Si vives en una región con actividad sísmica lo sabes. Recuerdas terremotos, tu casa oscila de tanto en tanto, y a tu alrededor se edifica en previsión. Como metáfora, el terremoto incorpora el pasado, el presente y el futuro.

Los taiwaneses saben que hay terremotos, recuerdan que los hubo, y asumen que los habrá. Lo asumen con tanta convicción que en lo alto del rascacielos Taipéi 101 hay un amortiguador de masa de 680 toneladas. Una pelota dorada que, según dicen, garantiza que el icónico edificio soportará cualquier temblor durante al menos 2.500 años. Tremenda soberbia. 400 metros más abajo cualquier sacudida me trastoca el futuro.

El último terremoto me pilló en Final, un club de música electrónica en Da’an. Sólo nos dimos cuenta de que lo que temblaba era el planeta cuando los tubos fluorescentes parpadearon. El rojo de la sala se hizo negro. Eché la vista a un lado para confirmar que no era un mareo y volvió la luz, delante tenía a alguien a quien no había visto antes. Seguimos bailando. Sulk, el Dj que pinchaba esa noche, puso algo que me sonaba familiar. Entre la percusión metálica se distinguía la letra de “Papi Chulo”. Lorna dice ‘a ti te encanta el mmm’, y el desconocido y yo obedecemos.

早安.

Por la mañana, sin Lorna dictándonos qué hacer, nos quedamos en silencio. Tenemos que pensar en algo o terminaremos hablando de cómo salimos del armario.

一起看«刻在你心底的名字»吧!

Ponemos en el Ipad “Llevo tu Nombre Grabado”, una película taiwanesa de 2020 sobre amor gay adolescente en un colegio. Terminamos hablando de cómo salimos del armario. El terremoto. Me empieza a contar sus recuerdos del colegio y, como lo único interesante que ha salido del mío es el GRAPO, le dejo explayarse.

A pesar de la distancia cultural, empatizo con todo lo que me cuenta, la oscilación y las grietas de las que me habla. Queer as Folk, Qiu Miaojin, La Veneno. Nuestra conversación parece un listado de las representaciones que construyen la identidad gay; la mayoría muertas, antiguas o suicidas. Una acumulación de metáforas: El VIH, el armario, el suicidio, el orgullo. El memorial de lo que somos; otra icónica construcción que sin embargo, no va a durar 2.500 años. Tenemos poco más de treinta y ya nos hemos acostado con chicos que no saben quién es Cher ni han visto La Guerrero Luna.

Como metáfora, lo gay es bastante nostálgico. La melancolía que sentimos nos la produce eso que quienes se opusieron a la ley Trans llaman “el borrado”; la certeza de que lo gay como identidad trasnacional se derrumba, que no podemos asumir un futuro.

Otro temblor. El vaivén de la cama me recuerda que el futuro es algo muy relativo. El anillo de fuego lleva zarandeando Taiwán 5 millones de años, y no hay pelotas doradas que puedan con eso.

Antes de irse, saca el móvil para apuntar mi número y el nombre de la canción que sonaba cuando nos encontramos la noche anterior. Busca el remix de “Papi Chulo” y le da al play. Me pregunta cómo se escribe mi nombre y qué pronombres uso mientras se balancea a las órdenes de Lorna. Lo está escribiendo todo mal, pero prefiero no corregirle, no sea que le haga perder el ritmo.

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