Dominga es una señora de edad avanzada, viuda, reflexiva, con carácter, independiente, que vive sola, y que triunfa en las redes sociales, especialmente en Instagram, donde decenas de miles de personas siguen sus aforismos que nos interpelan sobre aspectos vitales que nos invita a sopesar. Le preocupan algunas cosas, medita sobre el paso del tiempo y proclama contundentemente las ventajas e inconvenientes de la soledad. Dominga no es real, es un personaje creado por la ilustradora Elisabeth Justicia. Tampoco es su abuela, ni es ella misma, es un poco de todo y de todas, y es, sobre todo, una forma de ver la vida con humor.
Justicia es una autora especializada en el ámbito de la ilustración tradicional y digital, con cuentos ilustrados publicados, cortos de animación, trabajos de diseño gráfico y con varias exposiciones en su haber. Dominga es su personaje más mediático, con cuenta propia en Twitter e Instagram, de la que el sello Aguilar Libros ha publicado Dominga habla sola. Mejor hablar sola que callar acompañada (2023), que incluye una recopilación y ampliación de las imágenes virtuales previas, ahora con textos de la autora que contextualizan los tres grandes temas universales que aborda: el miedo, el paso del tiempo y la soledad.
El recurso estilístico utilizado por la autora es heredero de la propia idiosincrasia de la red social basada en imágenes, que promociona un formato cuadrado donde destaque un dibujo sintético y expresivo, con sentencias cortas que acompañen la imagen con una intención determinada. El potencial de ver la obra publicada en papel dota de más posibilidades a la creadora, intercalando texto de acompañamiento, introducciones más elaboradas en cada parte y reordenando las imágenes por ámbito temático más allá del cronológico que pudiera tener en un inicio. Y el pilar con el que empieza el libro es demoledor: el impacto que supone un modelo de sociedad creado durante décadas, especialmente en las grandes ciudades, que contribuye a fomentar la soledad en las personas mayores que viven solas, que se encarniza intensamente en las viudas (o separadas) que tienen una vida independiente pero que no siempre escogerían de forma voluntaria la solitud con la que conviven gran parte de las semanas del año.
«La soledad impuesta es un desequilibrio» se afirma en una de las páginas, un desequilibrio que se percibe a nivel personal y a nivel social, y que tiene un impacto en la salud mental de las personas implicadas. El entorno social de Dominga es fruto del devenir de las familias a lo largo de décadas. Vivimos en una sociedad donde era importante comprar un piso donde ver crecer a tu familia, y lo hacías en un barrio de edificios nuevos, rodeados de personas con inquietudes similares e igual nivel de renta. Con el tiempo, la descendencia realiza un proceso similar, a veces con más complejidad, puesto que puedes acabar viviendo a una gran distancia de tus progenitores por diferentes motivos personales y familiares. La mayoría de tus vecinos originales ya no están o no están ni vivos. La solitud en una gran ciudad se manifiesta como una condena.
La cuestión es que la situación de Dominga no es inédita. De hecho, en diversas páginas la vemos hablando con su amiga Alpargata, que intuimos, por sus peroratas, que se encuentra en una situación similar. Pero es su amiga y se hacen compañía. Dominga exclama en una de las páginas uno de sus pesares: «Me da miedo pensar que algún día será nuestra última cena». Entre los muchos temores manifiestos, uno de ellos es la pérdida de las personas estimadas, singularmente el de las personas coetáneas. Y, también, la pérdida de la identidad por la disminución de facultades físicas y mentales. Uno de los grandes tesoros que reconoce son, precisamente, sus recuerdos, ¿qué pasará cuando tenga dificultades para recordar?
A lo largo de las páginas contemplamos las fortalezas y vulnerabilidades de Dominga, plasmadas en su cotidianidad, cubierta de una pátina de nostalgia y de realidad. «A veces me echo de menos» o «Nadie nos avisa de que envejece el cuerpo, pero no el alma» son sentencias que nos muestran la percepción del paso del tiempo, de la reinterpretación de sus propias vivencias y de su adaptación al entorno que le ha tocado vivir. Es por ello que, algunos de los aforismos, destilan un mensaje positivo: «Un claro acto de valentía es dejar atrás lo malo conocido y apostar por lo bueno por conocer», … quizás, en ocasiones, sea mejor estar sola que mal acompañada: «A veces hay que hacer cosas complicadas para que la vida se vuelva sencilla».
El dibujo y el texto de Elisabeth Justicia rezuma una crítica a la forma acelerada con la que vivimos en la actualidad. Desde la revolución industrial, el mundo está atrapado en una espiral de aceleración sin precedentes, resultado de la combinación de aceleraciones demográficas, económicas, tecnológicas y sociales. El incremento de la productividad, gracias a los avances tecnológicos, ha transformado la sociedad desde dentro, alterando los procesos relacionados con el transporte, la comunicación y la producción. El impacto sobre las personas ha sido demoledor, con un progresivo declive de la estabilidad y de la perdurabilidad (percepción de que todo es efímeros a nuestro alrededor).
La aceleración del ritmo de vida se encarniza especialmente en las personas mayores, ajenos a lo que parece una necesidad imperiosa de incrementar la necesidad de vivir episodios relevantes por unidad de tiempo, para que lo podamos exponer en las redes sociales para alimentar nuestro postureo narcisista. Dominga no tiene esa intención, ni siquiera en sus propias redes sociales. Dominga nos invita a la reflexión y lo hace con sentido del humor, lo que se lo agradecemos enormemente a su autora. Elisabeth Justicia defiende la necesidad de cambiar la sociedad actual, pero, para ello, «necesitaríamos construir una colectividad solidaria donde escuchar activamente los miedos del otro y dedicarles tiempo de calidad». Y vosotros, ¿cómo vais de tiempo?