“Maricas, la que no haya votado, largo de aquí ahora mismo”, gritaba en la sala principal de Razzmatazz la presentadora del desfile de cierre de la Dragalada ―fiesta drag diurna por antonomasia― en el día de las elecciones municipales del 28 de mayo. Tras los resultados en los que el PP arrebataría gran parte del poder autonómico al PSOE, en plena resaca ―electoral―, Pedro Sánchez lanzaría los dados al aire: disuelve las cortes y convoca elecciones generales. Alea iacta est.
El 23 de julio se ha convertido en una especie de día final. La batalla política trasciende mucho más allá de colores y listas de partidos: es una guerra abierta en la que los de siempre están expuestos en la primera línea, sin casco ni artillería, los de siempre están destinados a ser los que caigan malheridos en una trinchera olvidada. Resulta que los de siempre suelen ser los otros, y es que, si algo tienen las minorías, es que no hace falta que sean menos para ser eso: los otros ―los de siempre―.
Si algo tienen las minorías, es que no hace falta que sean menos para ser eso: los otros ―los de siempre―
“La alteridad del Otro no depende de una cualidad que lo distinguiría del yo”, defiende el filósofo Emmanuel Lévinas. Teoriza sobre como no podemos entender al otro a partir de que “no es como yo”, ya que eso nos estaría haciendo entender “su diferencia” a partir de nuestra identidad ―y estaríamos anulando así la suya, su alteridad radical―. El discurso reaccionario, sin embargo, se constituye a partir de establecer un marco normativo y relegar el resto a los Otros, se construye anulando identidades que no son como marca su canon, señalándolas como culpables de la decadencia de su sociedad-patria-nación de valores férreos. Se erige a través de crear márgenes.
El discurso reaccionario se constituye a partir de establecer un marco normativo y relegar el resto a los Otros
A finales de junio se alzaba la bandera del odio ―la primera declaración de intenciones― en un céntrico edificio de Madrid: VOX colgaba una lona en la que una mano con una pulsera de la bandera española ―su sociedad-patria-nación de valores férreos― arrojaba a la basura a los de siempre. La guerra había sido declarada: la gente no debe ser de colores. El arcoíris debe apagarse para dar paso a un cielo gris.
Un pequeño pueblo de la Comunitat Valenciana sería el primero en caer ante la toma reaccionaria: el recién estrenado alcalde de VOX instauraría como una de sus primeras medidas el veto a las banderas LGTB de los balcones institucionales en Náquera. Un joven del municipio, en señal de protesta, colgó una en su balcón, que tuvo que retirar ante las amenazas de dos hombres que le querían tirar piedras según explicó para la Cadena SER.
El auge de los discursos de odio no se podría entender sin el ciclo de violencia que sectores con representación institucional están propiciando. La normalización de la brutalidad contra ciertos colectivos viene de la mano de la sensación de impunidad que genera el hecho de que políticos promuevan abiertamente esa hostilidad selectiva. Según un estudio de la consultora LLYC los mensajes de odio hacia el colectivo LGTBIQ+ en las redes sociales han ganado terreno: aumentan un 130% entre 2019 y 2022. “Desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él”, recita una de las frases más icónicas de Lévinas en su obra “Ética e infinito”. Para el filósofo, la relación con la alteridad es un mandato ético, y esa se ve mediada por el rostro. A través de la pantalla, no hay mirada ni rostro, ergo, no habría responsabilidad, ni mandato ético.
El auge de los discursos de odio no se podría entender sin el ciclo de violencia que sectores con representación institucional están propiciando
Una lona, un insulto por Twitter, un mitin electoral bajo la mirada de los tuyos. Rodearse de aquellos boxeadores neonazis que ejercen una suerte de pseudo-paramilitarismo, hacer el trabajo sucio sin mirar a los ojos. Una chispa propagada en busca de culpables de esa supuesta decadencia de los valores, los principios. Ser un buen patriota.
“‘Dónde empiezan tus derechos, terminan los míos’. ¡No, hija de puta! Los derechos no son pizzas, no porque yo tenga derechos, se te van a acabar a ti”, proclamaba en una entrevista para elDiario.es la rapera trans puertorriqueña Villano Antillano. La artista está dejando clara una postura en todas las apariciones mediáticas que hace: ser neutral no es una opción ―para algunos―.
El colectivo LGTBIQ+ ―junto, en general, lo que se salga de sus cánones establecidos― está en el punto de mira. Los de siempre dependen de unos papeles dentro de unas urnas para que sus derechos, como ya se expresó en grande en la lona en el centro de Madrid, no sean arrojados a la basura. España es el segundo país con más población LGTBIQ+ del mundo. Un estudio de Ipsos data que un 14% de la población del estado se reconoce como parte del colectivo, y esta prevalencia se dispara entre la juventud: un 18% de la Generación Z tiene una orientación y/o identidad no normativa. El Observatorio contra la homofobia ha publicado recientemente el estado de la LGTBfobia en Cataluña en 2022: por primera vez, las agresiones físicas superan las verbales.
“El miedo y odio tienen los mismos orígenes y se alimentan de lo mismo: son como los gemelos siameses condenados a pasar toda la vida en recíproca compañía” dijo el sociólogo Zygmunt Bauman en una entrevista en 2016 para el diario La Stampa. El discurso del miedo es el discurso de la extrema derecha: no salgan de casa, señores, o se la van a okupar. Tengan cuidado con los “MENA”, que les van a robar ―la cartera, los trabajos y las ayudas―. Los depravados, invertidos, vigilen con ellos. No sea que los lleven por el mal camino. Ojo con las mezquitas.
El miedo y odio tienen los mismos orígenes y se alimentan de lo mismo
Las lonas han tomado gran protagonismo esta campaña, y en ellas, los mensajes se dirigen de forma directa contra los colectivos de siempre. Es un discurso señalador, destructivo, amenazador. Una propagación del miedo convertido en la antesala del odio. El mismo origen, como diría Bauman. Es curioso que, en todo esto, quienes terminan teniendo miedo son los odiados: “nuestra vida corre peligro todo el tiempo”, añadía Villano Antillano en su entrevista, “sueño con vivir en un mundo menos de mierda”, concluía. Ante la amenaza, el miedo, y el odio, la vieja autoprotección. Porque si algo genera ser los de siempre y los otros, es un marco colectivo. Un nosotros, nosotras, nosotres. “Esa persecución no es de ahora, es de siempre. Siempre nos hemos defendido entre nosotras y lo continuaremos haciendo”, sentenciaba la puertorriqueña.
Por eso es natural que en el momento cumbre de una fiesta drag se aproveche para lanzar mensajes politizados, para instar a las maricas ―y otras alteridades― a votar.