Reconozco mi pasión por los limbos urbanos, esa tierra de nadie con características propias, muy conscientes de su condición de paréntesis, o al menos eso podría deducirse por las morfologías de estos intersticios perdidos por la ciudad, como la zona entre Camp de l’Arpa e Indians, acaparada por el passeig Maragall, desfigurador del origen, aún medio agazapado en los márgenes.

Uno de ellos será la isla de la familia Aloi. Cuando esta alcanza la gran avenida, tras ascender por su pasaje principal, irrumpe una plaza sin nombre. Las fotos aéreas del siglo XX la presentan como un espacio repleto de pequeñas construcciones, en realidad los lavaderos públicos de la familia Rustullet, propietarios de la homónima travesía, casi esquinado con Trinxant y sorprendente desde una lógica de comunicación vial.

Rustullet es una de las mayores fascinaciones de este entorno. Se ubica en la manzana entre Trinxant, passeig de Maragall, Juan de Garay y Navas. Es un callejón sin salida y siempre fue así según las referencias consultadas. El mapa parcelario de 1931 lo demuestra, así como una fotografía de passeig Maragall a mediados de los años cincuenta, donde su aspecto es desastroso, con viviendas, talleres y una línea más bien irregular bien rodeada por otros elementos afines, inconexos con los bloques de pisos, hasta reafirmar una anomalía con toda probabilidad forjada durante los años veinte, poco después del fallecimiento del patriarca Josep Rustullet i Casademunt, quien tuvo como herederos a Teresa, Andreu y Francesca Rustullet i Costa.

Foto de mediados de los años 50. La flecha roja indica el passatge Rustullet

Este último apellido abre la caja de opciones para vincular cronologías. En la Gaceta municipal de 1930 figuran acuerdos, con relación a decenas de inmuebles esparcidos por media Barcelona, entre Josep Rustullet y Josep Costa i Font, a quien investigaciones previas sitúan como hacedor de un pasaje en honor a su linaje justo al lado del Hospital de Sant Pau. El nexo entre las familias resulta, a priori, obvio, preguntándome quién sería este nuevo Josep, mayoritario en la documentación pese a no ser de la rama central del clan.

Josep Rustullet debió recibir un cuantioso testamento, a administrar tras los habituales pecados de juventud. En mayo de 1923, con veintiún primaveras, La Vanguardia lo menciona en una trifulca de los años del pistolerismo en la Rambla, peligroso al portear una pistola. En cambio, el BOE de 1952 lo cita como propietario de una fábrica de mosaicos hidráulicos en el 18 del passatge Rustullet, justo al fondo de la callecita, ocupándose el resto de números por una ferretería, reclamaciones a Doña Concepción Ferrer por terrenos sin edificar y vecinos como Pilar Casabana, Eduardo Carbonell, Josefa Viñals o Ramón Graells.

Entrada del passatge Rustullet | Jordi Corominas

Rustullet i Font gestionó infinitas fincas entre el Eixample y los barrios colindantes a la travesía. En Ruiz de Padrón tuvo muchas inversiones, así como en Amílcar o el carrer d’Aragó. Sus primos, este parentesco es sólo una hipótesis, también presumían de parque inmobiliario, en su caso más próximo al hallarse en el carrer de Guinardó o en el de la Garrotxa, sin olvidar, era esencial, lo acumulado en el carrer Trinxant.

El passatge Rustullet hacia el carrer de Trinxant | Jordi Corominas

El pasaje no ha suscitado ninguna ráfaga o efeméride de calado durante su centuria de existencia. Una nota de 1927 nos hace intuir como se quiso combinar una idiosincrasia interclasista para cuajar lo edificado y sacar réditos, de otro modo no se entiende como Rosa Pueyo, viuda y con dos hijos, pudo sobrevivir en el número 16 sólo con las ayudas sociales, aunque todo apunta a un negocio puro y duro de barrio por las tiendas de los Rustullet en la cercanía.

La cuestión del porqué del pasaje no deja de ser curiosa. A finales de los años veinte, la urbanización de Navas de Tolosa desde la futura plaça Maragall, siempre presente sin concreción en su fecha inaugural, estaba en sus balbuceos. El Rustullet, de modo inevitable, padeció el tapón desde sus inicios. Pasearlo en la actualidad ofrece una salida bloqueada por una pared hacia passeig Maragall. Quién sabe si es indicio de una configuración con sentido hasta los años del Desarrollismo, cuando quedó encerrado entre pantallas ante uno de tantos booms del ladrillo.

El passatge Rustullet | Jordi Corominas

Poco antes, en 1947, se ordenó su desaparición para aprovechar mejor todos los metros cuadrados de la manzana y proseguir con la verticalización de la misma. Las promesas para la piqueta durante aquella década quedaron, para suerte de tantos pasajes, en agua de borrajas, y así fue como el Rustullet conservó, por ejemplo, la villa del número 6, según algunas versiones populares perteneciente a los amos del lugar, quienes agradecieron a San Antonio de Padua con profusión cerámica la fortuna por haberles concedido tierras para cultivar tras una epifanía donde el patrón casamentero por excelencia montaba en un blanco caballo, aconsejándoles cuidar su parcela, declararla al Ayuntamiento y pagar los impuestos para quedársela.

Detalle del número 6 del passatge Rustullet | Jordi Corominas

Esta leyenda se repite, con variaciones, en casi todos los pueblos agregados a Barcelona el 20 de abril de 1897. Ese 1931 de la fachada apunta a una consolidación de lo conseguido y al simbolismo de sobresalir en medio de esa nada hermosa nada sin estética de ningún tipo, sólo funcionalidad industrial y techos para cobijarse de fríos y ladrones.

El pasaje resistió como un milagro rodeado de cemento, integrándose a los enemigos por un portal de acceso al aire libre, sin embargo fatal al menoscabarlo de luz, concentrada en un interior muy tranquilo y casi siempre solitario, salvo por los clientes de un gimnasio, el taller mecánico, una herrería y dos sillas de aroma pasado en la entradita del único domicilio con más de un piso. Es fácil imaginar a señoras enfrascadas en las conversaciones sin la molestia del tráfico, guardianas del sitio, cronistas anónimas de besos robados, peatones impertinentes como quien escribe y custodias de un tramo ciudadano reducido a su mínima expresión por extinguirse la riqueza de sus hacedores.

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