De un modo u otro todas las piezas terminan por encajar. De pequeño pude comprobar lo poroso de las fronteras de mis barrios. En ocasiones iba con mi madre al Cine Río en el número 40 del carrer de Matanzas, en els Indians. Recuerdo una noche de finales de verano de 1999 donde vi, si la memoria no me falla, Eyes Wide Shut. Al salir de la sesión todos los aledaños eran puro silencio, con esa sensación desangelada de cierta falta de vida, algo si se quiere normal en esta periferia de Barcelona, privada con el paso de los decenios de muchos de sus estímulos de la nocturnidad, sólo salvados por la resistencia vecinal y las ganas de divertirse, pues de todos es sabido que si quieres escapar a lo normativo los barrios de los márgenes son los mejores por su autenticidad.
El Río cerró en 2002 tras un pase de Invictus. En el mismo solar hubo hasta 1973 el homónimo centro de baile, durante veintidós años uno de los lugares de reunión festiva de la barriada. Fue fundado por tres socios, los hermanos Escofet, propietarios de un garaje en el 15-17 del carrer de Pinar del Río, y el maestro de obra Francesc Boada, hermano de Pere, quien con anterioridad había animado las horas muertas de los vecinos mediante una serie de actividades teatrales surgidas desde su masía de Can Clariana, sita en Cardenal Tedeschini con Concepción Arenal y desaparecida en los años cincuenta, cuando nació el proyecto de los bloques del Congreso Eucarístico.
Quizá la casa Rosa del carrer Francesc Tàrrega sea la gran sucesora de todos estos pioneros a la hora de mantener viva la llama cuando cae la noche y nos apetece dar un garbeo. Más allá del alcohol y los ligues, muchos de los primeros habitantes en los Indians fueron coetáneos al boom del fútbol en nuestro país. Dispusieron del campo de Can Sabadell, tercero del Barça entre 1901 y 1905, el del Martinenc cuando se hallaba en Freser con el carrer del Guinardó, espacio ocupado durante los años cuarenta por la Fábrica Alchemika, y el cercano a la Masía de Can Xirigoi, en els Quinze, junto a las cocheras de los tranvías, quien sabe si con los años adaptado a la época a través de una pequeña cuadrícula de cemento en que jugué con los compañeros del Instituto tras las clases.

Todos estos coliseos del pueblo no pertenecían als Indians, es más, lo interesante de su emplazamiento en el mapa es su condición fronteriza, como si así pudieran acoger a jugadores de todas las inmediaciones, algo comprensible si se atiende la evolución del deporte rey antes de su prostitución en nuestro siglo, causa de la decadencia de sus valores iniciales, forjados en la arena y la cotidianidad.
Uno de sus mejores cronistas en Cataluña durante el primer tercio de la pasada centuria fue Josep Torrens Font, quien hasta la investigación de hoy sólo era un nombre en el documento del archivo del inmueble correspondiente al 16 del carrer de Matanzas, una de las construcciones más singulares de la zona, dotada de planta, piso, jardín diezmado por los nuevos pisos de la posguerra y un añadido solvente, un sombrero en forma de balcón muy años cuarenta.
El color rosado de la casa me conduce a efectuar una relación cromática inconsciente con Villa Jazmines. En realidad, si quise ver ese pliegue fue por mi obcecación en localizar todas las fincas capaces de determinar los orígenes dels Indians. Esta es de 1935 y su entorno me sugiere una soledad de fondo remediada sólo con la dictadura. En una nota de 1927, los empleados de tranvías pidieron solucionar su problema de vivienda con el alzamiento de casas baratas, a la postre cimentadas un poco más lejos, en el passatge del Arquitecte Millàs del barrio de la Jota.

El estilo y disposición de la posesión de Torrens Font también es un indicio de cómo pudo ser ese paraje durante la Segunda República. No le faltaban metros para sus propósitos, tampoco consejeros. Uno de sus hermanos se destacó como tantos otros en la compraventa inmobiliaria. Sin embargo, moverse hacia esa tierra medio desierta suponía tranquilidad, facilidades de transporte por la progresión en ese sentido de passeig Maragall y un indudable incremento de la cualidad de vida en comparación con su apartamento en el principal del 514 del carrer de Mallorca, en la esquina con Dos de Maig, cada vez más densificado y con riesgo de ser engullido, como sucedió, por la voracidad del Eixample.
Mi gran sorpresa fue descubrir que Josep Torrens Font fue una primerísima espada para la sociedad catalana. Nacido en 1891, compaginó múltiples facetas en lo futbolístico, desde árbitro hasta jugador del Reial Club Deportiu Espanyol, donde jugó cedido durante la temporada 1909-1910. En esa misma época comenzó a dirigir semanarios deportivos, tales como El Sport o La Jornada Deportiva. Su cima fue El Mundo Deportivo, tomándolo en sus riendas en 1929, cuando lo transformó en un periódico diario.
Torrens Font encargó el 16 de Matanzas al arquitecto Joan Bruguera i Roget y los enlaces de datos nos resuelven sin muchas dudas el porqué de su contratación, la segunda tras 1914, cuando rubricó para el periodista la edificación del 514 del carrer de Mallorca.

Esto podría generarme dudas sobre si la dels Indians se erigió para lucrarse con los alquileres o para alejarse del mundanal ruido a poca distancia de la redacción en el 338 de Diputació del decano deportivo de la prensa nacional, sólo superado en Europa por la Gazzeta dello Sport.
Torrens Font figura asimismo en el fondo de combatientes del Ministerio de Cultura y Deportes. La victoria de Franco conllevó su destitución. A partir de ese fatídico mes de abril nada he podido encontrar de nuestro protagonista, como si lo hubieran esfumado. En la Gaceta Municipal se menciona a un José Antonio de Torrens Font en grave situación económica. La coincidencia es una mera metáfora. El borrado vital de este fomentador de la Cultura Física, partícipe con el Ayuntamiento republicana para ampliarla en toda la Ciudad Condal, era habitual en la implacable sed de sangre de los vencedores. A Josep Sunyol, presidente del Barça, lo fusilaron, mientras Torrens Font fue silenciado, cancelado si lo prefieren, con el vocablo en todo su funesto esplendor, bastante más crudo que muchas iras infantiles de la contemporaneidad.