Que tenga que crearse un máster dedicado a la iniciación a la investigación en salud mental ¿significa que todavía no se hace tanta como debería?

En general, la inversión en investigación en salud mental es más floja que en otros ámbitos de la salud. Sin embargo, a raíz de la pandemia hay más sensibilización y menos estigma sobre los problemas mentales. El estigma ha condicionado en cierto modo que no se haya invertido todo lo que hubiéramos querido.

Desde su experiencia profesional en psiquiatría, desde hace más de treinta años en los campos de la depresión, la ansiedad y el trastorno compulsivo, ¿qué es lo que va mejor contra el estigma?

Ha ayudado mucho darlo a conocer a través de la televisión y el cine, aunque sea a través de personajes de ficción que muestran estos problemas. Por ejemplo, Mónica, de la serie Friends, es conocida por su personalidad obsesiva-compulsiva. También Sheldon, personaje de la serie The Big Band Theory, muestra sus rasgos obsesivos, o Leonardo di Caprio interpretando al magnate Howard Hughes en la película El aviador, donde el ingeniero en aviación, muy reconocido en el mundo del cine, no puede tocar según qué porque se infecta, sabiendo que es absurdo. Pero esto nos hace reflexionar sobre cómo se puede entender una capacidad cognitiva, una gran inteligencia que, sin embargo, está condicionada por ese aspecto. Esto nos demuestra que no podemos controlar tan fácilmente aspectos de nuestro cerebro, nos enseña que, en cuestiones de salud mental, no podemos decir a quien sufre un trastorno que se espabile, que levante el ánimo, porque no es fácil controlarlo, como cuando se sufre una adicción. Vemos cómo personas con un nivel muy alto de educación fuman. Es una adicción, no pueden dejarlo, aunque saben que fumar aumenta el riesgo de padecer ciertos cánceres, infartos, bronquitis, que fumar afecta a las personas del entorno y, además, también cuesta dinero. Está claro que en el hecho de fumar todo son contras, pero el cerebro y sus dimensiones psicológicas no son de fácil dominio. Investigamos para poder ayudar.

La Marató de TV3, por ejemplo, ha demostrado que hablar de salud mental ayuda a todo el mundo.

Yo participé y me gustó que personas muy conocidas salieran diciendo que habían hecho o que estaban haciendo tratamiento, y creo que ayudó mucho ver que es un fenómeno que se debe estudiar y tratar, y cuanta más investigación hagamos, más cerca estaremos de las curas. Se pueden dar casualidades para tratar algo y puede ayudar, pero si no se investiga, no se podrán tratar algunas enfermedades. La industria busca desarrollar tratamientos donde pueda haber un retorno. Se calcula que entre el 35 y el 40% de la población ha realizado o realizará un tratamiento farmacológico de salud mental a lo largo de su vida. Desde los años 80 y 90 ya contamos con muy buenos medicamentos y con mucho éxito. Desde la pandemia, la gente habla más fácilmente del psicólogo y del psiquiatra, y esto debe ayudar a que haya aún más investigación, pero es una investigación que debe competir con otras áreas de la salud, como el cáncer y las enfermedades del corazón.

¿Dónde se sitúa ahora la investigación en depresión?

A nivel clínico se está avanzando en dos líneas de tratamiento. Una ya se comercializa en Estados Unidos, basada en la modulación del sistema glutamatérgico -el que regula la excitación neurológica en el sistema nervioso-. Al igual que los estudiados antes, como el de la dopamina o el de la noradrenalina, regulan de una forma u otra áreas que tienen que ver con el estado de ánimo y las emociones. En el caso del glutamato, nos da otra vía para aquellos casos que no han mejorado lo suficiente, intentando modular los demás elementos. Y, a partir de este medicamento, se estudian otros medicamentos que actúan sobre este sistema para mejorar su eficacia. Este nuevo sólo se puede administrar en centros de salud, porque después de recibirlo debe estar unas horas en observación para comprobar que no hay ningún efecto secundario, y sólo se da si han fracasado los demás, tiene un uso más restrictivo. Por otra parte, se estudian los efectos positivos de la psilocibina sobre la depresión. En el Hospital del Mar, por ejemplo, existe un grupo de investigación que lo investiga.

El gran problema es también la dificultad de acceder al cerebro.

Por eso también se avanza en la investigación en otros ámbitos más básicos, como ciertos aspectos de la neuroimagen, como por ejemplo cómo reacciona el cerebro con los tratamientos, o qué zonas cerebrales se ven más implicadas. Y está igualmente en estudio la aplicación de técnicas de modulación de la actividad cerebral no invasivos que pueden variar el estado de ánimo, como la estimulación magnética transcraneal.

En genética se sigue investigando qué genes y qué variaciones genéticas pueden estar más implicadas en la aparición de la depresión, o la relación entre factores inflamatorios e inmunológicos y la depresión, si ésta disminuye o no en función del estado inflamatorio o inmunológico y de qué modo los factores inmunitarios se asocian a depresión.

¿Cuál fue el detonante que llevó a crear el máster para iniciarse en la investigación en salud mental?

Se quería fomentar la investigación de los grupos en solitario y en red del CIBERSAM (Centro de Investigación Biomédica en Red del área de Salud Mental), un centro nacido para realizar investigación de excelencia para la prevención de los trastornos mentales, y la mejora de tratamientos y de la calidad de vida de quienes los padecen. El CIBERSAM fue creado por el Instituto Carlos III de Madrid. Actualmente, hay unos 25 grupos de investigación de todo el Estado, entre ellos el nuestro del IDIBELL. Realizamos muchos proyectos cooperativos, y en convocatorias europeas nos podemos presentar varios grupos como uno solo.

¿A qué perfil de estudiantes se dirige?

Está pensado, sobre todo, para los graduados de cualquiera de las carreras orientadas a la salud, como medicina, odontología, enfermería, farmacia, todas las profesiones del ámbito sanitario, como la psicología, la logopedia, la biología, la bioquímica o la biología molecular. Sí que hay alguien entre los alumnos que ya ha realizado investigación, pero en general no han hecho todavía. La investigación es un mundo muy riguroso, donde se debe trabajar éticamente y con mucho cuidado y en estudios que tengan trazabilidad, en nuestro caso, para entender cómo llegamos a medir las emociones del alma, y ​​cómo afectan estas emociones a la inmunidad de la persona.

¿Ahora trabaja en algún proyecto europeo?

Sí, en julio iniciamos uno a nivel internacional sobre el uso problemático de internet entre los adolescentes. No es sobre la adicción a internet, que sabemos que es ya una situación grave sobre la que se investiga y se actúa, sino en el preámbulo de esa adicción. Nos centramos en el estudio de tantas horas de exposición en internet que hacen dejar de tener interacción social. Sabemos que un 25% de adolescentes pueden tener cierto nivel de problemas. Y hacemos la detección en las escuelas. Participamos 13 países europeos, con la implicación de 22 instituciones de investigación y una australiana, centros educativos de nueve países, entre ellos Suiza, Reino Unido, Lituania, España y Portugal. Pasamos un cuestionario sobre el control de impulsos y la regulación emocional, y se les pone una aplicación en el móvil que debe recoger información sobre las aplicaciones que utiliza, cuántas veces entra a mirar el móvil y con esto se hace el fenotipo, la expresión de la experiencia con las pantallas, el fenotipo digital, qué uso se hace. Nos concentramos en el colectivo de 12 a 16 años, y empezaremos a recoger datos el próximo mes de noviembre. Esta investigación no es una intervención clínica, sino que trata sobre el bienestar social. Hacemos una intervención para intentar modular, no realizar tratamiento clínico, sino ayudar con el móvil y recoger las características que se asocian a tener este uso tan frecuente de las pantallas.

¿No es esto, precisamente, redundar en el problema, hacer llegar la solución también a través del uso de las pantallas?

Bien, éste es un debate que está sobre la mesa. Sabemos que a los adolescentes les resulta más fácil el uso de sus herramientas que unas distintas. El problema no es utilizar internet, sino hacerlo de forma descontrolada y priorizando este uso por encima de otras actividades. Es mucho más fácil que puedan participar del estudio y seguir las pautas que les damos desde las propias pantallas que ya utilizan. En el trabajo que hacemos se incluye un mapeo de las regulaciones existentes en los diferentes países europeos para hacer propuestas por normativa más homogéneas con el objetivo de proteger los derechos de los adolescentes.

Nos hemos habituado demasiado a las pantallas, incluso la atención médica la ha hecho una herramienta suya también.

Sí, pero en el ámbito clínico tenemos claro que debemos priorizar las visitas y el contacto presencial por encima de la virtualidad. Durante la pandemia, suerte tuvimos de esta virtualidad, pero gracias a la experiencia que hemos tenido, ahora podemos evaluar los pros y los contras de la virtualidad. Cuando los pacientes están muy lejos, para realizar seguimientos -siempre y cuando no haya descompensaciones- la visita virtual ayuda, pero si una persona empeora, la visita es mejor y debe hacerse presencialmente. El factor humano, en mi especialidad, es muy importante; con el contacto directo se transmiten de forma más clara emociones y apoyo, la dimensión personal es básica. Por eso con el trabajo más bien queremos ver hasta qué nivel la pantalla debe estar.

En este máster hay distintas universidades involucradas. ¿Cómo funciona?

Es un máster semipresencial de un año que se puede realizar también en dos cursos, en el que una asignatura la puede dar la Universidad de Cantabria o la Complutense de Madrid, pero el alumno puede que esté en Barcelona. Se realizan asignaturas obligatorias teóricas, como los aspectos generales de la neurobiología, y dos estancias prácticas, una de investigación clínica y otra básica.

Investigación clínica e investigación básica, que son necesarias y complementarias. ¿Qué ejemplo podríamos poner, si hablamos de salud mental, para entender la diferencia entre ambas?

Pongamos por caso que investigamos qué es lo que hace que en un caso de depresión haya más o menos recaídas. En la investigación clínica, cojo las características de quién se ha recuperado de la depresión, miro el número de recaídas previas, el sexo, la edad, y otras enfermedades que pueda tener el paciente, así como sus antecedentes familiares. Y recojo datos de todo un año al respecto, donde no hay nada de investigación básica, todo es clínico.

Esto no me da toda la información, porque puede haber variaciones del cortisol y aspectos de la neuroimagen que permitirían ver, por ejemplo, reacciones del cerebro ante aspectos emocionales, y muchas más bases genéticas que puedo mirar y relacionar. Con esto puedo vincular casos de quienes han recaído y observar qué características biológicas y genéticas comunes tienen; y con neuroimagen, ver también el nivel de cortisol, si se parecen o no. La investigación traslacional es esto, combinar biomarcadores que predicen la recaída en depresión que pueden tener mayor fuerza predictiva que los datos clínicos. Así se estudian los mecanismos de una enfermedad o trastorno, para llegar a responder a la pregunta: ¿por qué le ocurre esto a una persona?

¿De cuánto tiempo son las estancias prácticas?

Una primera es de dos semanas y la segunda, de seis semanas, y las dos en diferentes sitios. Tanto los alumnos del máster que han realizado ya investigación básica como los que han realizado investigación clínica realizan estancias prácticas en clínica y en laboratorio. Así, los que tienen un background más de investigación básica, ven qué preguntamos a los pacientes y qué utilizamos para realizar la investigación en el ámbito clínico.

¿Todo lo que se aprende abre puertas también laborales?

Sí, porque los alumnos aprenden la metodología de la investigación, como monitorear ensayos clínicos en centros de investigación donde se necesitan personas para realizar su gestión. Por ejemplo, en un centro como IDIBELL (Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge), que es enorme, es necesario personal de gestión de recursos humanos, y también en otros lugares como el estabulario donde están los animales con los que se investiga. Nuestro máster abre una puerta laboral en muchos de estos sitios, también en la industria farmacéutica y en grupos de investigación como los que formamos parte del CIBERSAM.

Como exjefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de Bellvitge, ahora ya jubilado, ¿qué valoración hace de la creación de una unidad específica e independiente de atención psicológica en este centro hospitalario?

Es una apuesta por parte de la dirección, considerando que es más fácil abordar de inicio el bienestar emocional, y en esto el primer nivel de abordaje se realiza desde la psicología. El reto es ver cómo puede funcionar combinadamente, saber determinar los tratamientos psicológicos que pueden funcionar sólo desde la psicología y los que sólo con ella se quedan cortos. Lo mismo que ocurre con casos que, desde el inicio, se ven claramente como casos de psiquiatría, pero otros requieren terapia combinada entre psiquiatría y psicología.

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