A raíz de la muerte de Toni Batllori he desempolvado un archivador que tenía sobre el Diari de Barcelona. Es decir, sobre su muerte como diario en papel. El viejo Brusi (sobrenombre con que se conocía al diario porque así se llamaba quien fuera su propietario durante parte del siglo XIX) salió por última vez como tal el 29 de abril de 1993. Al día siguiente se transmutó en Nou Diari, edición Barcelona, y así (mal)vivió sus últimos meses hasta que el 26 de enero de 1994 apareció por última vez en papel y tinta (con posterioridad ha tenido, y sigue teniendo, otras vidas en formato digital).

Desde el 1792 había sido Diario de Barcelona –y era descrito como el “decano de la prensa continental”, puesto que solo The Times era más antiguo–, pero en 1984 se dejó de publicar y en 1987 renació en catalán, gracias a una alianza entre el Ayuntamiento de Barcelona, que había adquirido la cabecera, el grupo Zeta y la ONCE. Con aquella operación, el maragallismo intentaba que la información hecha en catalán no fuera patrimonio exclusivo del pujolismo y el Avui. Pero el invento salió rana. Zeta se retiró de aquella empresa tan pronto como pudo y la ONCE del intrigante Miguel Durán se quedó como propietaria casi única de un diario que perdía dinero a raudales. Y así se llega a 1993, en plena crisis postolímpica, cuando la organización de ciegos vende sus acciones a los empresarios de prensa leridanos Emili y Carles Dalmau, propietarios del diario La Mañana, los cuales se presentan con un ambicioso proyecto de diario catalán, con varias ediciones locales. Esto obligaba a un cambio de nombre, puesto que un diario que quisiera llegar a todos los catalanes difícilmente se podía llamar “de Barcelona”, por muy decano de la prensa que fuera. Parecía lógico. O no. Tanto da. Los cálculos de los Dalmau fallaron de mucho. Pero yo he venido a hablar de Toni y no de los Dalton, el nombre con el que enseguida se les conoció en la redacción.

Durante aquellos siete años de Brusi en catalán, Toni Batllori estuvo publicando una tira diaria en las páginas de opinión. Esto pasaba antes de que hiciera el salto a La Vanguardia, donde viviría su consagración definitiva como gran ninotaire. Pero el acierto y el ingenio con que Toni era capaz de hacer pasar la actualidad por los ninots de su escritorio no se explica sin aquellos siete años de viñeta diaria en el DdB. En la sede de la calle Tamarit, Toni aterrizaba, tira en mano, cada atardecer (excepto fines de semana), y nos la entregaba a los redactores de la sección de cierre. En aquel momento no existía todavía el correo electrónico ni internet había llegado a la prensa, por lo que no había más remedio que hacer lo que hacía el dibujante: aparecer por la redacción con el original de la viñeta que publicaríamos al día siguiente. He leído estos días que Toni continuó haciéndolo hasta el último día en La Vanguardia y no me ha extrañado. Recuerdo que le gustaba observar la reacción de la primera persona que leía la tira. Creo que quería asegurarse de que la broma, la ironía o la pulla se entendían. Y, si la ocasión se prestaba, se quedaba un rato de charleta.

He dicho que había desempolvado un archivador porque aquel 26 de enero de 1994, después de unos meses tormentosos (los pagos de las nóminas se habían empezado a atrasar después del verano, hasta que llegó el momento en que dejaron de llegar), los trabajadores nos encontramos con que alguien había entrado por la noche para llevarse una maquinaria de la parte de talleres sin la cual era imposible hacer el diario. Eran tiempos en los que aún una parte del proceso de producción se hacía a la redacción y que, por tanto, además de periodistas el diario tenía personal de talleres. Para mostrar la irritación del momento recupero tres tiras del mismo Toni publicadas en el diario aquel enero del 94. No fueron las únicas andanadas contra la propiedad que aparecieron en el mismo diario. Conservo un horóscopo delirante en el que todo eran alusiones a los Dalmau y los impagos.

Tira publicada el 5 de enero de 1994 en Nou Diari
Tira publicada el 17 de enero de 1994
Tira del 21 de enero de 1994

 

Con la desaparición de la maquinaria, aquel día también se esfumaron la propiedad, el gerente y el director, director adjunto, subdirectores y jefes de área (con alguna honrosa excepción). O sea que unos ochenta trabajadores nos quedamos en un extraño limbo: no podíamos hacer nuestro trabajo, no cobrábamos, y en cambio teníamos un contrato vigente con una empresa en activo y nadie nos había despedido. Decidimos en asamblea que, para luchar por lo que era nuestro, teníamos que encerrarnos en la sede de la calle Tamarit. Ocuparla indefinidamente, día y noche. La mayor parte de los afectados seguíamos yendo cada día a preparar acciones y movilizaciones o a informarnos de las gestiones del comité de empresa y el abogado. Pero la noche era el momento clave, puesto que nos teníamos que asegurar que nadie entraba por la fuerza y nos impedía la entrada. O sea que pasábamos la noche haciendo turnos en grupos de 4 o 5 personasm, y Toni, que formalmente era un colaborador (si bien el juez acabaría reconociéndole la vinculación laboral), no faltaba nunca. Doy fe de ello porque formábamos parte del mismo turno de noche.

Yo tenía el recuerdo de una foto de Toni embutido en el saco de dormir, por la mañana, con una sonrisa en la boca a pesar de la cara de sueño. Y esto es lo que buscaba en aquel archivador. Pensaba hacer un tuit para recordar que, mientras otros pusieron tierra de por medio en busca de una solución personal, Toni, un colaborador que ya no era una criatura (muchos de los redactores lo éramos) y que tenía responsabilidades familiares y compromisos profesionales (colaboraba con El Jueves, El Triangle y La Vanguardia, quizás más publicaciones), se sumó a las acciones de protesta. No he encontrado la imagen, pero sí en cambio otras fotografías que me han hecho ver que durante aquellos meses que nos manifestamos en la plaza de Sant Jaume, o ante la sede de la ONCE (los Dalton acusaban a la organización de haber incumplido el contrato de compraventa) o ante la sede de La Mañana en Lleida, lo que llevábamos como pancartas eran casi siempre obras de Toni. La mayoría de las que se ven en las fotos que conservo tienen claramente su sello.

La sede de la calle Tamarit

La única foto que tengo en la que aparece Toni. Unos trabajadores se encadenaron ante la sede de la ONCE hasta que la policía nacional llegó con tenazas para romper llas cadenas. Toni aparece en el medio de la imagen, con el casco de la moto en el brazo.

 

También durante aquellos meses de encierro y protestas los trabajadores editamos hasta cuatro “ediciones especiales” del Nou Diari (llevan las fechas de 2 y 28 de febrero, 6 de abril y 11 de mayo) a través de las que íbamos informando, a los vecinos del barrio de Sant Antoni y a quien fuera, del estado del conflicto y de las fechorías que íbamos averiguando de los accionistas y exdirectivos, unas ediciones que repartíamos en las diversas movilizaciones y a la entrada del diario, en un simulacro de quiosco de la ONCE hecho en madera que también paseábamos allí donde fuéramos y que tampoco habría sido posible sin las habilidades manuales de Toni. Los lectores pagaban la voluntad y con aquel dinero de la caja de resistencia supongo que conseguíamos pagar la imprenta. Y en todos aquellos diarios de 8 páginas la imagen de apertura es una gran viñeta-denuncia de Toni Batllori.

Abandonamos el encierro cuando el juez del social confirmó nuestro despido improcedente y la deuda de la empresa en quiebra con cada uno de los trabajadores, lo que nos permitía ir al Fogasa (Fondo de Garantía Salarial) a reclamar parte de la indemnización y al INEM a tramitar el paro. Dice mucho de mi proverbial falta de visión el hecho de que me llevara algunas fotos de recuerdo y ninguna de aquellas pancartas. No sé si alguien se llevó alguna a casa o si se quedaron abandonadas en cualquier rincón de aquella redacción en desguace. Es lo más probable. Una auténtica pena, porque merecerían formar parte de la muestra antológica que algún día le dedicarán a Toni.


Posdata. En 2007, trece años después de aquella movida, cuando ya nadie se acordaba, recibimos un aviso de Quico Ràfols, el presidente del comité de empresa en aquella redacción y que hoy lo es del Sindicat de Periodistes de Catalunya (SPC). El abogado había continuado persiguiendo aquel caso, evitó que se archivara definitivamente y, de alguna manera que técnicamente soy incapaz de explicar, encontró como acorralar a los Dalmau y reclamar ante la justicia el pago de la deuda pendiente. Los Dalmau fueron a juicio y tuvieron que sacar de algún lugar 2,5 millones de euros para que los trabajadores cobráramos los salarios que no habíamos cobrado ni antes ni después de cerrar, es decir, que también acabamos percibiendo todo o una parte importante de aquellos meses que estuvimos en las barricadas y en el limbo. También esta historia se tendría que enseñar a aquellos que no saben o no quieren saber para qué sirven los sindicatos.

Posdata 2. Lamento no conocer la autoría de las fotos que he publicado en este artículo, sin duda hechas por fotógrafos de la última etapa del Brusi. Espero que los compañeros me disculpen.

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1 comentari

  1. Antonio Jefferson on

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