Dràcula
Bram Stoker
Traducción al catalán de Xavier Zambrano
Viena editorial, 2022

Dràcula (1897), de Bram Stoker (1847-1912) es la novela gótica por excelencia, por su complejidad y su profundidad. Literariamente se presenta como una narración epistolar. Existe una gran variedad de oferta para el lector: muchos personajes, muchas situaciones, muchas alternancias argumentales y una buena historia. Por cierto, inventada prácticamente de pies a cabeza a partir de antiguas leyendas transilvanas. Los rumanos, actualmente, aprovechan el débil vínculo de la novela con su famoso compatriota medieval Vlad el Empalador para ganar turismo. Hacen bien. Pero toda la parafernalia relacionada con Drácula, como la cuestión de los ajos y el crucifijo para ahuyentarle, la estaca que hay que clavarle en el corazón para destruirlo (a él y a los no muertos vampirizados), la posibilidad de convertirse en cualquier animal (particularmente en lobo o murciélago), la sexualización (es el príncipe de las tinieblas, atractivo, con fuerza casi hipnótica, rodeado de ninfas vampirizadas extremadamente sensuales)… son fruto de la imaginación del autor, que acertó de lleno. Posteriormente, las riquísimas versiones cinematográficas contribuyeron a fijar estas características (a excepción de la necesidad de cortar las cabezas de los vampiros para destruirlos definitivamente).

Dràcula es una novela casi de aventuras, con buenos y malos, y que en la Inglaterra victoriana debió provocar un morbo hipócrita, sobre todo en lo que se refiere a los sueños eróticos de algunas damas, que ya se veían penetradas… dentalmente. La leyenda original se basa en la magnificación secular de la existencia de la porfiria, la enfermedad que aún hoy en día empuja, a quien la sufre, a beber sangre para alimentarse (y que, por cierto, implica también la sensibilidad a la luz, como le ocurre a Drácula). De aquí a la elaboración antiquísima de cuentos aterradores contados junto al fuego solo hay un paso muy pequeño, como pasa en tantas leyendas escalofriantes del tesoro cultural europeo, que se repiten por todas partes, con diferentes intensidades. El mito del hombre lobo es muy parecido al de Drácula, por la creación y la posterior popularización, gracias al cine (¿hay que recordar que también aquí tenemos nuestra propia leyenda sobre lobos? Váyanse a la villa de Pratdip y pregunten por qué tienen un lobo en el escudo). De todas formas, en Dràcula, de Bram Stoker, ganan los buenos, tal y como se espera, aunque la victoria sea a un precio considerable. Dràcula, a diferencia de Frankenstein, surge del tesoro popular, de las supersticiones; es fruto de la comunidad. Por el contrario, en Frankenstein encontramos la ambición ególatra desmedida del hombre de retar a Dios creando vida. En Dràcula, no: el hombre se une para combatir el mal que proviene de la noche de los tiempos y que rompe el orden divino. Frankenstein es exactamente lo contrario, mucho más peligroso, pues: no es ninguna leyenda milenaria, es el hombre, en un momento dado, gracias a la propia evolución, que decide convertirse en Dios.

En cualquier caso, Dràcula de Bram Stoker es una novela compleja, interesante, atractiva, que debe, necesariamente, leerse con calma. No explicamos su argumento. Solo diremos que empieza con un joven abogado inglés que se traslada a Transilvania para realizar unas gestiones a cargo de un cliente muy especial, que quiere comprar unas fincas en Inglaterra. A partir de ahí, miles de cosas. Dràcula provoca más escalofrío que miedo, pero tómenselo como la primera vez que el protagonista se da cuenta de que el conde Drácula no se refleja en el espejo: no lo acaba de entender, pero sigue viviendo.

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