Y así, un poco de repente, parece que entonamos el réquiem de la serie dedicada al barrio de las viviendas del Congrés Eucarístic. Terminarla no es ninguna tragedia, entra dentro de la lógica de pasear las Barcelonas poco a poco, sin preferencias y siempre con la voluntad de mostrar cómo cada tesela es imprescindible para comprender la totalidad del mosaico.
Al cerrar esta puerta es bueno resumir algunos aspectos. He repetido hasta la saciedad algunos elementos. Si nos centramos en la estructura, la parte central del barrio se divide en cuatro cuerpos. El primero, si empezamos desde Concepción Arenal, vio determinada su morfología por la masía de Can Ros, embrión fundacional. Entre sus características figuran algunos puntos de sumo interés, como su ubicación entre Felip II y la riera d’Horta, esencial para entender las fronteras.

El segundo grueso es la plaza del Congrés Eucarístic, con la parroquia de Pío X como múltiple punta de lanza desde lo arquitectónico y las simbologías. La huella de Modrego y la iglesia en la elaboración de este vanguardista polígono debía notarse con un centro dedicado a la causa, si bien, tras un inicio prometedor en ese sentido, no congregó muchas devociones ni ceremonias del clero.
Este segundo cuerpo es un primor de detalles. El portal de ingreso liquida Manigua, insinúa el papel de Alexandre Galí para con la verticalidad del conjunto y exhibe su diferencia, presente desde otra tesitura en el siguiente sector, els jardins de Massana y su cruz inobservada porque la ciudanía tomó al pie de la letra aquello de Sol, Aire y Vegetación, lema bandera del Congrés, indudable prueba de su diferencia con relación a toda la urbanística posterior al Franquismo en la ciudad condal.
Nos queda el cuarto, situado en una encrucijada donde confluyen Felip II, Ramón Albó/Arnau d’Oms, y la riera d’Horta, casi nada en este sector barcelonés y un reto para Soteras Mauri y sus socios, Pineda Gualba y Marqués Maristany. Por una vez, tenemos constancia de las dudas de los tres mosqueteros a partir de unos planos del archivo municipal. En los mismos, se aprecia cómo, después de Massana, la previsión era variar el entramado con soluciones bastante más modestas que el actual doble semicírculo, al que llamo así, lo reconozco, para salir del paso.
La mayor problemática debió surgir desde la gran pregunta de cómo unir con solvencia tantas arterias de calado desde una doble conexión vial y peatonal, esta última fiel a la ausencia de barreras en el barrio.
La única calle ajena a la trilogía de las de peso -Felip II, Ramón Albó/Arnau d’Oms y riera d’Horta-, es San Pascual Bailón, patrón de los congresos eucarísticos, sin relación con fiestas y verbenas. Es una vía nítida, hoy en día idónea por su fantástica arboleda y de pasmosa tranquilidad, preludio al primer semicírculo, brillante tanto por los pilotes de su ingreso como por proporcionar de nuevo Sol y Aire, no así vegetación, nula o más bien escasa; lo mismo ocurre con la precisión nominal para designar al centro cívico de Can Clariana, dedicado a una masía de la Sagrera, cuando hubiera sido bastante más sencillo recordar a Can Garrigó, clave para urbanizar la continuación del Congrés antes de la existencia de este.

De hecho, que el cuarto cuerpo fuera el último en ser proyectado podría no sorprendernos por una especie de crescendo lógico, pero es que aquí la sacrosanta trilogía debía imponer mucho, hasta convertir a la zona en un foco a remarcar por su valentía arquitectónica.
En 1955, las fotos aéreas la captan desnuda, sólo con campos y esbozos de cierto futuro, concretado un decenio más tarde, cuando la masía de Can Garrigó había pasado a mejor vida y Oriol Bohigas había presentado uno de sus manifiestos juveniles con la escola Timbaler del Bruc, destinada a dejar huella al enclavarse entre la riera d’Horta y Escòcia, el cuarto eje del sector, capital para el barrio de la Jota.
El segundo semicírculo del cuarto componente del póker congresista es más gris, hasta me sabe mal calificarlo de feo. A veces, las fotografías y la forma de componerlas revelan aspectos que, de otro modo, no podríamos registrar. El agua y los desniveles hacen de las suyas en este territorio. El círculo completo es una crítica a la rectitud, algo que no se aprehende a primera vista, como tampoco es posible cazar al vuelo la habilidad de los responsables a la hora de hallar salidas hacia la riera d’Horta, útiles en el sentido de abrir camino hacia otra realidad, forzadas porque la estrechez de las mismas es más bien antiestética, un apaño por las prisas de querer descorchar otra botella de cava.

Al salir del Congrés miro el horizonte de Felip II. El cuarto cuerpo parece aislado del resto, arrinconado unos metros por los accidentes de la orografía y la riera, de longevo itinerario. Me gusta pisar este suelo porque cada uno de sus puntos cardinales me invita a reflexionar sobre muchas posibilidades y transformaciones. La avenida del rey del Escorial se corresponde con unos decenios donde los alcaldes querían hacer de la ciudad una autopista, de ahí el triunfo de la verticalidad más allá de las realizaciones de Soteras y Compañía. Ramón Albó, durante años angosta e impedida por las cocheras, devino una prosecución de las rondas en la senda hacia la Meridiana. Arriba, los jardines de Can Xiringoi son intachables al conceder a este inmenso limbo un pulmón poco publicitado, quizá por ser de los márgenes.

Desde aquí mis ojos se trasladan, tras meses de cavilaciones, hacia la riera d’Horta. Su caracoleo es un límite reconocible y, sin embargo, invisible para muchos. Es hermoso sentir cómo accedes a otra dimensión urbana dentro de unos mismos muros. Si tenemos paciencia no es difícil pisarlos y acatar estas sutiles metamorfosis. Esta tiene otra connotación, magnífica para decir hasta luego al Congrés. Su verticalidad podría justificar la del barrio si lo extendemos, sin ser imprecisos, hasta Garcilaso. Sería la trampa para romper la cuadrícula planificada desde els Indians hasta la Jota, que durante su infancia tuvo muchas calles que en su nomenclátor seguían al de su entonces vecino más inmediato.
Si sales del cuarto cuerpo hacia la riera d’Horta por una de sus ahogaduras puede asomar la palabra delito, no en un sentido criminal, sino más bien desde la traición, que tampoco fue tal. En realidad, todo se trata de una cesura. La Jota y els Indians nacieron con la mentalidad urbanística anterior a la Guerra, mientras el Congrés es de otro mundo, vencedor del viejo y sin piedad con sus culturas.