Han pasado dos guerras mundiales, el capitalismo y la globalización han cambiado radicalmente el paradigma económico, el cambio climático amenaza la existencia de los humanos en la Tierra, y una empresa privada prevé poner pronto un pie en Marte…y sin embargo todavía hoy, cuando hablamos de política, todos los caminos nos acaban llevando la Revolución Francesa ya los conceptos de izquierda y derecha que se fraguaron entre 1789 y 1791 en la Asamblea Nacional Francesa, cuándo los partidarios del antiguo régimen se sentaban a la derecha del presidente de la asamblea, mientras que los revolucionarios y los partidarios del cambio se sentaban a la izquierda. Los elementos que componen los significados de izquierda y derecha van mutando con el tiempo, pero, en el fondo, hay una cuestión elemental que tiene que ver con la distribución del poder: la derecha tiende a defender que el poder esté distribuido entre unos pocos cuántos, mientras que la izquierda pretende, con mayor o menor éxito, democratizarlo. Defender los servicios públicos de sanidad y educación, o potenciar la diferencia en función del nivel adquisitivo de los pardes y madres. Defender a los inquilinos o defender a los propietarios. Facilitar los convenios colectivos de negociación, o poner una alfombra roja al libre despido. Etc, etc, etc.
Hoy, en Barcelona, hay una buena serie de combinaciones posibles para gobernar la ciudad. Tres candidatos tienen opciones reales de ganar (Colau, Collboni, Trias). Asimismo, estos tres tienen diferentes posibilidades de aliarse: Colau puede hacerlo con el PSC y con ERC. El PSC puede hacerlo con estos dos y con Xavier Trias, y Trias puede hacerlo con el PSC, el PP y con ERC. El gobierno que salga de las elecciones podrá ser un gobierno de coalición, pero no lo será necesariamente, puesto que también se podrían llegar a pactos de investidura sin haber entrado en el gobierno. En este caso, los actores satélites como VOX, PP o CUP podrían decantar la balanza, por ejemplo, facilitando un gobierno de Trias o uno de Colau. Y si bien es probable que Barcelona tenga uno de los consistorios más coloridos que se recuerden, al repasar las distintas formaciones se realiza simultáneamente la operación de situarlos en el lado derecho e izquierda del espectro ideológico. Regreso a la Revolución Francesa, a la izquierda ya la derecha, y de repente todo se simplifica. A la derecha: VOX, los restos de C’s, el PP y los Junts per Catalunya. A la izquierda: CUP, ERC y Barcelona en Comú. ¿Y qué ocurre con el PSC?
Los socialistas se encuentran en medio de la frontera que separa estos dos mundos. Sentados en un terreno supuestamente neutral, quedan a la espera de ver los resultados para decantarse hacia uno u otro lado. Las condiciones impuestas por Collboni (sí a la ampliación del Aeropuerto, sí a la lealtad institucional y sí a las políticas sociales) contienen, en una ambigüedad milimétrica, elementos que los vinculan tanto con el votante de Colau como con el de Trias. Porque es cierto que la mayoría de los votantes socialistas se perciben a sí mismos como pertenecientes a todos aquellos valores que, desde la Revolución Francesa hasta la actualidad, representa el lado izquierdo del hemiciclo. ¿Cómo puede ser, pues, que una persona como Salvador Sostres firme un artículo titulado “Yo votaré a Jaume Collboni” en ABC? ¿Cómo puede que Xavier Trias no descarte gobernar con el socialista, y cómo puede que el candidato de los populares diga que “no haré alcaldesa ni Colau ni Maragall”, pero que no diga nada de Collboni?
La respuesta es clara y ya ha sido avanzada: jugar en la ficción de situarse en medio es posible cuando no pueden tomarse decisiones, y la campaña electoral es el gran juego ficcional de la democracia. Como en la literatura, todo es imaginable durante la campaña. Es al día siguiente, cuando acaba la obra, que la tozuda realidad (ningún candidato ni candidata obtendrá mayoría absoluta) te obliga a posicionarte. ¿Qué hará, pues, Collboni? ¿Lo sabe él?
Mientras tanto, una parte de la militancia socialista sufre en silencio la posibilidad de que llegue acuerdo que haga tambalear una identidad tan antigua como actual, mientras que, al otro lado, los representantes de una concepción más limitada del poder, se frotan las manos. Solo queda una semana para empezar a salir de dudas.