Tenía una imagen omnipresente antes de iniciar este texto. Veo el acceso a los jardíns de Massana del Congrés desde Alexandre Galí. Entre ambos lugares median varios espacios y elementos. Entre los primeros está el pas de Sant Tarsici, un recurso muy inteligente, y Felip II, mientras entre los segundos el premio es para los pilotes, base de los bloques de la avenida y transición hacia ese interior de manzana con una cruz como declaración de intenciones.
Este principio también debería ser el cierre. Alexandre Galí es una línea recta como infinita, y es casi un muro maestro de todo el entramado, pues sin él quedaría cojo e incomprensible, además de incompleto en muchas de sus minucias significantes.
Hoy, sin embargo, el protagonismo recaerá en Felip II, el paradigma de la transformación y su prepotencia desde esa discrepancia de verticalidad con los demás barrios del entorno y su cuadrícula, enfocada en lo horizontal.

No deja de ser curioso cómo se eligió el nombre para esta vía tan importante de la periferia un 25 de abril de 1945. Ese día, Italia vio el sol de la Liberación contra el nazifascismo, mientras en Barcelona se decidía denominar una futura avenida desde premisas nacionalcatólicas mediante el monarca del momento de cuando en el Imperio jamás se ponía el sol.
De este modo, el Franquismo perpetuaba la nostalgia mussoliniana por el pasado en otra latitud cercana. Felip II tardó en despegar al depender de la totalidad de las Viviendas del Congrés Eucarístic.
La primera manía sobre su personalidad estribaría en su extensión desde un absurdo. Va desde la plaça de Virrei Amat hasta el Pont del Treball o de Calatrava. Su segmento hasta la Meridiana es el canónico, un poco como con Nou de la Rambla. Si preguntáramos a la ciudadanía si esta sigue después del Paral·lel muchos lo negarían con entusiasmo, cuando lo cierto es que continúa hasta arriba del Poble-Sec.
Lo mismo acaece con Felip II. Su tramo de la Meridiana a uno de los hitos olímpicos más discutibles es inexistente en el imaginario y por ello mismo se engarza con su confluencia en ese punto, pues ese trozo de Gran de Sagrera es un limbo de la nada por la desnudez de su lado montaña y la precariedad hacia el mar, con la estación de mercaderías de la Sagrera en peligro, barraquismo no tan escondido y mucho cielo, malo para las fotos, o eso dicen.

Su segunda rareza es la confluencia con Garcilaso, una de las más fascinantes de toda la capital catalana por cómo colisionan con claridad lo viejo y lo nuevo. La antigua carretera de Horta a la Sagrera sirvió para vertebrar els Indians y delimitar una falsa frontera por la ambición de sus propietarios, quienes alargaron el barrio hasta lo tolerado por los potentados de Can Ros, a la postre artífices de la construcción del Congrés al ceder sus terrenos para alzarlo en su Modernidad.
Lo tremendo de este cruce es como Felip II ejerce de apisonadora en su descenso hacia la Meridiana, eso sí, sin aniquilar a su antecesora, quien asimismo desciende hacia la cercanía de otro puente mucho más carismático, el del Treball Digne.
La unión conflictiva de ambas no debe hacernos olvidar otra diferencia crucial. Felipe II es mucho más ancha al insertarse en la urbe con anhelos de ser una autopista urbana. Esta tercera consideración le confiere un valor pionero en la proyección de esos años. Luego llegaría Porcioles y no tendría piedad en su puesta en funcionamiento, por suerte impedida por luchas vecinales e imposibilidades de ciertos delirios de grandeza.

El cuarto aspecto se vincula con un dadaísmo del nomenclátor. Felip II es un pilar del abecedario del Congrés, para enlazar su presente glorioso de los años cincuenta, áulico con Modrego y la labor eclesiástica, con el pasado aspiracional de la Dictadura. No en vano, el monarca del Escorial era un colofón en la designación de grandes avenidas, con su padre afianzado en la actual Marina, como aún puede detectarse en bares vecinos de la monumental, titulados en honor a Carlos I, y quinto de Alemania.
Al fin y al cabo, esto también podría conectarse con cómo, sin pertenecer a la cuadrícula del Eixample, sintoniza con su abecedario a partir de Bailén, con muchas calles más bien conciliadoras en la política por homenajear al Dos de Mayo, Castillejos y otras fechas más españolas, una paradoja si se atiende a cómo, durante todas las décadas de posguerra, la heredera de Felipe II fue Bac de Roda, general prominente en el combate contra Felipe V durante la guerra de Sucesión.

El quinto vector es una conjunción de reflexiones de Soteras Mauri y sus otros dos mosqueteros, Pineda Gualba y Marqués Maristany. Alexandre Galí juega con todos los aledaños. Su constitución reforzó lo vertical sí, pero para prolongar el espíritu de Sol, Aire y Vegetación de todo el barrio del Congrés debía ser porosa y propiciar aperturas hacia las barriadas antecesoras.
Esto se solucionó de manera parcial. Felipe II en su lado Alexandre Galí es singular por sus falsos interiores de isla o plazas sin nombre, pequeños rectángulos en cada uno de los accesos a uno de los cuatro cuerpos de la mole del Congrés. La primera va hacia Sant Pasqual Bailón, la segunda hacia l’Espiga y una tercera hacia El Cep. ¿Y la cuarta? Existía antes porque Puerto Príncipe muere para ceder su nombre a Felip Bertrán i Güell, fundiéndose els Indians con el polígono jamás llamado con esta palabra, con la plaça del Congrés Eucarístic en su meollo y un gran ingreso desde el arco de la calle Manigua con Alexandre Galí.

En todo esto hay una quinta nota. Es el paso de Sant Tarsici, no tiene pared alguna para obstaculizar subir hasta Alexandre Galí y además sirve para penetrar en el Congrés por los pilotes mencionados en el debut de esta entrega de los Barcelonas para relajarse con el verde preponderante en els Jardins de Massana, sin duda vanguardistas si analizamos el progreso de la urbanística barcelonesa y sus preocupaciones en nuestro siglo.
