no surgió convirtiendo en una burocrática prosa la libre poesía del 15M, sino tejiendo nuevas poéticas luego de las decisivas transformaciones culturales producidas por el 15M. Se trataba, pues, de articular una realidad plebeya dando cuerpo a un espacio político, el surgido del 15M, un espacio que no tenía nombre ni rostro, que se componía desde las diferencias y que convivía con articulaciones transversales y complejas. Podemos logró activar narrativas que cambiaron imaginarios y composiciones sociales, erigiéndose como superficie de inscripción de miles de sensibilidades e ilusiones de cambio; un espacio de hibridación de composiciones sociales, materiales y culturales muy diferentes entre sí.
“Patear el tablero” fue la expresión, a modo de metáfora, que resumía esta pretensión política, la de articular un espacio que unía y desunía identidades, que reordenaba los nombres y lugares conocidos hasta entonces. No se trató, pues, de un proceso de agregación y articulación de individualidades preexistentes, sino de articular una subjetividad post-15M ante la crisis económica e institucional, una nueva sensibilidad popular dispuesta a escuchar nuevas voces y nuevos gestos. Conquistó un lugar de enunciación, con coordenadas y retóricas propias, desbordando el reparto simbólico de las posiciones existentes hasta entonces. Podemos logró distorsionar la batalla política, estar siempre donde no se le esperaba y exceder las posiciones homogéneas, coherentes y ya constituidas previamente.
Tal es el reto que tiene por delante la iniciativa de Yolanda Díaz, Sumar: encontrar nombres y descripciones propias para posicionarse políticamente en una realidad muy distinta a la de 2014, lo que exige inventar un nuevo espacio para ensanchar la democracia e ir más allá de las gramáticas y praxis discursivas identitarias y autorreferenciales luego del fin de ciclo que nació en 2011. En este marco, Podemos habrá de estar a altura, y ello pasa por asumir que, como otrora reprochara a IU, ya no ocupa la centralidad de la escena social y se muestra incapaz a la hora de determinar dónde se ubican las demás piezas del tablero. Si Podemos no sale de sí mismo, si no es capaz de extender sus siglas más allá de sí mismo, será incapaz de superar y trascender, dicho con Gramsci, su “corporativismo”, sus intereses particulares. Digámoslo ya: Podemos hace años que dejó de ser “núcleo irradiador”, es incapaz de construir a partir de sí mismo un horizonte social.
Si atendemos a las diferentes declaraciones de los dirigentes de Podemos en las últimas semanas en relación a Sumar, pareciera que vuelve el viejo repertorio de acción colectiva inoperante a la hora de frenar la ofensiva neoliberal. Y es que la ideología no fue el cemento constituyente de Podemos, cual grupo que toma conciencia de sí mismo, se da una voz propia e impone su peso en la sociedad desde marcos apriorísticos que permiten lanzar proclamas identitarias. La verdadera posición materialista no es la que asume unos ideales y principios fijos; antes bien, siguiendo la metáfora althusseriana, es aquella que se sube y toma el tren en marcha: “frente a la universalidad de las leyes, la generalidad de las constantes”. Hay que orientarse por lo que compone, sintonizar en la misma longitud de onda, por su fuerza y su potencia, su tracción histórica, por la situación que ocupa y el poder que detenta de cara a lograr los objetivos emancipadores. Hay que tomar el tren en función de la potencia impugnadora y transformadora, de los afectos alegres que genera. Podemos ya no es la locomotora del cambio, la “nave nodriza”. De hecho, la posición de fuerza que están construyendo de cara a los escenarios de futuras negociaciones no reside tanto en lo que puedan aportar, o sumar, sino en su capacidad política y mediática para hacer descarriar el tren. Podemos nació pateando el tablero; hoy corre el riesgo de quedar encerrado en su casilla de salida.