Las más pequeñas, las que acaban de nacer, no lo hacen con propósito ni con objetivo propio. Las bebés no vienen al mundo para hacernos felices. Nacen y punto. Y a partir de ese momento es el deber de todo el mundo (que no sólo del(los) reciente(s) padre y/o madre) hacer todo lo posible para que la recién llegada tenga una vida feliz y placentera.
Tampoco somos tan importantes o tan imprescindibles como para que el mundo no pueda continuar si nuestro ADN no lo hace. Es tan narcisista pensar en esto. Realmente tampoco tiene nada que ver la idea de “hija” con el ADN. Podríamos decir, de hecho, que hijo no se nace, sino que llega a serlo.
En todo caso: escribo estas líneas preocupado por noticias que he escuchado y leído estas semanas, a raíz de la exclusiva sobre que la actriz y empresaria Ana Obregón ha comprado una bebé, por medio del alquiler de vientres, en Estados Unidos. Y me preocupa cómo se vuelve a hablar, en un mar de frases hechas y argumentarios fast-food, de “facilitar la adopción” como medida para luchar contra esta práctica.
De la misma manera que la migración debe permitirse, no porque nos sea funcional como estado, sino porque moverse libremente es un derecho humano, el alquiler de vientres no debe tener ningún tipo de cabida, no porque puedan existir alternativas, sino porque comprar y vender personitas está mal. Sí, mal.
Pero por qué es equivocado pensar en “facilitar la adopción” como camino para luchar contra los vientres de alquiler. Lo primordial está en la diferencia de base de ambos mecanismos: Por un lado, la adopción, aunque pueda sorprender, no es una herramienta que exista para la satisfacción de las personas adultas. Por el contrario: la adopción es un mecanismo (que conjuntamente con el de la acogida) está pensado para la protección de los menores. Para la garantía de su bienestar. El vientre de alquiler, por el contrario, es un mecanismo pensado a la inversa: Se inventa y se pone en marcha para satisfacer el deseo de las adultas. En la primera, el protagonista es el menor y el adulto sólo la herramienta. En la segunda, el protagonista es el adulto y el menor un objeto de consumo.
Además, permítanme poner en duda que una supuesta “adopción fácil” detuviera el narcisismo de quien está dispuesto a todo para perpetuar su ADN. Dicho esto, sigo. Cuando se habla de “facilitar la adopción” hay varias preguntas que me vienen a la cabeza, porque nunca, absolutamente nunca, esta frase va acompañada de ningún ejemplo de qué es lo que la dificulta. Porque, si alguien dice que es necesario facilitarla, imagino que algún pequeño análisis debe tener de qué elementos son los que la hacen difícil. Tampoco escucho nunca una sola propuesta para “facilitar” la adopción. Nunca, ninguna. El mismo día que salió la noticia mencionada el candidato del PSOE a la CAM repitió esta frase tan gastada, pero no aprovechó la ocasión para exponer ni una sola medida que fuera en dirección de esa tan aclamada “facilitación de la adopción ”. Y mira que es candidato a presidir una institución que tiene las competencias directas al respecto. Si ni siquiera una persona como él tiene ninguna propuesta…
Pero, ¿es realmente “difícil” la adopción y, por tanto, se debe “facilitar”? Mi respuesta es que la adopción no es difícil, es GARANTISTA. Y aquí volvemos al centro de la cuestión: No es un sistema pensado para la satisfacción del adulto, sino para la seguridad y bienestar del menor. Como decían hace unas semanas en el podcast Saldremos Mejores 02×23, “una familia para un niño, no un niño para una familia”. Así pues, sí, es necesario que la adopción sea “complicada”, porque así aumenta las garantías de su buen funcionamiento. Otro debate es cómo podemos hacer que el proceso sea más comprensivo y humano para las personas que lo atraviesan. Por tanto, no es cierto que tengamos que facilitar nada para evitar los vientres de alquiler.
En cambio, sí ayudaría a no permitir el reconocimiento de la filiación del menor comprado en otro país por un adulto una vez aterrizado en España. El argumento es que el interés superior del menor pasa por delante de la ilegalidad cometida por el adulto. Pero en mi opinión, no responde a ese interés superior permitir a niños y niñas crecer junto a adultos que les consideran productos por su disfrute. Nada puede impedir que alguien con dinero viaje al extranjero a comprar a un niño, pero sí podemos impedir que el estado reconozca su paternidad. Sí que podemos retirar al menor de las manos de este adulto y ponerlo dentro del circuito de protección, con medidas de urgencia que ya existen al alcance de nuestras instituciones. Y aquí caben todas las críticas necesarias y toda la posible revisión en nuestro sistema de protección de menores. Pero una cosa no quita la otra.
Por otra parte, la misma semana que saltaba la noticia de Ana Obregón, se aprobaba en el Consejo de Ministros la ley de familias, que apenas empezará su periplo parlamentario. Aquí sí que tenemos una oportunidad. La ley es un paso necesario al reconocer nuevas formas de unidad familiar, nuevos derechos y nuevas prestaciones, pero nace envejecida, porque han quedado fuera de todo reconocimiento otras formas de crianza que van más allá de la pareja como núcleo familiar.
Reconocer con todos los derechos y deberes las pluripaternaildades, a amigos y amigas que deciden co-criar juntas, personas que se juntan, sin ningún tipo de relación sexual, por ser padres y madres juntas, núcleos flexibles, amplios, abiertos, de dos padres y una madre, de tres madres, de dos madres y un padre, dos parejas, niños con tres apellidos, paternidad sobre sobrinos o hijos de amigas, etc… Ampliar la mirada y deshacer la rigidez de la paternidad y maternidad tal y como entendemos en occidente sí que puede facilitar el camino a personas que quieren tener hijas.
Si queremos que no haya gente que coja un avión para comprar un bebé, quizás necesitemos que las instituciones empiecen a mirar más allá de la familia nuclear, de superarla y de incluir y reconocer todo un universo de opciones que también tienen los afectos y cuidados en el centro. Y sobre todo debemos poder decirles a estas personas que compran personas que no siempre deben poder hacer todo lo que desean. Que hay límites, que la frustración y el ‘no’ forman parte de la vida, que su deseo de ser padre o madre no pasa por delante de los derechos de otros, y que por muy fuerte que sea, a veces no se puede. Y entender, con buen acompañamiento, que no pasa nada.