
Las elecciones municipales del pasado 28 de mayo fueron el primero de los tres actos que constituirán un ciclo electoral crucial para el futuro de Catalunya y España. Un ciclo que continuará con las elecciones españolas del 23 de julio y culminará con un más que seguro adelanto de elecciones catalanas. La noche de aquel primer acto escribí en las redes sociales que el día anterior había sido la jornada de reflexión para la población, y que ahora les tocaba a los partidos reflexionar a partir de la pérdida de votos, en la mayoría de los casos, y del incremento de la desafección en forma de voto nulo, voto en blanco y abstención. Pasadas más de tres semanas y con los nuevos consistorios ya constituidos, parece que la brecha entre las formaciones políticas y el global de la ciudadanía se hace cada vez mayor.
La elección de Jaume Collboni como alcalde de Barcelona fue un digno y triste final de semanas de escenificaciones ridículas, palabras vacías y negociaciones tan secretas como vergonzosas. A pesar de que desde hacía meses había pronosticado públicamente que el socialista sería quien finalmente conseguiría la alcaldía, confieso que no había previsto un momento tan esperpéntico como el del pasado sábado. La izquierda pactando con la derecha para hacer alcalde a un señor de un partido que se dice de izquierdas, pero que actúa más bien como centro-derecha. Y todo ello para evitar que fuera alcalde un independentista que no es independentista, apoyado por un partido que quiere hacer mesas de diálogo con un estado que día tras día los deja en ridículo. Nada es verdad, pero ellos y ellas a la suya, repitiendo como loros consignas creativas de los spins doctors de turno. “Parole, parole, parole”. Más leña al fuego del descrédito y de la desafección.
Después de tres semanas, en algún caso con trescientos mil votos menos y con el voto nulo triplicado en el conjunto del país, los partidos y sus altavoces habituales continúan esforzándose para relativizar el mensaje recibido en lugar de iniciar una reflexión a fondo sobre la preocupante desconexión entre partidos y ciudadanía. Pero Barcelona, a pesar de haber sido la guinda del pastel, no ha sido el único escenario de la tragicomedia. Pactos inverosímiles en diferentes poblaciones, promesas incumplidas a raudales a la hora de vetar o no vetar candidaturas y por supuesto, Ripoll, ¡Ay Ripoll! Quizás algún día, con la calma y la visión que dará el tiempo, podremos hacer un artículo sobre un debate que ha polarizado y mediatizado el periodo post electoral, y tratar así de aclarar cómo y de qué tenemos que hablar cuando hablamos de extrema derecha y fascismo. Pero hoy menciono la capital del Ripollès, sumándola a muchos otros casos, para hacer una demanda muy clara a la clase política y a una parte de los medios de comunicación: dejad de decir que la gente se equivoca cuando vota, basta de culpabilizar a los votantes cuando su elección no responde a vuestros intereses, respetad de una vez la mayor y más sencilla expresión de la democracia. ¿No os dais cuenta de que sólo conseguís incrementar el cansancio y el desasosiego? ¿Sois conscientes de que traspasar a los votantes la responsabilidad de vuestra incompetencia no hace más que alejar a la ciudadanía de la política? ¿Os preocupa?
No. No reflexionan. Si lo hubieran hecho, habría habido dimisiones de los máximos responsables de algunos partidos y propuestas creíbles de reorientación de estrategias. Pero resulta que el señor presidente del Gobierno decidió, al día siguiente de las elecciones municipales, dar un giro de guion y, precipitando los acontecimientos, avanzó unos cuantos meses el segundo acto de la función. Sánchez y sus asesores entendieron que no tenía otra salida. Con los resultados de las municipales y una campaña de desgaste de seis meses por parte de la derecha, las elecciones generales estaban perdidas. Adelantándolas de manera inmediata, ha abierto la posibilidad de ganar; nada que perder si ya lo tienes perdido. Por lo tanto, de aquí un mes y algunos días viviremos la segunda parte de este llamamiento exigente a reflexionar. Todo hace pensar que el voto de castigo activista, comprometido y no pasota, como algunos nos quieren hacer creer, volverá a tener un protagonismo importante. Esperemos que los y las líderes de la política catalana reflexionen esta vez y sepan interpretar el mensaje, toman decisiones valientes, dando pasos al lado y dejando que nuevos liderazgos y nuevas ideas se abran paso.
Si esto no ocurre, avanzaremos rápidamente hacia el tercer acto de llamada a la reflexión. Y este puede ser el más duro y traumático para el país, porque unas elecciones catalanas con los partidos desacreditados, enrocados y sin capacidad de enderezar el rumbo, no es el mejor de los escenarios para el futuro de Catalunya y de su calidad democrática.