«Los aeropuertos son lugares de encuentro» dice el cartelón sobre el control de seguridad, ¿de encuentro de qué? Nada más aterrizar, Grindr me avisa de que en Dubái las prácticas sexuales entre personas del mismo sexo son ilegales.
Avanzo por el arco de seguridad con las manos en alto como me indican los trabajadores, que sonríen al descubrir que llevo más titanio colgando del que pueden ver mientras voy vestido. No creo que sea el primero en pasar con piercings, pero seguro que les entretiene cada vez que ocurre. Dejo atrás la zona de seguridad y me siento a esperar la conexión a Shanghái. En seguida empiezo a ser testigo de los contrastes del oriente: el culo se me funde contra la silla de plástico mientras el aire acondicionado me eriza los pelos en los brazos.
En el equipaje de mano llevo uno de los pocos libros de temática gay con personajes chinos que he encontrado en castellano, se llama «La Ciudad Prohibida» y el autor es Donacio Cejas. Me habría encantado terminarlo en la playa, con el sol dándome en la cara, obligándome a leerlo más rápido, pero con la nitidez de la luz artificial de la terminal no me queda más remedio que ponerle atención e inevitablemente, disfrutarlo menos.
«Por unos renminbis de nada podías disfrutar de un final feliz, el coche más potente, la moda más lujosa, los sueños en formato panorámico en las pantallas LED de los centros comerciales de la China futura flotando sobre los últimos farolillos rojos que habían quedado abandonados después del reciente Spring Festival y, aquí y allá, envueltas en humo, las libélulas fluorescentes del pictograma 串que alumbraba los tenderetes callejeros donde se asaba carne a cualquier hora.» Solo de leerlo le dan a uno ganas de llegar ya a China, de aterrizar en ese futuro luminoso, ¿o en ese pasado apestoso?
Según qué gusto tengamos en cuanto a moda y coches, la verdad es que la descripción de China que hace el libro bien podría ser la narración de mi camino de vuelta a casa después de un final feliz en la reciente Feria de la Paloma, aquí y allá, envuelto en el humo de zarajo frito que inundaba los tenderetes callejeros. El futuro, ¿huele a 串 y zarajos?, ¿no olía a eso el pasado? Soy incapaz de preguntarme a qué huele «la China futura» sin que me interrumpa la sintonía de un anuncio de compresas, pero me sorprende que huela a 串. Entonces los zarajos, ¿huelen a Madrid pasado o a Madrid futuro? Supongo que en Madrid, donde el tiempo sí circula como dios manda, un futuro de progreso puede perfectamente oler a zarajos. En China, sin embargo, parecen estar suspendidos en un futuro o un pasado excesivos donde la luz de las pantallas de LED y el olor de los 串 no pueden compartir espacio-tiempo sin despertar las suspicacias del lector occidental, ¿qué pasado falsificado o qué futuro retrógrado nos ocultas, China?
Uno de los chicos del control de seguridad se ha sentado detrás de mí a mirar por la cristalera cómo los aviones se vuelven torpes en cuanto tocan el suelo.
Sin saber muy bien si China es el futuro o el pasado, el personaje español del libro parece tener claro que España es sencillamente mejor, y así se lo cuenta a su amante chino, cuyo nombre durante las próximas 200 páginas del libro seguirá siendo «X», como si fuera el malo de una película de superhéroes. España, le cuenta el protagonista a X, es «un país imperfecto donde se puede ser libre de verdad, donde el Gobierno acaba de cambiar leyes para que la gente como nosotros pueda casarse, ¿te lo imaginas X? Dos hombres como tú y yo legalmente casados, formando una familia… Una familia de verdad…» X no parece inmutarse ante los terrores domésticos que el protagonista le promete −«Me gusta cómo suena.» −Le azuza X, curioso por ver hasta dónde se estira la fantasía europea.
Estas palabras de X sirven de empujón al protagonista para deslizarse a toda mecha por el tobogán de la felicidad normativa. –«Yo podría ser ese hombre, ¡[…] podríamos casarnos! Un matrimonio de verdad con una ceremonia elegante rodeados de todos nuestros amigos bailando juntos hasta el amanecer. Y luego una luna de miel recorriendo toda Europa, […] París, ¡la ciudad del amor! ¡Roma! ¡Venecia en góndola! […] Y luego envejecer juntos en una casa enorme y bonita con jardín y un perro.» –Tronchante. Una casa con jardín en España.
Cuando el delirio irrumpe en el sector inmobiliario siento la necesidad de cerrar el libro un momento y tomarme un respiro. Entonces, el chico con el que llevo media hora espalda contra espalda se gira hacia mí y, con todo el peso de su mano sobre mi hombro, me pide un mechero.
−¿Cómo? Aquí no se puede fumar.
−Y, ¿qué más no puede hacerse? –Termina la pregunta ya levantado y avanzando hacia los servicios.
Le sigo hipnotizado, mordiéndome la lengua para evitar gritarle que ¡podríamos ser libres!, ¡podríamos casarnos!