Cuando en la primavera del año 1983, firmábamos los documentos que nos constituían en la nueva Fundació per la Pau, ya hacía más de un año que nos habíamos reunido, convocados por el añorado Alfons Banda, en torno a una idea simple y clara. Alfons la había recogido de Sean Mc Bride, en una conferencia pronunciada en el colegio Caspe de Barcelona a finales del año 1981. Mc Bride defendió con mucha seguridad que la opinión pública es la herramienta más poderosa para provocar cambios sociales y políticos y lo ilustró con multitud de ejemplos. Una opinión pública, informada y activa, cuando es mayoritaria y persistente en el tiempo, acaba traduciéndose en cambios estructurales.

En aquellos momentos, con la transición política todavía muy tierno, en plena guerra fría, con una carrera de armamentos desbocada, con el despliegue de armamento nuclear, con el debate sobre el ingreso de España en la OTAN abierto, la urgencia por la paz era una preocupación muy presente. Ya había en nuestra sociedad un movimiento por la paz con tradición y presencia. Grupos como los Amigos del Arca, Pax Christi, Justicia y Paz o los Objetores de conciencia empujaban con fuerza. A pesar de esto, la percepción de aquel grupo de personas era que la inmensa mayoría de la población, todo y quizás ver con simpatía estos movimientos, seguía inmersa en un marco mental donde la violencia está normalizada, aceptada como un hecho inevitable, quizás considerada necesaria en algunos casos y muchas veces enaltecida con orgullo, como un mérito o una heroicidad. Esta presencia y aceptación de la violencia en las culturas mayoritarias de nuestro entorno obedece a un hilo histórico, ancestral y muy vigoroso, fuertemente arraigado en nuestro pasado animal, que no tiene que ser fácil de torcer. Sabíamos, pero, también, que a lo largo de toda la historia, paralelamente, corre otro hilo, mucho más frágil y delicado, a veces casi imperceptible, que es la Cultura de la Pau.

La conclusión y la determinación eran claras: si queremos un mundo en paz, si queremos cambios sociales y políticos que hagan cada vez más difícil la aparición de la violencia y la guerra como forma de relación entre personas y pueblos, tenemos que contar con el apoyo creciente de la opinión pública. Esto nos señala un camino inevitable. El trabajo por la paz que nos propusimos fue el de hacer crecer, fortalecer y extender esta Cultura de Paz, todavía demasiado pequeña y a menudo ahogada.

Nos decía Alfons Banda que el horror en la guerra es el germen de la Cultura de Paz. La guerra es una gran catástrofe, pero, a diferencia de las otras, es preparada, decidida y ejecutada voluntariamente por personas. Por lo tanto, no es una catástrofe, es un crimen. Y es un crimen que se prepara en frío, en la medida que es cuando no hay conflicto que decidimos, por cuando haya, dotarnos de la máxima capacidad de hacer daño, de muerte y de destrucción. Y a esto destinamos ingentes esfuerzos económicos, tecnológicos y humanos. Dedo sin tapujos: la guerra es un crimen masivo, profesionalizado y preparado en frío. Seguramente, colectivamente todavía no sentimos suficiente horror por la guerra, puesto que continuamos preparándola y consintiéndola.

El Preámbulo de la Constitución de la UNESCO dice: «Dado que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde hay que construir los baluartes de la paz». En nuestras mentes todavía tiene cabida la idea que tenemos derecho a hacer daño a otro persona para conseguir los propios objetivos. Es aquello que decimos «el fin justifica los medios». Hasta que no erradicamos de forma absoluta este pensamiento, estamos condenados a seguir sufriendo violencia y guerras, puesto que siempre habrá alguien que encontrará un objetivo que «le justifique» cualquier medio.

Han pasado 40 años. Desde entonces, cada día hemos trabajado para que cada vez haya más personas convencidas y comprometidas en la construcción de la paz y para torcer la absurda inercia de continuar matando personas para lograr objetivos y de prepararnos para aumentar la capacidad de hacerlo. Esto ha estado posible por el esfuerzo y la colaboración de una gran cantidad de personas que han formado y forman parte de esta familia de FundiPau (nombre actualizado de la Fundación por la Pau), desde los equipos técnicos, hasta los voluntarios y voluntarias, desde los miembros de los diferentes patronatos, hasta los socios y donantes.

Han pasado 40 años y alguien podría decir, con razón, que todo aquello mencionado en el segundo párrafo, en buena parte lo podríamos seguir diciendo de la actualidad: enfrentamiento entre bloques, carrera de armamentos desbocada, amenaza nuclear, papel del OTAN… Es cierto, nadie nos dijo que sería fácil. Sabemos que nos enfrentamos a un reto gigantesco, a un cambio histórico. Estos cambios no son nunca fruto de una campaña exitosa o de unos pocos años de trabajo. Lo hemos visto en otras grandes luchas y conquistas históricas. A menudo pide el esfuerzo continuado de generaciones. Pero se tiene que iniciar, se tiene que alimentar, se tiene que continuar. Esto no quiere decir de ninguna forma que todo haya estado inútil.

Por el camino, un largo camino, se consiguen pequeños hitos parciales, que quizás no son percibidas como grandes éxitos, pero que seguro que han salvado vidas y han mejorado la calidad otras vidas, por ejemplo con la prohibición del uso de minas antipersona y de las bombas de racimo, con el aumento de la presión sobre los gobiernos en el comercio de armas y con la desaparición del servicio militar obligatorio. Por el camino, demasiado largo camino, ha ido creciente y extendiéndose la Cultura de Paz y la noviolencia, se ha hecho presente en el mundo universitario y académico, con rigor y prestigio, ha crecido en número y con capacidad el número de entidades y grupos que trabajan por la paz, etc. Por el camino, empinado camino, el Parlamento de Cataluña ha aprobado la Ley de Fomento de la Pau, se ha creado el Consejo Catalán de Fomento de la Pau y el Instituto Catalán Internacional por la Pau. Por el camino, esperanzador camino, hemos crecido en humanidad y sabiduría, hemos vivido con más plenitud y sentido, hemos dignificado la vida.

Ojalá nuestro trabajo acabe por ser innecesario, porque los poderes públicos hayan asumido responsablemente, como los correspondería, el trabajo serio y comprometido por la paz.

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