“Cuando ocupas, sabes que acabarás perdiendo, pero en nuestro caso fue inesperado, porque nos dijeron que nos denunciaban en otoño de 2022 pero el juicio no llegaba, y finalmente recibimos directamente la orden de desalojo”. María (nombre ficticio) es una de las jóvenes que vivía en el bloque l’Escaleta, un inmueble ocupado en medio de la ciudad y que este miércoles anunció su fin. Tras haber pactado con la propiedad que el inmueble quedaría vacío el 14 de septiembre, los ocupantes han anunciado que se marchan.

Con este anuncio, termina un proyecto que era mucho más que un edificio en el que vivían ocho jóvenes sino que, además, había acogido iniciativas comunitarias como la sede sindical de la CGT, la Red de Recuperación de Alimentos y clases de yoga. La vitalidad de las iniciativas les había llevado a recibir un amplio apoyo vecinal que se puso de manifiesto con una rueda de prensa de apoyo ante la primera orden de desalojo, y con pancartas en muchas ventanas y balcones alrededor del edificio.

El bloque l’Escaleta fue ocupado en enero de 2020. El edificio abandonado de la calle Escaletes era entonces propiedad de la Sareb. Al inicio del proyecto anunciaron que el inmueble se convertiría en un “bloque juvenil de pisos” que también trabajaría por el tejido vecinal. En consecuencia, el local de la planta baja del edificio se abrió a todo el que quisiera realizar actividades. Rápidamente se habilitó un punto de intercambio de libros y, más de un año después, la CGT anunció la apertura de su local en aquel lugar.

María considera que con el bloque se ha logrado romper la estigmatización del movimiento ocupa. “Al principio, hicimos un aperitivo con el vecindario”, recuerda, “el recibimiento fue muy bueno”. Actualmente, no todos los jóvenes que vivían han encontrado un lugar donde ir: “Algunos quieren irse a vivir juntos, pero no encuentran alquileres asequibles y algunos les son denegados porque no son una familia, sino un grupo de amigos”.

La ocupación de l’Escaleta es singular, sobre todo, por el apoyo vecinal. “Si la dicotomía era o ratas o jóvenes que no podían pagarse un alquiler en la ciudad, teníamos claro de qué lado estábamos”, explica Cinta Bolet, vecina de la calle, evidenciando que antes de la ocupación el bloque estaba abandonado y lleno de ratas, “en la calle, hacía años que se organizaban celebraciones –que si la cena de Fiesta Mayor, una arrossada o una butifarrada– y los habitantes del bloque enseguida empezaron a formar parte de esta pequeña comunidad”.

La vecina reconoce que, inicialmente, había prejuicios, pero se rompieron cuando los vecinos conocieron a los ocupas: “Unos propietarios querrán ahora especular con el precio del suelo en Sant Cugat, y nosotros perderemos un espacio dónde no solo vivían nuestras vecinas, sino también un espacio social en el que se han organizado actividades, charlas y ha sido un espacio de recogida de alimentos recuperados”.

Un vecino apoya el bloque con una pancarta en la ventana. | Jordi Pascual Mollá

El apoyo vecinal expresado por Bolet se hizo más visible que nunca el pasado mes de junio cuando, frente a la primera orden de desalojo, una vez el inmueble había sido comprado por una inmobiliaria, organizaron una rueda de prensa de apoyo al proyecto. “Hemos entendido, gracias a ellas, que la ocupación es una manera de reivindicar el derecho a una vivienda digna y asequible para todos”, dijeron los vecinos Àngels Fernández y Xavi Serra en el comunicado que leyeron en la rueda de prensa, “somos conscientes de que la sociedad en general y algunos medios de comunicación criminalizan la ocupación, y nosotros mismos, cuando llegaron, no lo teníamos demasiado claro. Pero pronto fuimos cogiendo confianza”.

El edificio ha sido mucho más que la vivienda de algunos jóvenes. “Para la Red de Recuperación de Alimentos (XRA) ha sido fundamental para empezar el proyecto, porque necesitábamos un lugar donde poner el congelador”, explica Joan Casanova, miembro de Asamblea por el Clima. También destaca la buena ubicación, que facilitaba el acceso de los vecinos que quisieran dejar o recoger alimentos. Además, la anchura del espacio permitía trabajar sin molestias, y el acceso a pie de calle les daba visibilidad. “Que se acabe el bloque nos sabe mal porque, más allá de ser una vivienda, el local tenía uso”. El proyecto de recuperación de alimentos seguirá en Cal Temerari.

La XRA se creó el pasado mes de enero bajo el paraguas de Asamblea por el Clima y con el objetivo de recoger alimentos sobrantes de los supermercados y tiendas para ponerlos a disposición de todo aquel que lo necesitara. Tras superar las trabas burocráticas, también han empezado a recoger menús escolares mediante el programa Recooperem del Consell Comarcal. Es una iniciativa que escapa en parte de los límites burocráticos y administrativos de otros proyectos de recuperación de alimentos surgidos en la ciudad, que trabajan exclusivamente bajo la tutela de la administración pública.

Otro de los espacios que se pierden con el desalojo de l’Escaleta es el local de la CGT, inaugurado hace casi dos años como un punto donde realizar atenciones y asesorías sindicales cada primer y tercer miércoles de mes por la tarde. La iniciativa santcugatense suponía que el sindicato, que depende del núcleo de Rubí, ganaba un espacio en la ciudad donde realizar atenciones y también asambleas y actos públicos sobre la acción sindical.

Representantes sindicales antes de uno de los actos de la CGT en el local del bloque. | Jordi Pascual Mollá

“Las actividades principales que hemos llevado a cabo han sido las asesorías laborales y sindicales, con una periodicidad mínima de dos veces al mes, charlas y formaciones, así como reuniones internas de algunas de las secciones sindicales, sobre todo de las que no tienen un espacio propio en el centro de trabajo, como riders”, explica Héctor Martínez, miembro del sindicato. Él mismo añade que aún deben decidir cómo afrontan el futuro sin local en Sant Cugat, aunque con la tranquilidad de que el de Rubí tiene la reforma casi terminada: “durante los próximos meses aprovecharemos y haremos paradas informativas en el espacio público, y tenemos algunos conflictos sindicales que nos ocuparán tiempo”.

Tampoco podrán seguir en el bloque las sesiones de yoga semanales que ofrecía Júlia Casanova. “Lo movimos hace un año gracias a la motivación de la gente, y actualmente éramos un grupo de 10 personas”, explica, poniendo en valor un espacio que le permitía ofrecer estas clases de forma gratuita y con la participación de vecinos de la ciudad, e incluso de alguna persona de fuera de Sant Cugat, “siempre había mantenido un vínculo con el bloque, pero con el yoga me vinculé mucho más”. Finalmente, podrá seguir con la iniciativa en Cal Temerari, donde ya hay lista de espera porque se han agotado las plazas.

Decenas de personas de este tejido creado en torno al proyecto ocupado participaron en la protesta para detener el desahucio el pasado 15 de junio. Estaban los residentes y personas que respondieron a la llamada del Sindicat de Llogateres, pero también vecinos del entorno, militantes de la CGT, voluntarios de la XRA y alumnos de yoga. Cerca de setenta personas impidieron que se ejecutara el desahucio en el que se preveía la actuación de los antidisturbios, que finalmente no acudieron.

La protesta sirvió para ganar tiempo, porque la propiedad pidió que la nueva fecha fuera lo antes posible. Sólo una semana después, el bloque l’Escaleta se enfrentaba a una nueva orden de desahucio, pero un acuerdo in extremis permitió ganar tiempo hasta pasado el verano. La propiedad no pediría ninguna nueva fecha si los ocupas abandonaban el inmueble antes del 14 de septiembre. Con el anuncio de este miércoles se cumple el acuerdo.

María explica que la orden de desahucio fue un golpe importante, porque hasta el mismo día no sabrían si se detendría. Asimismo, debían debatir si negociar con la propiedad, con diversidad de opiniones al respecto, y estar preparados para quedarse sin hogar en cualquier momento. Que el plazo entre la primera orden de lanzamiento y la segunda fuese de solo una semana, dice, incrementó la angustia.

El edificio del bloque l’Escaleta pierde a sus residentes a la espera de que la inmobiliaria que tiene la propiedad haga obras y lleve nuevos vecinos. La ocupación se convertirá entonces en una especie de paréntesis de tres años en el que se dio vida a un inmueble abandonado y tapiado en pleno centro de la ciudad. Sin embargo, el tejido social creado a su alrededor permanecerá.

 

Esta noticia se ha publicado en el diario elCugatenc

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