Que Catalunya es un país pequeño es bien sabido por todos e incluso se han hecho canciones. También se sabe (pero quizás no se ha cantado tanto) que dentro de este país existe una gran aglomeración urbana que tiene como núcleo el municipio de Barcelona y que acoge a unos cinco millones de personas. En el Plan Estratégico Metropolitano de Barcelona (PEMB) nos gusta llamarla “la ciudad de los cinco millones”, aunque seguramente es más conocida como “región metropolitana de Barcelona”.
Ahora bien, escribo estas líneas en un nuevo medio de comunicación que dice en su cabecera ” Catalunya Metropolitana “, cuya aparición, en el PEMB, nos ha hecho recuperar los numerosos momentos de debate que hemos tenido sobre el alcance y el sentido del hecho metropolitano en nuestro país.
Por eso, creemos pertinente compartir aquí estas reflexiones y enfocarlas a tratar de responder, de forma necesariamente breve, la difícil cuestión que se plantea en el encabezamiento: ¿de qué hablamos cuando hablamos de la Cataluña metropolitana?
Desde nuestro punto de vista, estamos hablando fundamentalmente de tres cuestiones:
La primera , que en Catalunya hay una realidad metropolitana innegable. De hecho, más de una. La más visible, la de la conurbación barcelonesa. Otros, como la del Campo de Tarragona o la de Girona, son visibles igualmente para la gente que vive allí, pero bastante invisibilizadas en el debate público.
Así, mientras que en el entorno de Barcelona se utiliza el apelativo “metropolitano/na” frecuentemente (aunque no sin recelo en muchas ocasiones), en los demás casos se acerca bastante a una palabra tabú. Uno de los motivos de la desconfianza generalizada es la identificación de la metrópoli con la existencia de un centro poderoso y de una periferia dependiente, idea que se refuerza cuando hablamos del “área metropolitana de…”.
La resistencia al reconocimiento de las realidades metropolitanas no es un patrimonio exclusivo de nuestro país. En todas partes se manifiesta como una cuestión de tratamiento complejo, principalmente debido a que cualquier intento de definir un territorio metropolitano (especialmente si es con implicaciones administrativas) choca con la preexistencia de otras instituciones centenarias, e incluso milenarias (municipios , regiones, estados…), lo que implica una redistribución del poder poco atractiva para quien ya lo tiene en mayor o menor medida en sus manos.
Asimismo, el creciente distanciamiento del mundo urbano respecto al mundo rural, a pesar de las evidentes interdependencias, añade aún mayor complejidad. Y más, como decíamos, en un país pequeño como el nuestro. Pequeño, pero indudablemente metropolitano.
Por eso, la segunda cuestión en torno a la Cataluña metropolitana tiene que ver con que, de acuerdo con estas interdependencias, la adecuada articulación de esta realidad metropolitana resulta imprescindible para el sostenimiento del conjunto del país. Si no reconocemos que, como sucede a escala global, el territorio urbanizado es el que tiende a concentrar población y actividad, y no planificamos el sistema de ciudades catalán para compensar una incipiente macrocefalia del centro de la metrópoli, éste se convertirá en un agujero negro respecto al su entorno.
De esta forma, se hace imprescindible reforzar las ciudades intermedias del Arco Metropolitano, para que hagan de bisagra entre metrópoli y traspaís, así como los otros espacios metropolitanos y las capitales comarcales, junto con un pacto urbano-rural que mejore la relación territorial de cargas y beneficios en aspectos esenciales como el agua, los alimentos, la energía o incluso el talento.
Por tanto, Cataluña metropolitana querría decir, desde esta perspectiva, poner la fuerza de las metrópolis catalanas (y del mundo urbano catalán en general) al servicio del progreso del conjunto del territorio, y no de su depredación y empobrecimiento.
La tercera cuestión, quizás más simbólica, tiene que ver con que la idea de Cataluña metropolitana adquiere mucho más sentido cuando se observa desde la perspectiva de la escala global. Porque, de hecho, es seguro que es así, en clave metropolitana, como nos ven desde fuera. Y una vez aquí, entra en juego la fascinación por la gran diversidad de todo lo que se encuentra junto a la urbe que ha ejercido la atracción.
Dentro de esta dimensión simbólica, la Cataluña metropolitana también debería ejercer el liderazgo en materia de articulación territorial en el Estado, donde el reconocimiento del hecho metropolitano se encuentra en la cola de Europa, como muestra la reciente publicación del libro “Metrópolis sin gobierno. La anomalía española en la Europa”, dirigido por la doctora Mariona Tomàs.
Siendo conscientes de los muchos aspectos a mejorar en materia de gobernanza metropolitana en nuestro país, algunos de ellos citados más arriba, seguro que la experiencia acumulada en las últimas décadas puede ser muy valiosa para el resto de grandes ciudades de la península . De hecho, este liderazgo ya se está ejerciendo en cierta medida a nivel europeo con el impulso por parte del AMB del foro European Metropolitan Authorites. Falta ahora que la influencia llegue a estas ciudades que nos están más cercanas.
Reconocimiento del hecho metropolitano, necesidad de articularlo en beneficio del país y toma de conciencia del liderazgo territorial que puede proporcionar, formarían, pues, parte de lo que podemos encontrar detrás de la idea de la Cataluña metropolitana.
Desde el PEMB, pues, saludamos con entusiasmo la iniciativa de la puesta en marcha de este nuevo medio de comunicación porque, efectivamente, conociendo mejor la cotidianidad de lo que sucede en la metrópoli podremos entender y seguramente anticipar (y si es necesario, enderezar) muchas de las cosas que puedan suceder en el futuro en el conjunto de Cataluña.