Es muy fácil que surjan enigmas cada dos por tres si caminas por un barrio sin Historia escrita, como els Indians, con pocas páginas en enciclopedias de Barcelona y en el muy desigual mundo de los investigadores, así como resultará más complicado responderlos.
Algo con aspecto de elemental sin serlo es la fijación de sus fronteras, relacionándolas con los orígenes. Muchas fuentes coinciden en un primer intento de urbanización promovido por terratenientes como los hermanos Romaní, todo muy far west, Lluís Andreu y otro apellido clásico en estos límites entre Sant Martí y Sant Andreu, Pere Oliva.
Su proyecto fracasó hacia 1895 al no adecuarse con el Plà Cerdà. Aún no he profundizado en el estudio de esta semilla, pero sí realicé un barrido archivístico de las calles dels Indians. En un documento de 1898, Juana Guinart solicita construir una casa en un solar en el carrer Jordi de Sant Jordi, versificador discrepante de sus compañeros caribeños del nomenclátor porque en 1939 se decretó su permanencia en el mismo en perjuicio de la La Habana, ahora un paseo junto a La Maquinista.

Esta referencia pionera en Jordi de Sant Jordi me guía hacia dos claves para delimitar bien esos confines, paseándolos a conciencia un domingo por la mañana. Me sitúo en passeig Maragall y miro hacia una pequeña senda de asfalto dels Indians, taponada por un bloque de pisos de 1956 en el cruce de Francesc Tàrrega, otra disonancia de bautizo, y Campo Florido, en el punto donde más o menos ubicaríamos la masía de Can Berdura.
Si cruzara podría entrar a la barriada protagonista de esta serie, resistiéndome a hacerlo mientras unas fachadas de los años cuarenta como pantalla me bloquean su horizonte, abierto de nuevo, con más tiralíneas y perspectiva, cuando alcanzo la plaça Maragall y esta concuerda con el carrer de Puerto Príncipe, sólo difuminándose en Garcilaso.

El nombre del poeta liquidó las dos anteriores denominaciones, Estévanez y carretera de Horta a la Sagrera, de esta divisoria ideal y casi intachable de los Indians con el Congrés, de hecho, no es ningún error aceptarla como tal, pudiéndose comprobar en un mapa de 1943, donde sin embargo vemos cómo hay otro limes del que escribí la semana pasada, intuyéndolo desde la radicalidad de oposición de los estilos en un lado u otro del carrer Cienfuegos entre Concepción Arenal y Jordi de Sant Jordi.

Recapitulemos un poco. El passeig de Maragall es uno de los bordes dels Indians. Su lista en este sector primigenio se completaría con otras calles más. Una de ellas es Olesa, de las últimas en la nómina y con una identidad más que desdibujada, tanto por su impensado recorrido hasta la Meridiana como por esa calidad de ser un tope limítrofe, característica más comprensible en Concepción Arenal, si bien la vieja carretera de Sant Andreu a Barcelona ya pertenece a otro territorio pese a flirtear con ese yo fronterizo en su intersección con Garcilaso.
El mapa de 1943 es una especie de profesor para muchas de estas dudas. La Masía de Can Ros fue el impedimento para el progreso en la expansión dels Indians. Cuando los propietarios del caserío cedieron terrenos en los años cincuenta para edificar las Viviendas del Congreso Eucartístico se plasmó en lo palpable y lo estético la raya entre estas y su socio impuesto, simbolizada desde varias vertientes por un conjunto de inmuebles de 1922, uno de ellos con fachada en Concepción Arenal y dos más en Cienfuegos hasta la esquina con Jordi de Sant Jordi, en sus únicos metros posteriores a Garcilaso, una minucia significante en este delinear lindes, aquí rotos en su racionalidad inherente.

En la Gaceta Municipal de 1916 consta una petición de Benjamín Peidró para edificar una casa de planta baja, el interior de un solar con fachada a la carretera de Sagrera a Horta, en la barriada de Sant Andreu del Palomar. No sé tiró adelante su iniciativa, indicativa de un intento de destinar fondos de su constructora a estos enclaves. La trilogía de Concepción Arenal y Cienfuegos cuajó seis años más tarde. Peidró contrató, perdonen el inevitable pareado, al arquitecto Masdéu Puidemasa, de obra esparcida del Tibidabo al Camp de l’Arpa, de Horta a Sants hasta enhebrar el relato de muchas Barcelonas invisibles en los catálogos oficiales.

A partir de mis caminatas tiendo a pensar en los caprichos de determinadas pervivencias, revalorizadas desde ese rasgo. Las de Concepción Arenal y Cienfuegos son más maravillosas desde el contraste con sus vecinos de los inmediatísimos aledaños, fincas de la segunda mitad del siglo XX de un feísmo recalcitrante. El verde del casi gresite de una de ellas se amnistía por su juego cromático con la villa de planta y piso con balconada, matizada de amarillos en todos sus cuerpos.
Peidró tenía su domicilio en el número 1 de la rambla de la Muntanya del Guinardó. Era vecino directo de la Masía de Can Vintró en la carretera d’Horta, justo cuando esta moría en passeig de Maragall, a una nada dels Indians. Su vivienda del primero primera fue noticia el sábado dos de agosto de 1924 porque su hijo Benjamín de once años de edad cogió un revolver, según el breve en un momento de descuido paterno, disparándose hasta causarse una herida con orificio de salida y entrada en su mano derecha.
Adelina Planchart Aguilar, viuda de Benjamín Peidró padre, falleció el 28 de marzo de 1971 a los noventa y tres años de edad. Sus seis hijos la lloraban, así como un cuarteto de empresas de autoservicio y gestión inmobiliaria, muy reveladoras con relación a la prosperidad financiera de la familia, muy enfocada al sector del ladrillo. Su marido, fundador de la fortuna, puede servir como prototipo de muchos de los urbanizadores de los Indians, constructores de vuelo medio con parcelas un poco de aquí y allá en el barrio, hasta violar la ley natural del límite, parándose sólo por la presencia hegemónica de la Masía de Can Ros, embrión del Congrés.
Adelina murió en el número 211 de passeig Maragall, en un primero primera. La vivienda no dista en exceso del segundo segmento de los Indians, muy ignorado desde su morfología y la incertidumbre de su adscripción, un limbo bastante intricado hacia el Congrés. La casa se halla a pocos pasos de un Obrador dels Quinze. Esta franquicia panadera tiene su sede más emblemática en el empalme, un suspiro, de passeig y plaça Maragall, Navas de Tolosa y Olesa, un eje como muralla de barrios y abertura hacia el nacido en concomitancia con el Desastre del 98, otro guiño más para enmarañar el despliegue de su Historia.