El periodista y escritor Andreu Claret publicó una trilogía de novelas sobre la guerra civil en Cataluña: “El secreto del brigadista” (2008), “El cónsul de Barcelona” (2019) y “1939. La caída de Barcelona” (2021). Esta trilogía que mezcla historia y ficción ha tenido continuidad con un nuevo libro -“París éramos nosotros” (Columna Edicions)- donde Claret reconstruye la vida de su padre, un hijo de rabassaires que tuvo que exiliarse a Francia tras la Guerra Civil y que coincidió con personajes destacados de nuestra historia reciente como Lluís Companys, Pau Casals, Pablo Picasso o Josep Tarradellas. “París éramos nosotros” ha recibido el Premio Ramon Llull 2023.
Este nuevo libro sigue un poco la línea de los anteriores, con esa mezcla de historia real y de ficción. ¿Es el mejor estilo para hacer la biografía de su padre?
Es muy distinto. Es muy personal. Yo no quería hacer la biografía de mi padre. “Dios me libre”. Un hijo haciendo la biografía de su padre es algo que no encaja, aunque lo hiciera bien. Yo no tenía la intención de hacer su biografía. Él lo quería, pero esto es distinto. El origen de este libro es que yo había hecho tres novelas históricas, que ya está bien, sobre este período de la República, la guerra, el exilio, y ahora no quería hacer una novela histórica, quería hacer una novela sobre historias más humanas. Incluso empecé a inventarme personajes, hasta que un día dije, ¡hostia!, tengo en casa a los personajes. Mis padres han vivido todo este período, lo han sufrido, han salido adelante, lo han superado, y además hay una historia complicada de por medio. Esa fue la razón por la que escogí a mi padre, lo cual me planteó problemas literarios, de mantener suficiente distancia, dejando muy claro que no era una biografía, y la otra cosa que me planteé, que era más delicada, es que me di cuenta de que con las grabaciones que yo había realizado con mi padre tenía hechos que formaban un personaje de novela, pero también había muchos silencios.
Los padres siempre esconden cosas a los hijos
A veces se las esconden a ellos mismos. Esto lo hacemos todos. La memoria la vamos seleccionando, cribando, hay cosas que retenemos y cosas que no recordamos. Y esto fue lo más interesante. La novela implica silencios y, para entendernos, abrir cajones. Muchas novelas empiezan con una caja que encuentra alguien en un desván, la abre y hay unos documentos… Es un poco eso. Lo que he hecho aquí es hablar con toda la familia, con amigos, con gente que le había conocido, me he acabado metiendo mucho dentro de la piel del personaje, y entonces he construido una historia humana que me parece interesante, que es su primera esposa, su primera vida, la segunda, la vida política,… Se quiere comer en el mundo, saliendo de un pueblo como Súria, de principios de siglo. Tiene un primer matrimonio de conveniencia, para tener una buena casa, y supongo que también para adquirir respetabilidad en el pueblo donde estaba, porque en aquella época si no te casabas pronto perdías respetabilidad. Se implica en la República, en la guerra, no da importancia al hecho familiar. Lo primero que le llama la atención es la muerte de la hija, de la que estaba muy encariñado, mucho más que del hijo, al que tenía un poco aparcado. Es un personaje que pasa la frontera. Como dice él mismo, era un poco monstruo, conseguía salir adelante pasase lo que pasase. Las escenas que él me cuenta del paso de la frontera, parando coches, sacando a la gente fuera, metiendo heridos,… Este personaje que podía haber acabado mal, muy endurecido, se enamora de una chica que tenía dieciséis años menos que él, y eso le humaniza. Esto es lo que explica que sea una novela y no una biografía.
Es curioso cómo la comienza, inventándose usted mismo en el útero de su madre, a punto de nacer
No, no, inventándome no, yo me acuerdo, de cuando nací. La gente no se lo cree. Esto es la gracia que tiene la novela, que te metes dentro de los personajes, y al final hay una confusión entre realidad y ficción. Aquello era un follón tremendo. Estuve a punto de matar a mi madre.

El siguiente capítulo es, precisamente, la muerte de su padre. ¿Por qué comienza la novela con estos dos capítulos?
El primero es para definirme a mí mismo, la voz del que será el narrador de la novela. Es el hijo, pero debía definirme, de dónde salía, definirme en relación con mi padre, con aquella anécdota significativa de que lo primero que hace cuando nazco es correr a enviar un telegrama a Pau Casals. Y definirme con respecto a mi madre. Y el segundo capítulo, como mi padre, al fin y al cabo, no es nadie, quiero decir que no fue diputado en el Parlament de Catalunya, ni concejal, ni consejero, me sirve para definir un poco al personaje. Aún recuerdo que cuándo iba a la escuela y me preguntaban qué hacía mi padre, no sabía explicarlo muy bien. En el capítulo siguiente, que es él, Súria,… si el lector no sabe que ese muchachito es alguien que tendrá después una trayectoria curiosa y bastante excepcional no sé si habría seguido leyendo. Lo que tiene gracia es que, sabiendo de entrada que aquel tipo ha sido un personaje, veas cómo nace en una familia de rabassaires jodidos, arruinados por la filoxera, cabreados con los propietarios, cabreados con la iglesia, la iglesia local, incluso, no sólo la jerarquía eclesiástica, la iglesia que bendecía a los propietarios, cabreados con la monarquía, porque cobijaba todo esto. Me parece importante situarlo mínimamente y también definir un poco su carácter.
El libro acaba en 1962. ¿Por qué?
Por eso, porque no es una biografía. Mi padre hizo muchas cosas. Yo no quería hacer la biografía de mi padre. Yo quería utilizar a unos personajes que los tenía en casa, con unos cajones que abrí, y hablar de cincuenta años que son demenciales. En la primera mitad de siglo ocurre de todo. La gente dice que el mundo va mal hoy, pero que vaya a la primera parte del siglo XX y verá cómo iba el mundo. Y todavía falta ahí la primera guerra mundial, donde España no estuvo implicada. Estás allí, naces, la potasa, nos comeremos el mundo, Súria cambiará, la Mancomunidad, escuelas en catalán, la República, las ilusiones que todo irá a mejor, y de repente todo esto acaba. Son cincuenta años que son muy interesantes de contar.
“París éramos nosotros” ¿Por qué tenía su padre esta admiración por París?
En aquella época de apertura, de furia, de la revolución, de la potasa, que parecía que todo se tambaleaba, él, con 12 años, tenía una relación con el director de la mina por una razón muy peculiar: era un excelente jugador de billar. Se le daba muy bien. De hecho, el billar fue siempre la clave que le permitió lo que ahora se llama el ascenso social. Con el billar se fue abriendo camino. Llegaba a Manresa, donde no era nadie, hablaba un catalán de payés, veía a aquellos intelectuales que hablaban un catalán florido… ¡Ahora bien! Llevaba el taco de billar, y como había billares en todas partes, hacía una exhibición y todos se quedaban boquiabiertos. Le servía en Manresa, en Barcelona o para encontrar trabajo en París. Por eso presenté el manuscrito al Premio Ramon Llull con el título de “El hombre del billar”. De muy joven enseñó a jugar a billar al director de la mina, que era belga y tenía un libro con fotos de París que le enseñó. Mi padre le dijo que algún día quería ir allí. Era el sueño metafórico. Mi madre, que era mucho más joven, se marchó al exilio por un camino diferente, caminando desde Manresa hasta La Jonquera, en un drama típico de la gente humilde de aquella época. Estuvo primero en el campo de Argelers, donde cayó muy enferma de tifus y salió del campo. Estaba en un pueblo de Francia que ocuparon los alemanes y vio un día cómo asesinaban a un hombre que sacaron del autocar en el que iba y allí lo mataron. Mientras vivía allí, los alemanes llegaron a París. Me había hablado de cuando había visto la foto de Hitler bajo la Torre Eiffel. Siempre decía que “cuando este hijo de puta pierda la guerra, iré a París”. No eran ninguna excepción. En esa época París lo era todo, la libertad, la cultura, muchas cosas. Estaban obsesionados con ir a París. El libro no pasa en París pero hay un capítulo que sí que ocurre en allí y que es una especie de redención de todas sus penas.

Pero ese París al que fueron era un París muy jodido, ¿no?
Sí, era un París jodido, pero ellos fueron cuando los nazis ya no estaban allí. Mi padre sí que había ido antes. Caminan por el jardín de las Tulleries y él le explica a ella que todo aquello eran jardines para conseguir comida. Ahora la gente no lo sabe pero allí se cultivaban alcachofas y tomates. Era una catástrofe.
¿Qué papel juega su padre en la política catalana? Era de Esquerra Republicana pero no tuvo un papel destacado en el partido
Hace cosas puntuales. Es de Esquerra Republicana y lo fue toda su vida. Tenía tres o cuatro ideas que eran las de los rabassaires: la libertad, la fraternidad, ideas mucho de los francmasones de la época. Y en el caso de mi padre se añadía la justicia social porque no era minero pero había bajado mucho a la mina a realizar trabajos de carpintero, había ido también a la mina de Sallent, a la de Fígols y había visto cómo trabajaba la gente allí. Además, tenía un par de parientes de otro pueblo, chicas jóvenes, que trabajaban, en lo que se llamaban las fábricas de río, las fábricas textiles, que eran mucho peor que la mina. Era catalanista y se movió siempre con estas ideas. Pero las políticas de partido le amargaban un poco. Desde la actitud crítica que adopta cuando Companys, del que era amigo, se deja manipular por Dencàs y los hermanos Badia, y ocurre lo que ocurre en octubre del 34, hasta Francia, ya en el exilio, donde él, con mucha ingenuidad política, defendía la unidad de todos para hacer frente al franquismo, incluyendo a los comunistas, y eso que él no era comunista. Durante una época creyó que tenía que apoyar la invasión del Valle de Arán, él que nunca había cogido una pistola. Y se dio cuenta, hablando con muchos diplomáticos ingleses y franceses, de que eso era una locura, porque los países aliados ya habían reconocido a Franco y no querían saber nada de esa invasión. Consideraban que Franco era un aliado para hacer frente a la Unión Soviética. Estas cosas más políticas le cabreaban. Por eso se entendía muy bien con Pau Casals que era igual, no era comunista, no era separatista, no era anarquista, pero los principios que tenía los tenía muy bien puestos. Cuando los aliados reconocieron a Franco, dijo que no tocaría nunca más en Francia ni Inglaterra. Y estuvo muchos años sin tocar en esos países.
No tenía un cargo orgánico en Esquerra pero conoció a personajes destacados de la historia reciente de Cataluña
Era una persona con mucha iniciativa. En Francia, por ejemplo, ¿por qué conoció a Pompeu Fabra? Él había aprendido a leer y escribir catalán de noche, con una gramática de Pompeu, que se había comprado en Manresa. Era muy espabilado, muy emprendedor como diríamos hoy. Todos los intelectuales catalanes pasaban hambre durante los años duros de la ocupación alemana. Él tenía una explotación forestal, una masía, donde había ganado e iban a menudo allí a comer. Hay un capítulo de los más divertidos de la novela con Pompeu Fabra, Xammar, todos estos, que iban a su masía, se pasaban tres o cuatro días allí y recuperaban dos o tres kilos.
Era muy ingenuo y pensaba que Pau Casals podía unir desde los comunistas hasta los nacionalistas, digamos conservadores
¿Cómo conoció a Companys ?
A Companys le había conocido en la época del republicanismo. Lo había visto cuando iba a Manresa; más tarde, a Sallent, y le parecía que de todo este mundo catalanista, que se decía en la época, Companys era el mejor. ¿Por qué? Primero, porque Companys tenía un origen rural como él, aunque era de familia campesina rica, pero sabía de los problemas de los rabassaires. Y segundo, porque Companys era amigo de Layret, era de los pocos de Esquerra Republicana que tenían una conciencia social, porque había sido abogado laboralista, sabía qué pasaba en las fábricas, en la mina… Mi padre se entendía mucho mejor con él que con otros dirigentes de Esquerra Republicana o de Estat Català que sólo se movían en la órbita estrictamente nacionalista. Era muy crítico con Companys, con las cosas que hizo, con que se dejaba manipular por Dencàs, a quien mi padre odiaba porque le había conocido, pero le parecía que era honesto, que los tenía bien puestos. En el exilio fue muy crítico con todos los que martirizaron a Companys. Siempre digo que a Companys lo fusiló Franco, pero antes de fusilarlo, muchos catalanes le habían criminalizado, le habían hecho responsable de la derrota,… que si era demasiado amigo del cónsul soviético en Barcelona, que si no había estado lo suficientemente decidido para seguir adelante con la independencia en los momentos en que se suponía que podía hacerse. A mi padre esto le sacaba de quicio. La campaña contra Companys en los últimos años de su vida es algo que está por escribir. Si lo pillaron los alemanes, aparte de la historia de que quería quedarse donde estaba por la enfermedad de su hijo, es porque no tenía adónde ir. Había gente en Montpellier o Toulouse que hacía unas pintadas en las paredes de “C o Catalunya” y la C era Companys.
No se avenía con Tarradellas
Se cabreó mucho con él. Le reconocía que era el único que tenía narices, políticamente hablando, para mantener esa cosa de la Generalitat en el exilio, que no era nada.
Él prefería que Pau Casals fuera presidente de la Generalitat
Era muy ingenuo y pensaba que Casals podía unir desde los comunistas hasta los nacionalistas, digamos conservadores. Y esto en el año 49-50, cuando ya empezaba la Guerra Fría, no tenía posibilidad alguna de éxito. Él siempre defendió esto. Alguna gente me ha preguntado qué pensaba mi padre de que yo fuera del PSUC. Mi padre no era comunista y pensaba que lo de Moscú era un desastre con patas y era muy antistalinista. Siempre había tenido mucho respeto por los comunistas. No sólo los del PSUC. Uno de sus grandes amigos en Francia, era un judío francmasón que era comunista.
Se cabreó con Tarradellas pero le reconocía que era el único que tuvo las narices de mantener la Generalitat en el exilio, que no era nada
El franquismo iba a por él. Estuvieron a punto de asesinarle en una ocasión
Más de una. Él no era rabassaire porque de joven trabajó de carpintero, pero venía de una familia rabassaire y los rabassaires son aquello de la quintaesencia catalana. Son muy moderados, porque son gente del campo; por tanto, no tienen ninguna idea revolucionaria en la cabeza. No son como los obreros del campo en Andalucía pero cuando les tocaron la rabassa, los contratos, cortaron la cabeza de algunos propietarios. Se convirtieron en muy anticlericales. Esto explica el anticlericalismo de mi padre en una época y algunos de los textos que escribía en el periódico. Los curas apoyaban a los propietarios de manera descarada, hacían discursos en la iglesia contra los rabassaires. También eran ferozmente antimonárquicos, porque la monarquía de Alfonso XIII bendecía todo eso. Ese tópico tan tonto del seny y la rauxa… Así eran los rabassaires. Mi padre era así.
Su padre a pesar de ser radical y tener cierta amistad con comunistas, no parecía que fuese tan importante como para que los franquistas quisieran asesinarlo cuando estaba en Andorra
Hay dos cosas que lo explican y aparecen en su ficha de la causa general, que he utilizado para hacer la novela. En un pueblo del Bages, Fonollosa, al que fue como secretario del Ayuntamiento, había un líder de las derechas con mucha personalidad y se enfrentó a él. Tuvieron unas peleas épicas en dos cafés que estaban encarados en el pueblo, los dos escribían en periódicos de Manresa, mi padre en un diario republicano y el otro en un diario de derechas. Se decían de todo. Cuando hubo la guerra, en Fonollosa, como en tantos otros lugares, quemaron la iglesia. En el pueblo vecino mataron a un cura. Y le acusaron a él en la causa general franquista. Entraban los pueblos, ponían una mesa delante del Ayuntamiento y llamaban a los vecinos para que hicieran delaciones. En la causa general, mi padre sale como miembro de la CNT y de la FAI. Tenía amigos anarquistas, pero de la CNT nada de nada.

Pero le acusaron de todo, de toda la gente que había muerto en el entorno. Tenía una ficha de causa general que era para ir al Campo de la Bota. Además, cuando estuvo en el exilio, dirigió El Poble Català, publicación del grupito de Esquerra Republicana que era partidario de la unidad con los comunistas y escribió varios artículos. En uno de ellos decía “Franco, eres un asesino”, algo bastante normal. Esto lo incorporaron a la ficha. De tal modo que cuando el alcalde Porcioles le llama a Barcelona para que le ayude a sacar la nieve de la gran nevada del 62 con las máquinas quitanieves que él tenía en Andorra se encuentra que no le dejan pasar de La Seu d’Urgell. Es una epopeya bastante divertida. Estuvo cuatro horas allí para conseguir pasar. Porcioles llamaba para que le dejaran entrar pero el ministro de Gobernación, Camilo Alonso Vega, no quería. Un lío de narices. El comisario de La Seu, al que conocía porque subía a Andorra en busca de whisky, intenta encontrar una solución y le proponen que firme un documento diciendo que renuncia a lo que escribió en El Poble Català lo dejarán pasar. Y mi padre dice que no, que él iba a quitar la nieve de Barcelona con unas máquinas y que si no le dejan pasar, se vuelve para arriba. Esto es muy típico de la represión franquista, bestia pero a veces surrealista. A mí me detuvieron y estuve 3 meses y medio en la cárcel Modelo. Un día me llaman y me dicen que vaya al centro de la cárcel, que era un lugar al que los presos nunca iban. Me encuentro a dos tíos con gabardina. Uno de ellos me pidió que abriera la boca, la abrí y se fueron. Todo esto era porque yo tenía un hermano mayor que murió, Joan, que había estado metido en un grupo armado contra el régimen desde Francia. Mi hermano tenía 15 años más que yo. Y como había venido a visitarme su esposa -él no, porque no podía entrar en España- alguien pensó, de la Policía Militar seguramente, que yo era mi hermano. Y los tíos me miraron los dientes como a un caballo.
Le dedica el libro a este hermano: “A Joan, que no supimos querer”. ¿Qué pasó?
Fue el hijo del primer matrimonio de mi padre, que tuvo una relación complicada con él. Cuando murió su hermana, que tenía dos años menos que Joan, mi padre se volvió medio loco, incluso pensando que porque no se había muerto él en vez de la niña, a la que quería mucho. Joan sufrió mucho esto. Tampoco nosotros, los hijos del segundo matrimonio, tuvimos con él la relación que, ahora, echando la vista atrás, considero que le habría ayudado, por lo menos desde un punto de vista afectivo. Era un chico, un hombre que sufrió la falta de padre.
Mi padre tenía una ficha en la causa general franquista que era para ir al Campo de la Bota
Hacer un libro donde se habla de la familia debe exigir muchos equilibrios para no enfadar a nadie.
Lo he logrado. Por el contrario, y lo digo al final de la novela, me siento en paz, porque efectivamente no parecía fácil. Había el fantasma del tío Florenci, al que no veíamos -había muerto en el 51 o el 52- pero es que tampoco nos veíamos con sus descendientes. ¿Por qué pasaba esto? Porque se habían enfadado los dos hermanos en el exilio. Eso lo he rehecho. He ido a hablar con los descendientes de Florenci. Había habido malos rollos, sobre todo malos rollos de dinero, algo típico del exilio. En el exilio todo el mundo tenía malos rollos de estos. A Companys le acusaban de quedarse el dinero. A Pompeu Fabra le acusaban también de quedarse con el dinero del exilio. Era muy tóxico ir al exilio. Entre ambos hermanos siempre hubo una situación muy difícil. Y la novela lo ha arreglado. Nos hemos abrazado, he hablado con gente que son de la familia, que son primos míos, que nunca había visto. Y nos hemos reconocido. Fueron a la presentación del premio. Anteayer, en Manresa, encontré a familiares de Trini, la primera mujer que tuvo mi padre, que son de Fonollosa y que vinieron a la presentación del libro allí. Si la literatura sirve para eso, está bien, ¿no? Aparte de vender unos cuantos libros, estableces puentes. Esto está muy bien y a mí me ha pasado.
¿Cuándo murió su padre?
En 2005.
Dice que a su padre le hubiera gustado el libro, ¿está seguro?
Creo que sí. Él quería que yo hiciera una biografía. Es un libro sin concesiones, de buscar las contradicciones Lo primero que hice fue pedir a mis dos hermanos que leyeran el manuscrito. Escribir me gusta pero no es cuestión de montar un lío de narices en la familia. Es un libro sin concesiones, en el sentido de buscar las contradicciones del personaje. Hay algunos adjetivos que le asigno en momentos determinados que hacen de él un personaje muy ambivalente. Al final, lo que cuenta es la vida entera, toda, no sus partes. Me pareció que me salía algo muy digno. He encontrado gente que lo ha leído y me dice que me meto mucho con mi padre. Tuvo muchos amigos pero también tenía unos cuantos enemigos. He hablado con algunos de esos enemigos y me han dicho cosas que salen en el libro.
La novela ha arreglado una situación familiar muy difícil. Nos hemos abrazado, he hablado con primos míos que nunca había visto
Ahora quizá lo que falta es su propia biografía, ¿no?
No, no, cuando sea mayor. Me pondré a ello hacia los 80 y pico. Tengo 77. Ahora quiero escribir sobre el fin del franquismo y la transición. Se están diciendo tantas tonterías al respecto que yo creo que una novela puede ayudar a explicar este juego entre ilusión y frustración. Será con personajes ficcionados. No será mi familia, que ya he retratado lo suficiente.