Hablar de Fermín Solís (Madroñera, Cáceres, 1972) es hablar de uno de los autores más innovadores del país. Su producción abarca cómics, historietas, ilustración y cuentos infantiles, así como guionista de diversas obras audiovisuales. En especial destaca su novela gráfica Buñuel en el laberinto de las tortugas (2008), cuya adaptación ganó, entre otros, el Premio Goya a la Mejor Película de Animación en 2020.

En 2019, de esta misma obra, publicaba una nueva versión a color coincidiendo con el estreno de la película, mientras compaginaba su trabajo con publicaciones infantiles en las que ha dedicado los últimos casi tres lustros. Poco después, sorprendía con la novela gráfica Medea a la deriva (2021), recreando un monólogo de uno de los personajes de la mitología griega más fascinante (por cierto, el guion se ha adaptado en una obra de teatro), y superando una difícil prueba como es mantener la atención del lector con un único personaje hablando, algo muy poco habitual en el sector del cómic.

En su siguiente novela gráfica, Elia (2023), publicada por el sello Reservoir Books del Grupo Editorial Penguin Random House, vuelve a reinventarse, esta vez realizando una obra de más de 300 páginas en bitono, con una historia intimista y conmovedora sobre una escritora que decide dar un cambio radical a su vida por un desamor. Las primeras páginas trascurren en la ciudad de Cáceres, donde reside el autor, realizando su particular homenaje a la misma, aunque también aprovecha para denunciar la falta de alta velocidad en la comunidad, cuando la protagonista se queja de lo pesado y largo que ha sido el viaje en tren desde Córdoba.

El autor se autocita (o se autopromociona) cuando los organizadores del evento al que han invitado a la escritora le indican que podría haber venido un autor que vive en Cáceres, y es que la protagonista, Elia Fuentesperanza, acude invitada a realizar una conferencia sobre el mito de Medea desde un punto de vista feminista. Al siguiente día, la escritora comprará en una librería local la obra Medea a la deriva de un tal “Fermín Solís”, aunque se sorprenderá de que sea un cómic. Su comentario y su expresión corporal son significativos de la reacción de una gran parte de adultos que nunca leen novelas gráficas en este país… ¿Cuál es el último cómic que ha leído?

En las páginas que trascurren en Cáceres solo aparecen mujeres. A modo de crítica, el autor también denuncia el poco interés de los ciudadanos por las actividades culturales realizadas en la urbe. De hecho, asisten pocas personas a la conferencia y los organizadores lo asocian a que el acto coincidía a la misma hora con un partido de fútbol del Madrid (la técnica de sala lo deja todo preparado y sale corriendo a ver el partido y, una vez finalizada la charla, la persona de seguridad les pide prisa para recoger para poder ver el final, ante los gritos de goles que se oyen desde la calle). Normalmente, la programación cultural se realiza con mucho tiempo de antelación, lo que impide en muchas ocasiones tener en cuenta esa letal coincidencia. «Toda la vida luchando por nuestros espacios, para no quedarse porque hay fútbol» exclama la protagonista, lamentándose, cuando comprende que no habrá técnica de sala durante su exposición cuando en realidad ya estaba allí y escogió otra opción.

La escapada desde Córdoba le permite a Elia quedar con su amante durante un par de días, suficientes para que le confirme que no va a dejar a su marido ni a sus hijos. Y es en este punto cuando la novela gráfica da un giro radical en todos los sentidos, pasando de una ciudad lluviosa del interior a un pequeño pueblo de la costa gallega (inventado para evitar cualquier tipo de suspicacia), a donde se ha dirigido la protagonista para habitar la abandonada casa de su tía, que más tarde descubriremos que se suicidó años atrás. Poco antes, en Cáceres, había comentado que quería dedicar su próximo libro a «un tema tabú como es el suicidio. Hablar de mujeres como Marga Gil Roësset o Sylvia Plath».

El cambio de rumbo en su vida lo habrán intuido los lectores cinéfilos al ver en una de las paredes de la casa de la escritora en Córdoba un póster de la película Tres colores: Azul (Trois couleurs: Bleu, 1993), dirigida por Krzysztof Kieslowski, en la que el personaje interpretado por la actriz Juliette Binoche hace algo parecido aunque con un detonante trágico, al perder a su familia en un accidente en el que es la única superviviente.

Empezar de cero. Aunque el ámbito rural tiene su idiosincrasia, que se caracteriza, especialmente, por las dimensiones reducidas del pueblo (el único bar pasa a ser el centro de socialización, junto con la iglesia), y que todos se conocen, para lo bueno y para lo malo, ahora y antes (¿qué sucedió realmente con su tía?), todo ello con un cierto espíritu conservador que no acoge con buenos ojos las ideas de una lesbiana recién llegada al pueblo. Una propuesta de cine fórum en una sala de la iglesia en la que decide proyectar la película Una canta, otra no (L’une chante l’autre pas, 1977), de la directora Agnès Varda, un título emblemático de la visibilidad del movimiento feminista. El evento tuvo muy poco público (femenino), que no se pudieron quedar al fórum porque tenían que hacerle la cena al marido, tal cual.

Otro de los rasgos distintivos de lo rural es la omnipresente naturaleza. De forma casual, la escritora descubre que posee un don al que la cultura popular denomina “la mano verde”, es decir, la capacidad de curar a las plantas, algo que le llevará a considerarlo como una actividad de negocio ante la buena acogida con sus vecinas (ya se pueden imaginar que no se trata de magia, sino de habilidad). La iniciativa irá tomando forma poco a poco a través de las vivencias de la protagonista, con un ritmo contemplativo en ocasiones que ayuda a que el lector comprenda y comparta las decisiones que va tomando.

Con la excusa de las plantas, la relación con las vecinas muestra la sororidad de la comunidad ante el machismo y la homofobia imperante, el maltrato en la pareja aceptado como algo normal y el miedo perenne a lo que dirán los demás. Solís nos enseña, a través del ejemplo personalizado en Elia, que puedes volver a empezar de cero si es necesario, de que no estás sola si necesitas ayuda y, a la vez, de que puedes estar sola como opción de vida sin ningún prejuicio ni lamentación. En una de las escenas, la escritora conoce a un vecino al que le dejó su mujer hacía treinta años y que reconoce haber padecido de anuptafobia, es decir, el miedo a quedarse solo sin pareja para siempre y que, con el tiempo, lo superó.

En definitiva, el mejor antídoto contra la intolerancia y la ignorancia es la lectura, y Elia es una magnífica recomendación.

 

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