Hace aproximadamente un año empezaron los preparativos para lo que sucederá el domingo. Las campañas electorales duran unas semanas, pero se cocinan durante un año. Entonces, el mejor posicionado para ganar las elecciones era Ernest Maragall, quien ya había quedado al frente en las elecciones del 2019. Collboni le seguía de cerca, y Colau quedaba en un discreto tercer puesto. Los comunes deseaban la entrada de Trias en campaña. La necesitaban, de hecho. Era su única salvación. Trias haría un agujero tanto en el electorado de ERC como en el del PSC y contribuiría a situar la campaña como algo de dos. A principios de año — poco después de que oficializara su entrada en la campaña electoral —Trias y Colau celebraban una comida de cara a la galería para reforzar un relato que, entonces, les convenía a ambos. No estaban equivocados. Tanto Colau como Trias llegan en condiciones de ganar las elecciones.
Collboni no se ha dejado vencer. El PSC es el Real Madrid de los partidos políticos: siempre vuelve. La campaña de Collboni tiene un mérito descomunal si lo miramos fríamente, desde el prisma de un asesor. Han logrado resolver la cuadratura del círculo, un problema irresuelto desde los tiempos Pitágoras. El eterno candidato ha podido articular un discurso crítico con el gobierno de Colau pese a estar dentro durante cuatro años. Se ha reivindicado como moderado y como progresista. Ha recabado los soportes de figuras propias de la extrema derecha como Ana Rosa Quintana o Salvador Sostres, pero ha integrado en sus listas a personajes como Lluís Rabell, antes en En Comú Podem. En la misa, repicando. Orden y aventura, como diría Mishima.
Colau es un animal político, la ganadora inequívoca de todos los debates electorales. Inteligente, rápida, y sobre todo convencida. No se estilan, en la era del político-publicista, los candidatos que hacen lo que creen y que se creen lo que dicen. Sus méritos se identifican en la fuerza y rabia de sus enemigos: lobby de la vivienda, lobby del agua, lobby del coche. Y querella que le presentan, querella que gana. Colau es todo lo que puede aspirar a la izquierda institucional del siglo XXI: reformista, ecologista y socialdemócrata en las políticas públicas, pero de izquierda-izquierda en el discurso. Chomsky, Butler y Harvey — auténticas bestias divinas de la izquierda marxista y postmarxista—, le apoyan.
Trias también puede ganar. Sin un programa real, sin aportar ninguna propuesta. El candidato de Junts se ha paseado por los debates diciendo vaguedades, medias mentiras, y mentiras enteras. No importa. Su fuerza se debe a dos factores casi inquebrantables: la nostalgia y el gen convergente. Porque los socialistas siempre vuelven, pero el gen convergente nunca muere. Barcelona es una ciudad rica comparada con su entorno, y el voto conservador es estructural allí donde la burguesía y las clases altas conviven con las clases medias y trabajadoras. Trias no molesta a los poderosos, a los que ya les prepara la alfombra roja. Pero tampoco insulta a los pobres, aunque no acabe de entender exactamente cómo se lo hacen para sobrevivir con 3.000 € al mes.
Trias, Collboni, Colau. Uno de los tres será el próximo alcalde o alcaldesa de Barcelona. Las encuestas están tan ajustadas que, literalmente, cuenta cada voto. Porque, recordemos: en las elecciones municipales, si no hay un acuerdo de gobierno, es la lista más votada quien logra la alcaldía. Colau y Trias sólo serán alcaldes si ganan las elecciones. Collboni, al haber conseguido la cuadratura del círculo, puede que tenga opciones de gobernar quedando segundo. No son buenos tiempos para los indecisos.