El otro día en una entrevista, Siscu Baiges me preguntó más o menos cómo funcionaba eso de ser Cronista de Barcelona, cargo no sé si remunerado, en la actualidad ocupado por Lluís Permanyer, quién más bien merecería serlo del Eixample, pues cuando ha escrito de la periferia siempre ha mostrado la condescendía propia de los señores, como si los márgenes fueran prescindibles.
Me divierte mucho pasear y saber que, en más de una ocasión, los vecinos me reconocen. Desde aquí os aconsejo pararme, saludarme y, sobre todo, hablarme, pues de quien más se aprende es de los residentes, repletos de pequeñas historias fundamentales para narrar los lugares.
Uno de los que más me obsesionan es el carrer de Alexandre Galí. Durante toda esta serie dedicada al Congrés he usado su nombre original, Federico Mayo, usurpado en octubre de 1983 para borrar una ínfima parte del pasado franquista de nuestro protagonista, un absurdo absoluto porque la denominación en honor del pedagogo catalán y fundador, junto a otros, de la Escuela Blanquerna.

Nadie duda los méritos de Galí, pedagogo catalán y fundador, junto a otros, de la Escuela Blanquerna. Sin embargo, su inclusión en el nomenclátor desfigura por completo el relato de la calle, arquitrabe y esencia del Congrés Eucarístic, clave para entender su configuración desde un entramado vertical.
Federico Mayo Gayarre nació en Pamplona en 1894 y murió en Madrid justo seis décadas más tarde, en 1954. Durante la Guerra, fue capitán del cuerpo de ingenieros en el cuartel general de Franco, quién lo designó el 19 de abril de 1939 como director del Instituto Nacional de Vivienda, cargo mantenido hasta su deceso.
Su elección para bautizar a esta vía tan importante no era nada casual y permitía homenajearlo por su dedicación durante la primera posguerra, visible en Barcelona no sólo en los barrios de la periferia, si bien cerca del Congrés aún subsiste la Urbanización Meridiana, ese glorioso canto del cisne de una Barcelona que fue y pudo ser, una ciudad jardín con casas bajas previas al estallido migratorio entre los cincuenta y los setenta.
En este sentido, el Congrés es la experiencia bisagra al alternar viviendas de alturas nada osadas con los rascacielos de su plaza central, un aviso para el futuro inmediato. De hecho, si hablamos de bloques propicios para favorecer la densidad poblacional, Alexandre Galí tiene en su horizonte la mole de Can Sitjar en Virrei Amat, emblemática por el transcurso de los decenios y muy olvidada en su simbología de cambio.
Quitar a Federico Mayo e incorporar a Alexandre Galí fue un gesto más de unos funcionarios pioneros en el populismo, pues el director de la institución dictatorial, pese a su cercanía con Franco, dedicó sus horas a intentar una mejora para la vida de muchos ciudadanos.
Por lo demás, su calle contiene un sinfín de matices de comprensión de toda esta área barcelonesa. Cuando escribí sobre el barrio de Salvador Riera, mal llamado como de los segundos Indianos sin ser ellos nada de eso, comenté por activa y por pasiva cómo su muro es una ruptura brutal en el espacio al vetar cualquier progreso a otras vías como Acàcies, Prats i Roqué o el modesto passatge de l’Ordi.

El motivo de ese corte brusco es la disposición vertical del Congrés, erigiéndose Alexandre Galí como su patio trasero al ser la espalda de Felip II, próspera en las intenciones por la acumulación de negocios en sus bajos. Esto queda corroborado con una breve consulta en el Archivo Municipal, donde a finales de los cincuenta abundan las peticiones para abrir tiendas.
Entre las mismas, podríamos citar algunas para generar una idea de esa totalidad surgida de la nada. En el 6-8, Enrique Cortit abrió un taller mecánico, trasladado desde el carrer Fluvià, mientras en el 13-15 Rosa Font era la propietaria de una carnicería. Un poco más lejos, en el número 40, Enriqueta Cerch inauguró un taller de confección de camisas, mientras en el 56 recaló un garaje, propiedad de Montserrat Almirall, probable clienta de la panadería del número 70, a cargo de Jaime Argemí, quien movió toda su parafernalia desde Gran de Gràcia.
Alexandre Galí no es sólo una muralla, sino un limbo entre barrios en forma de entrada y salida, por eso su línea recta sale desde Puerto Príncipe en Els Indians, conectándolo con Arnau d’Oms, remozado en ese tramo a causa de la construcción de las Viviendas del Congrés Eucarístico, cuando antes era el páramo impedido en su remodelación por el incontestado dominio de las cocheras de los tranvías dels Quinze, donde servidor, cuando eran casi un recuerdo, jugó tantos partidos de futbol con otros adolescentes a mediados de los noventa.

Este enlace es uno de sus aciertos más tangibles. Los otros, aquí reseñados, nadan en la invisibilidad de lo impuesto desde la caridad del Régimen y la Iglesia, entes unidos desde su impepinable Nacionalcatolicismo, en decadencia a partir de los años sesenta desde el boom español, éxito y palanca inconsciente para crear un país nuevo hacia la Democracia por el aumento en el nivel de vida, pues, como bien escribió Enrique Moradielos, este equiparó poco a poco a los españoles con el resto de Europa a nivel de ideas y mentalidades, con el Poder sumido en su retórica, desfasada e indigesta.
Mi visión favorita de Alexandre Galí es desde su confluencia con Prats i Roqué y el passatge de l’Ordi, dos ambiciones frustradas del barri de Salvador Riera. La primera, única vertical de su cuadrícula, debía ser cruce y senda para redondear su morfología, mientras la segunda fue idónea para redundar en un modelo de vivienda extinto tras la Guerra.
El vuelco entre épocas es meridiano en ese enclave. El urbanismo de parcelas típico de los Pueblos del Llano barcelonés murió tras 1939, cuando la planificación estatal tomó las riendas desde una frialdad con pocos pensamientos desde una lógica analítica, nada preocupada por los vínculos interpersonales, o quizá mucho, piensen mal y quizá acierten en este caso.
Desde este punto de vista, Alexandre Galí es el pilar del Congrés y la condena de un mundo al separar barrios desde el horizonte, el cemento y la velocidad, disimulada por la urgencia habitacional en Barcelona y las ansias de colgarse medallas justo cuando Occidente abrió el grifo para nadar fuera del ostracismo internacional.
